Hacerse mayor permite hacer un acopio de datos considerable y usarlos a bote pronto sin tener que recurrir a ninguna wikipedia. Con un conocido de mi quinta recordábamos lo pesimistas que estaban los del PP valenciano durante la década de los años 80. No daban pie con bola. En aquella década, la derecha repetía hasta la saciedad que el País Valencià era republicano y de izquierdas y que nada se podía hacer con ese pedazo de territorio incorregible y con su pertinaz voto socialista. Con los años en foros parecidos íbamos escuchando lamentos de signo contrario: los valencianos no tenemos remedio, esto es un feudo popular, son imbatibles, no hay solución de futuro, clamaban los izquierdistas y los nacionalistas, ante las descomunales cosechas de votos de los Zaplana, Camps y compañía. Éramos de derechas de toda la vida o lo parecía. Toda una letanía de desdichas que se prolongó un largo cuarto de siglo hasta las últimas elecciones municipales y autonómicas, en que renegamos a lo grande de ese estigma autoimpuesto.
La existencia cotidiana siempre tiene dos caras, como los antiguos discos de vinilo. A veces pensamos que nuestra sociedad mejora a la generación anterior y otras veces rumiamos, en plan pesimistas, que jamás viviremos como nuestros padres. Creemos en el progreso un día y al levantarnos el siguiente, y desayunarnos unos indicadores económicos indigestos, pensamos que esto no tiene solución: la desigualdad creciente genera malestar, fabrica pobres de solemnidad y tritura nuestros derechos sociales. La ley del péndulo gobierna nuestra existencia. Ahora mismo, en plena perspectiva negativa, nos vemos cercados por el Mal, agobiados ante tanto reaccionario suelto, ante el alto predicamento que tienen consignas intolerantes y excluyentes. ¡Estamos angustiados y con razón!
Queda, sin embargo, un resquicio al optimismo. Cuanto antes toquen techo estas deplorables doctrinas autoritarias, que en algunos lugares de Europa ya campan a sus anchas, antes se les verá el plumero i la vacuidad. En los EEUU se acaba de vislumbrar un poco de contestación por parte de mujeres y urbanitas cultos. La crispación generalizada en muchos rincones del mundo ofrece altos rendimientos entre el electorado descontento con sus vidas. El miedo siempre lo gestiona mejor un gobierno que pase olímpicamente de las políticas solidarias. Basta apelar a que un migrante se va a comer la merienda de tu hijo para postrarse de inmediato ante ideologías ultras o reaccionarias, aunque eso suponga que te vayas a hundir con lo puesto. Solo faltaba poner en peligro el trabajo precario y la vivienda devaluada en un barrio periférico. ¡Pobres ingenuos! Muchos políticos malhablados y prepotentes son especialmente hábiles hoy día a la hora de la lisonja, la alabanza y la palmadita al hombro; pero también son unos artistas mediáticos a la hora de inyectar simultáneamente odio, rabia y rencor a mansalva.
Como indica una rudimentaria ley del péndulo de ir por casa, debe faltar menos para que la gente de algunos países recapacite y se de cuenta de algunas trampas y algunas artimañas. La vida tiene dos caras, la agradable y la afligida. Queda por tanto aguantar lo que podamos, desmontar algunos argumentos pueriles y contradictorios, desmantelar el uso torticero que algunos hacen del lenguaje y esperar sentaditos a que algún día escampe el temporal y a que no quede una sociedad entera impregnada de secuelas y de daños ideológicos colaterales e irreversibles.
Un pequeño ejemplo: los conservadores españoles salpican los periódicos de fuertes incoherencias. Al parecer todo vale. Sergi Pitarch, periodista de esta casa, apuntaba en este mismo medio que Pablo Casado ha prometido eliminar el impuesto de Actos Jurídicos Documentados (no iba a ser menos que el presidente Sánchez) lo que llama la atención, “máxime cuando el impuesto de las hipotecas nunca fue cuestionado en su programa electoral y se disparó a máximos en la mayoría de comunidades gobernadas por el PP mientras fueron los consumidores los que abonaban esa carga fiscal”.
¡Vivan las incongruencias!