¿Qué ocurre con la ganadería intensiva? De la Old MacDonald Had a Farm al Farmageddon
La ganadería industrial ha alcanzado altos niveles de actividad económica, bajo el control de grandes empresas, que obtienen suculentos beneficios, y con proyección mundial. Su impacto medioambiental es considerable: los gases que desprenden las instalaciones fomentan el cambio climático; la extensión desmesurada de los pastos destruye el suelo, contamina y además consume mucha agua. En ella destacan también negativamente las consecuencias sociales. Se basa en trabajadores que actúan en condiciones insanas, con bajos salarios y una estricta disciplina que en algunos países en vías de desarrollo roza la esclavitud. Y, por último, tampoco son especialmente recomendables los productos de la ganadería industrial para la dieta alimenticia humana.
Es obvio: las gallinas ponen huevos, no son máquinas que fabrican tornillos. El primer acto de esta historia comenzó hace muchos años, con la separación de las actividades agrícolas y las ganaderas. Ambas, desde el inicio de la agricultura, subsistían, se relacionaban y complementaban en un mismo entorno natural. Pero con la industrialización, el sector ganadero introdujo la mecanización, la especialización y el comercio internacional. Fruto de lo cual fueron establecimientos ganaderos, trasuntos de las fábricas, donde se aplicarán tecnologías que, para aumentar la productividad de los animales, controlarán y mecanizarán su vida hasta el límite. A diferencia de las fábricas, en las granjas se opera con seres vivos, muchas veces maltratados y obligados a una existencia atroz y llena de enfermedades, que se trata de remediar con el masivo uso de antibióticos, imprescindibles para que el animal cumpla su breve ciclo de vida, antes de transformarse en alimento de dudosa calidad. No debería por ello extrañar que los antibióticos hayan perdido su efectividad para los consumidores de productos de esta industria ganadera.
El consumo de carne aumenta con las rentas de la población. La alimentación mejora con los productos cárnicos y lácteos. Hasta ahí, todo bien. Pero no es menos cierto que en los países avanzados están aumentando las enfermedades derivadas del excesivo consumo de grasas animales. Nuestros antepasados morían delgados y con hambre, ahora lo hacemos gordos y con frecuencia por enfermedades derivadas de la obesidad. Si a los animales se les ceba en las granjas con fines lucrativos, a las personas se nos engorda con el fin de absorber una oferta creciente de alimentos cárnicos y lácteos, forzada por la propaganda y convenientemente dirigida a la población a través de grandes supermercados y tiendas de alimentación. Están surgiendo movimientos que denuncian el excesivo consumo de carne y lácteos, y a los vegetarianos tradicionales se han unido los estrictos veganos. Pero su influencia en la alimentación humana generalizada es, por desgracia, insignificante.
La ganadería industrial incrementa el cambio climático mediante la emisión de gases y la fertilización de inmensos campos dedicados a producir piensos, en régimen de monocultivo y con gran uso de plaguicidas. Pero no acaba aquí la cosa: componente importante en esos piensos es la soja, vital para incrementar la productividad en las granjas porcinas y avícolas. Para mantenerla, España importa de América la mayor parte de la soja, con lo que contribuye a la destrucción de la Amazonia: su suelo, biodiversidad y comunidades indígenas. Y, por si faltara algo, la mayor parte de esa soja es transgénica.
Las empresas ganaderas están en régimen de oligopolio. Se llama oligopolio al mercado controlado por un pequeño número de vendedores, que pueden influir en el precio y la cantidad del producto fabricado. También suelen establecer barreras de entrada en el sector. Como otras formas de dominio del mercado, los oligopolios son en ocasiones combatidos por el Estado y la sociedad, pero en otras consiguen influir en los estados y sus empresas reciben ayudas por sus actividades monopolísticas. En la actualidad, con un claro dominio intelectual y económico del liberalismo, nos encontramos, —¡vaya contradicción!—, con una fuerte presencia de sectores oligopolisticos. Centrándonos en Brasil, podemos citar tres de las principales empresas de ámbito mundial. JBS es la mayor productora de carne del mundo. Se provee de AgroSB, a su vez propietaria de 145.000 Ha en la Amazonia. Marfrig es la segunda compañía más grande y la mayor productora de hamburguesas. También la mayor exportadora del sector. En la actualidad proyecta un plan verde de diez años, para conseguir una cadena de producción ganadera no implicada en la deforestación. Habrá que estar atentos al desarrollo y cumplimento de ese proyecto.
