La pintura renacentista intentó encontrar el modo de reproducir sobre un lienzo de dos dimensiones la tridimensionalidad del mundo real, como una manera de acercar el arte a la naturaleza y buscar mediante la técnica y el cálculo matemático la representación que parecía imposible. Con arte y técnica, el ansia de objetividad condujo a la perspectiva. Siempre se cita la labor de arquitecto florentino Filippo Brunelleschi, quien a comienzos del siglo XV realizó cálculos matemáticos y ajustadas observaciones físicas y ópticas para plasmar la realidad en el arte, porque el arte el tiene que buscar el camino de la naturaleza. La perspectiva nos trajo una mirada nueva en los comienzos de la modernidad y eso marcó un punto de inflexión en la historia del arte y de la cultura.
Pero no olvidemos que arte y ciencia suelen ir de la mano, porque también puede decirse que la perspectiva ha modulado con el tiempo la mirada corta de la objetividad científica, como analizaron hace unos años Lorraine Daston y Peter Galison en un libro con perspectiva histórica y filosófica de debate académico sobre la objetividad.
La perspectiva ha atravesado la modernidad como forma de distanciamiento de todos los absolutos y absolutismos, descolocando en cierto modo la soberbia del hombre moderno y su mito de la objetividad construido con los mimbres de la Ilustración.
La perspectiva es un instrumento imprescindible para alcanzar sabiduría, y también en nuestra vida personal la experiencia nos aporta distancia, conocimiento y perspectiva.
Vivimos en el mismo planeta, pero la percepción del mundo, de sus retos, de sus grandes y pequeños problemas se construye desde muy diversas perspectivas. El mundo es muy distinto para quien lo mira desde Ucrania, o desde Colombia, por no decir desde China, Europa, Burkina Faso o Japón. No es solo cuestión de geografía, que también. ¿Habitamos el mismo mundo? Sería imperdonable y empobrecedor no ser conscientes de ello.
La perspectiva aporta consistencia a nuestras ideas y valores, pero requiere referentes, conocimiento, saber técnico, experiencia, capacidad de aprender y dialogar. Mirada amplia. La geopolítica en este mundo globalizado está necesitada de personas capaces de aportar perspectivas integradoras para un planeta enfermo.
Por desgracia, en política, en la política de todos los días, la de los parlamentos y las elecciones, la de los líderes de poca monta y mucho marketing, la perpetua mirada al ombligo representa quizá el paradigma más triste de la falta de perspectiva, aunque el ombligo pudiera interpretarse en clave mística como el microcosmos del microcosmos, por su forma redondeada, capaz de sintetizar todo cuanto existe. Resulta decepcionante.
Al final, la falta de perspectiva nos empobrece como sociedad y degrada la política a un juego de ombligos y de cegueras (que equivale a decir de tácticas, estratagemas y zancadillas). Vivimos momentos críticos y de alto riesgo. Un poco de perspectiva y conocimiento aportarían un valor esencial a nuestra política cotidiana. Pedir sabiduría sonaría sarcástico.