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Salvemos la ironía

Josep L. Barona

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La ironía no es solo una figura retórica que permite expresar lo contrario de lo que se dice. Más que eso, es un recurso de la inteligencia, una estrategia incomparable para burlarse de la autoridad de los inquisidores. Los animales no conocen la ironía. Los dioses tampoco.

La ironía es un arma que permite poner en jaque las verdades intocables, los iconos venerados y los tabús intocables. Es una vacuna contra el fanatismo, porque desvela la ridiculez de quien cree poseer la verdad sin interrogaciones. La ironía socrática unía el humor y la tragedia para provocar un cataclismo en la apolínea racionalidad helénica. La ironía socrática traspasaba el límite del conocimiento humano y la moral pública, lo cuestionaba todo y aportaba conciencia del vacío. En los diálogos socráticos de Platón, Sócrates inventó la conversación no para obtener respuestas, sino para sembrar dudas e interrogaciones.

Si es cierto que la filosofía moderna se sustenta en la duda, entonces la inteligencia y vida digna de llamarse humana no consisten en la certeza, ni siquiera en el conocimiento demostrable. La grandeza humana se construye a partir de la ironía. La ironía eleva un paso más la sabiduría humana. Eso pensaba el filósofo danés Søren Kierkegaard. No puede haber libertad de pensamiento sin ironía. Ambos son inseparables. Tampoco democracia, arte ni posmodernidad, esa forma de pensar tan mermada intelectualmente tras el fracaso de las utopías revolucionarias.

La ironía desmitifica, destruye jerarquías, cuestiona fanatismos fundamentalistas, es la salida de emergencia de la inteligencia desencantada. Hace daño a todas las formas de dictadura política y moral. Los regímenes autoritarios se descomponen frente la ironía, porque ésta es capaz de esquivar con los recursos de la inteligencia sus torpes garrotazos. Porque muestra la faz ridícula de la autoridad. El dios padre castigador que vigila nuestra moralidad es severo y jamás sonríe. Los asnos y otros animales tampoco. La ironía y la sátira no son para torpes ni para tontos. Han sido recursos tradicionales de resistencia al poder. Era el recurso fascinante de los juglares, de los comediantes y de Darío Fo. La sátira daba alas y libertad a los pobres oprimidos en las viñetas de la revista satírica valenciana La Traca desde finales del siglo XIX, con su mordaz visión de los políticos corruptos, la monarquía desvergonzada y el clero hipócrita y todopoderoso. La ironía satírica siempre ha sido un ámbito de libertad. Fue una fuerza de rebelión subversiva contra el franquismo en La Codorniz o Hermano Lobo; es provocación y martillo de todos los tabús con El Jueves, Le Canard Enchaîné o Charlie Hebdo. La sátira es la médula del espíritu crítico, libre, iconoclasta y libertario que exhiben nuestras fallas, tal vez la versión más libre y descreída de la sociedad valenciana.

No podemos aceptar ni el más mínimo intento de reprimir la ironía y la sátira. Ni leyes ni dogmas, ni puritanismos morales deben amputar esa forma sublime de inteligencia. Irónicos y satíricos, comediantes y descreídos del mundo uníos en contra de la censura. Ironía es libertad. No hay libertad sin ironía.

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