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CV Opinión cintillo

Si yo fuera Musk...

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Si yo fuera rico, rico, como Elon Musk, dubi, dubi, dum, dejaría de agitar la ciberesfera con mensajes apocalípticos de carácter bélico y me rendiría a la ciencia que, por otra parte, le depara buenos dividendos y una alta rentabilidad a su incalculable fortuna. Si yo fuera el bueno de Elon, o sea, archirrico, prohibiría la mentira que intoxica a almas desvalidas enganchadas, como si fuera a un bote salvavidas, a un móvil con muchas prestaciones. Si yo fuera él, me retocaría el perfil biográfico con buenas acciones, borraría tuits obscenos y le diría a Trump que se busque otro palanganero mayor de su osada cruzada antidemocrática. Evitaría desde X, comprada como un juguete al contado, que los ciudadanos se nutrieran de desinformación descabellada, insensata e insolidaria. 

Musk no es ningún santo. Apostado tras el visor de sus satélites rastrea nuestras vidas e ingenia como exprimirles más jugo ideológico, comercial y político. Si yo fuera Musk aborrecería a Trump, a sus seguidores europeos, a los sicarios rusos, a los adoradores del becerro de oro de Netanyahu y a los dueños de las tecnológicas que juegan a diario con nuestros metadatos. Este hombre gasta sus cuartos en sus plausibles intentos de montar humanoides, eso sí eléctricos, a base de chips absurdos repletos de teorías conspirativas. Esos robots inteligentes serán réplicas suyas. Este plutócrata es un minidiós charlatán, un vendedor de crecepelo, el apóstol de un señor orondo, ataviado con una gorra de béisbol, que se cree el sheriff del mundo. En el futuro, esos robots trabajarán para él más barato y sin ponerse en huelga y no como los esclavos digitales actuales echados en el sofá de sus precarias casas; unos “servidores” de carne y hueso explotados desde la mañana a la noche para entrenar los algoritmos del futuro ejército laboral del implacable Musk. 

Este acaudalado personaje atiza el odio racial en Gran Bretaña o Alemania para obtener réditos electorales y predice guerras civiles en el corazón de Europa -un escenario deseado por muchos países menos agraciados-. Musk merecería vivir en Marte, desplazado por una de sus naves supersónicas. Un tipo negacionista como él que empodera a políticos como la hija de Le Pen debería darse la vida padre y dejarnos en paz. La líder de Agrupación Nacional (RN, en francés) es la heredera de un partido cocido a fuego lento por un torturador de la OAS en Argelia -su padre- y un secuaz nazi reciclado en la posguerra mundial. Ahora esta mujer, que aviva sentimientos divisivos, se presenta como la salvadora de su país. Su discurso ultra es uno de los referentes del visionario dueño de Tesla que pretende dominar el mundo con el mando a distancia estrafalario de su dogmática supremacía empresarial. 

Él, y cuatro listos más de la clase, pueden hacer tambalear a políticos a su antojo, amañar elecciones -de forma más discreta que Maduro-, hacer que nos odiemos los unos a los otros y renegar de valores que a su manera lograban cohesionar por los pelos a nuestra sociedad.  A este hombre, que despide a su antojo a miles de trabajadores, ya no le basta con amasar fortunas: quiere ser el amo del mundo, mientras explora el espacio con sus empleados astronautas. Para ello se hace amigo del argentino Milei, del lunático americano Steve Bannon y de otros seudoprofetas con sus respectivas nóminas de abducidos seguidores en redes sociales.

Si yo fuera Musk nombraría CEO de mi empresa al disparatado Robert Kennedy Jr., a un falangista actualizado español, a un concejal esperpéntico de Castellón, a un académico polémico de la lengua o a un asaltante blanco y en botella del Capitolio norteamericano. Yo no soy Musk, pero si lo fuera ahora mismo compraría la controvertida plataforma Telegram, lanzaría una OPA a la red social de Trump, adquiriría a precio de mercado un porrón de acciones de Facebook y compraría más medios de comunicación díscolos. Luego me sentaría a la puerta de un rancho de Texas con una lata de Diet Coke para ver como los humanos se van transformando lentamente en humanoides a mi imagen y semejanza. Dubi, dubi, dubi, dum…

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