Las empresas ganaderas reciben financiación abundante del sector privado y del público. Entre los bancos relacionados con Marfrig está el HSBC, empresa multinacional británica, tercer mayor banco del mundo y vieja gloria bancaria de la época colonial. También lo están otras poderosas entidades europeas, como el Deutsche Bank, el Crédit Agricole y el Santander. Todos se han pronunciado en contra de las actividades ganaderas que ocasionen deforestación y han prometido un mayor control. No comparten su optimismo Greenpeace, en su precursor estudio Sacrificando la Amazonia, de 2009, o el análisis más reciente de Amnesty International junto a Reporter Brasil, este mismo año. Sin duda, estos informes han influido en el grupo de fondos noruegos Nordea Asset Management, que hace no mucho dejó de invertir en JBS, sospechosa de adquirir ganado criado en áreas deforestadas. Pero lo más sorprendente y decepcionante es que dos entidades financieras públicas como International Finance Corporation (IFC), perteneciente al Banco Mundial, y European Bank for Reconstruction and Development (EBRD) financien proyectos ganaderos para países en desarrollo. Un par de ejemplos: el IFC invierte en Smithfield Foods, mayor productora mundial de cerdos, con sede en Virginia (USA), con un proyecto porcino en Rumanía; el EBRD financia otro de Danone para crear empresas subsidiarias en Europa del Este y Asia Central. Todo esto implica contradicciones entre las políticas ganaderas industriales y el desarrollo sostenible.
Contradicción primera. Hace tiempo, cuando se hablaba de industrialización y crecimiento económico, se consideraba que todos los países discurrían por la misma senda que antes habían transitado los pioneros. Esto tiene que ver con la argumentación de los bancos públicos para defender sus inversiones en ganadería industrial en países en vías de desarrollo, como China o India, los cuales abandonan por ello dietas tradicionales con poca carne, para adoptar el modelo carnívoro occidental.
No sería extraño que, en algunos años, se dé en esos países el proceso inverso: una mayor renta y una también más grande conciencia del cambio climático podrían llevarles a adoptar de nuevo dietas más vegetarianas. Si, para entonces, aún hay tiempo. Me temo que no queda mucho, y convendría, al menos, frenar el crecimiento de la producción y el consumo ganadero a corto plazo. Es decir, reforzar vías propias de desarrollo sostenible, acordes con dietas alimentarias tradicionales.
Contradicción segunda. ¿Qué van a primar: los intereses medioambientales o los económicos? Los primeros, con la lucha contra el cambio climático en primer plano, afectan a toda la Humanidad, sin excepciones. Los económicos representan intereses privados y una forma de entender la economía y desarrollar sus políticas que no necesariamente tiene en cuenta esa responsabilidad global. Se hace necesario adaptar tales intereses a los retos medioambientales, en beneficio de la sociedad mundial en su conjunto. Una medida primordial es la ejecución inmediata de planes económicos que reconsideren seriamente el futuro de la ganadería industrial. Con la perspectiva, a largo plazo, de renunciar a ella.
Old MacDonald had a Farm es una canción que mucha gente ha cantado al tiempo que mostraba a los niños un libro con dibujos de una granja, unos animales y el viejo MacDonald. Los pequeños se partían de risa. ¡Santos inocentes!
Una lectura menos apacible sería Farmageddon. The true cost of cheap meat, de Philip Lymbery y Isabel Oakeshott. O, para lectores tiernos y sensibles, la instructiva y divertida obra de Michael Pollan El dilema del omnívoro.
The Guardian ha publicado hace no mucho artículos excelentes en que se informa y reflexiona sobre los intereses económicos que subyacen en la ganadería industrial y sus relaciones con el sistema financiero. Entre ellos, parecen recomendables los siguientes:
— Banks and pension funds among investors bankrolling meat and dairy
— Investors drop Brazil meat giant JBS
— Revealed: UK banks and investors' $2bn backing of meat firms linked to Amazon deforestation
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