Mesura, queridas

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Este ha sido un 8 de marzo atípico. No solo porque la Covid estaba ojo avizor para infiltrarse entre nosotras, sino porque ha ocurrido algo llamativo. Se nos ha insultado y desprestigiado de manera preventiva por si cometíamos la osadía de manifestarnos cual seguidores ultras de un equipo de fútbol o fascistas paseando su brazo en alto por el cementerio de la Almudena. En cambio, nosotras hemos demostrado que se puede alzar la voz desde el civismo y el respeto a las restricciones.

Sin embargo, todavía no nos habíamos pronunciado, ni explicado cómo nos íbamos a organizar para mantener nuestras reivindicaciones, en este 8M pandémico, y ya estaban las redes incendiadas con mensajes contra las terribles feministas. ¡Irresponsables! ¡Insolidarias! ¡Ninguna de vosotras me representa! ¡Con lo que nos ha costado llegar hasta aquí, lo vais a echar todo por la borda!

Lo escribo entre exclamaciones porque, en mi cabeza, cada palabra sonaba como un grito ensordecedor, sobre todo si estos mensajes estaban escritos por otras mujeres, aunque no es descartable que fueran bots dirigidos por una extrema derecha obsesionada con criminalizar la lucha de miles de mujeres, gracias a las que hemos conquistado unos derechos y unos espacios que hoy compartimos todas, incluidas aquellas que nos increpan.

Ha sido curioso este 8M. Con un año de pandemia sobre nuestras espaldas, llegamos a este día con más desigualdad, más precariedad y más violencia machista. De hecho, ese mismo día en Massamagrell a una mujer le asestaba seis puñaladas su expareja. Llegamos con calles vacías y el feminismo arrastrado a un debate con el que poco tiene que ver, porque no podemos confundir defender y mejorar los derechos de todos los colectivos con el movimiento feminista.

Debemos establecer puentes y confluencias, pero, como decía mi amiga M, “el feminismo tiene su origen en una opresión específica de la sociedad sobre las mujeres y tenemos todavía mucho camino por recorrer”. No podemos competir por quién es más feminista, sino por estar cada día más unidas para hacer frente al discurso de la extrema derecha que nos quiere en casa, calladas y sumisas. Por eso yo no quiero desviar la atención hacia otros caminos, legítimos, pero otros.

La ONU no se cansa de advertir que ningún país del mundo ha alcanzado la igualdad real. La opresión y la desigualdad son globales y, por tanto, la lucha por la igualdad también debe serlo. Debe ser transversal para sumar al conjunto de la sociedad porque mientras se discrimine a la mitad de la población, el futuro seguirá siendo incierto. Ojalá llegue un 8M en el que podamos salir a reivindicar nuestros derechos desde la alegría, como nos enseñó Carmen Alborch.

Pero de momento, tenemos que seguir denunciando las violencias machistas, exigir las mismas oportunidades, reivindicar la corresponsabilidad y una educación y una justicia sin prejuicios. Queremos ser libres para decidir sobre nuestros cuerpos y nuestras vidas, libres de tutelas y paternalismo. Como Rosa Luxemburgo, queremos un mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres.

Descendiendo a la mundana cotidianidad, chocamos contra los micromachismos. Esos pequeños tics del día a día, que van calando en nosotras como gota malaya. Sin ir más lejos, hace unos días me encontraba en las redes con un “Mesura, querida”, como respuesta a un comentario.

Seguramente, el señor que me contestó así sea progresista. No lo dudo. Es más, cuando lo leí me dije: no es una repuesta machista, seguro que a otro hombre le contestaría igual. La realidad es que no fue así. Uno de mis compañeros participó en la misma conversación, pero a él nadie le espetó un: Mesura, querido. Todo lo contrario. Le rebatieron con argumentos. Entonces me di cuenta de que tras esas dos palabras latía el rancio machismo.

Por eso si os piden ‘’mesura’, queridas, poneros en guardia porque, tal vez, lo que estén queriendo deciros con esos comentarios es que os calléis porque sois mujeres y vuestra opinión no cuenta lo mismo que la de los hombres.