En los últimos días estamos asistiendo, a raíz de las declaraciones al periódico inglés The Guardian del Ministro de Consumo Alberto Garzón, a un debate encarnizado sobre la ganadería española y concretamente sobre las macrogranjas. Al señor ministro le están atacando por la derecha, el centro e incluso por la izquierda (algunos presidentes del PSOE de regiones autónomas y otros miembros del Consejo de Ministros). Incluso el jefe del gobierno Pedro Sánchez, no le ha apoyado, con una reprobación silenciosa, es decir, sin manifestarse, le ha desautorizado.
No voy a entrar sobre varias de las afirmaciones que Alberto Garzón hizo en la entrevista que creo que eran muy sensatas y que iban en consonancia con lo que propugna la misma Unión Europea y por supuesto lo que viene alertando el panel de expertos de las Naciones Unidas sobre el cambio climático (IPCC en sus siglas en inglés) que la ganadería, y más concretamente la de tipo industrial, es un emisor de gases de efecto invernadero (GEI), y que para amortiguar el cambio climático es necesario controlar el crecimiento del sector. El lobby de la ganadería intensiva, esencialmente el del porcino, se ha lanzado a tumba abierta a atacar a Garzón con afirmaciones infundadas sobre la no existencia de macrogranjas en ciertas regiones, sobre la gran calidad de la carne que en ellas se produce, sobre la falsedad del maltrato animal, etc., etc.
Considero que es importante destacar que la ganadería en España, en los últimos años, muestra un proceso de industrialización y concentración que está expulsando a los pequeños productores y los modelos tradicionales de ganadería extensiva. Esta concentración es especialmente patente en algunos sectores como la carne de pollo y otras aves, la industria láctea y, sobre todo, el sector porcino. Hoy en día, España es una potencia mundial en la producción de porcino, una gran parte del sector está orientado a la exportación y otra parte de la producción cárnica se dirige hacia otras producciones industriales. Mientras tanto, las pequeñas producciones y las más extensivas se enfrentan a una progresiva desaparición de sus explotaciones.
En ese sentido, quiero detenerme en uno de los aspectos que citó el Sr. ministro en su entrevista con el periódico inglés: la sostenibilidad de este tipo de modelo. La sostenibilidad implicaría el mantenimiento del modelo en el tiempo, algo es sostenible si perdura, si factores internos o externos no lo derrumban, si persiste incluso con altibajos, pero no desaparece. Los cerdos en intensivo, podríamos decir criados industrialmente, son alimentados fundamentalmente con piensos compuestos que llevan soja y maíz, y algún otro cereal, a los que se les añaden minerales y regularmente antibióticos. Estos dos elementos básicos de la alimentación porcina no los producimos en España, como es el caso de la soja, mientras que en el del maíz somos deficitarios, por lo que nos vemos obligados a importarlo de EE.UU o de otros países europeos.
En la producción porcina intensiva intervienen diversos factores para que sea rentable: instalaciones adecuadas donde los animales en pocos meses alcancen los kilos necesarios para llevarlos al matadero, una genética que dé una ratio pienso/carne que sea lo más alta posible, unos controles sanitarios apropiados evitando enfermedades que diezmen al ganado, un personal que domine el oficio y responda adecuadamente a las necesidades de la granja y, sobre todo, una alimentación de calidad constante con los productos citados anteriormente, soja y maíz. Todo, excepto los productos básicos para alimentarlos, se puede adquirir… Con un coste, claro está. Las instalaciones con sus slats o su ventilación forzada, los silos de almacenamiento, las engrasadoras de pienso, la genética, los zoosanitarios y el servicio veterinario, los molinos y las mezcladoras, etc. Pero, ay, los animales instalados en las naves de cría o engorde precisan todos los días comer y beber.
La soja, en su forma de harina o de haba, la ganadería española la importa fundamentalmente de Estados Unidos y Brasil, que son los grandes productores. En cabeza los Estados Unidos, que con una superficie de 35 millones largos de hectáreas produce 123 millones de toneladas de soja, seguido de Brasil que produce 118 millones y después Argentina que destina 17 millones de hectáreas al cultivo (38 millones de toneladas). Mientras que en España, la producción nacional de esta leguminosa es simbólica, apenas se dedican 2000 hectáreas y la producción no alcanza las 4000 toneladas, y no hay ninguna posibilidad en el momento actual de sustituirla por otra oleaginosa con la que se obtengan los mismos resultados en la alimentación de los animales.
En el caso del maíz, que como hemos dicho, somos deficitarios, importamos varios millones de toneladas para completar la dieta básica que se da en las granjas porcinas. Los mismos países que dominan la producción de soja dominan la del maíz. Estados Unidos alcanza una producción de 393 millones de toneladas y destina 35000 hectáreas a su cultivo, y le siguen la R.P China, Brasil y Argentina con decenas de millones de toneladas y miles de hectáreas de superficie. De este cereal España produce aproximadamente cuatro millones de toneladas con una superficie cultivada de 400.000 hectáreas, pero el déficit tenemos que importarlo.
Claro está, los países citados abastecen la ganadería intensiva de muchos países, fundamentalmente la europea, y algunos de ellos, como es el caso de Brasil y Argentina, tienen grandes extensiones de terreno que aún pueden poner en cultivo, deforestando regiones que ocupan selva o sabana tropical, con el desastre ecológico que puede significar. Recientemente la R.P. China ha firmado un preacuerdo con Argentina para invertir 2.800 millones de dólares en 25 granjas porcinas. Esta situación conllevaría producir 2.200.000 toneladas de maíz y 750.000 toneladas de soja para la alimentación de los cerdos, con la consecuente necesidad de la puesta en cultivo de 290.000 y 250.000 hectáreas respectivamente. Inicialmente lo acordado sería que Argentina facilitaría 900.000 toneladas de carne de cerdo en los próximos cuatro años, aunque con esta asociación binacional se pasará de una producción de 6 a 100 millones de cerdos en un período de 5 a 8 años”. Como explican quienes se felicitan de este acuerdo: ”Argentina hoy tiene uno de los mejores status del mundo como país para criar cerdos, ya que los mayores cultivos en el país son de maíz y de soja”
La peste porcina africana (PPA) redujo en más de un 40% la producción de cerdos en China, lo que favoreció las exportaciones españolas a este país. Pero parece que la ganadería porcina china se está ya recuperando, y en poco tiempo habrá alcanzado niveles de producción previos a la crisis sanitaria. Pero además de ello, como previsión de nuevas crisis, o bien para asegurar un suministro regular del consumo de esta carne que llegó a representar el 50% mundial, establecen acuerdos como el citado con Argentina, o los que puedan firmar en el futuro con otros grandes productores de soja y maíz (Paraguay, Brasil, etc.
¿Y cuál será el lugar que ocupase, de darse estas circunstancias, la porcicultura española? Es difícil precisarlo con exactitud, pero el panorama no parece nada halagüeño. Quienes producen las materias básicas para la alimentación de este ganado tienen todas las posibilidades de hacerse con los mercados, y quienes coyunturalmente han aprovechado un momento de desabastecimiento del importante mercado chino, quizás vean como se deshincha la burbuja de las macrogranjas que estos días tanto revuelo trae.