Dos años después del estallido de la crisis sanitaria, parte de la población ha incorporado la mascarilla como un hábito en los espacios interiores. La cobertura bucal se ha entendido como un signo de protección propia y ajena y para los trabajadores que están cara al público en el comercio tradicional, en una muestra de respeto hacia sus clientes, que también son sus vecinos.
En el Mercat Central de València, epicentro turístico y del comercio de proximidad, la primera jornada sin la obligatoriedad de mascarilla ha dejado un tímido destape. Para muchos comerciantes el fin de la obligación es un descanso; para otros, una inquietud. La gerencia del mercado deja en manos de los dependientes decidir sobre su cobertura facial. Parte de los tenderos, la mayoría trabajadores de la alimentación, ha incorporado la mascarilla como un elemento más de higiene laboral y una forma de aportar seguridad a sus clientes habituales. “Trabajamos con producto fresco y es una muestra de respeto”, apunta Rafa, responsable de un puesto de frutos secos en el epicentro del comercio local.
Respeto y seguridad son los conceptos más repetidos entre quienes optan por mantener la mascarilla, mientras que quienes se la retiran hablan de descanso, relajación y saturación. “Es agotador”, apunta la responsable de una frutería, escéptica con el origen del virus, que cree que carecía de sentido mantener la obligación tras las aglomeraciones de Fallas o las vacaciones de Pascua. “En el transporte público sí tiene sentido”, recalca esta comerciante que prefiere no dar su nombre. A pocos metros de su puesto se encuentra Remedios, que mientras ordena el género de la huerta considera que la medida es demasiado temprana. “Aquí viene mucha gente mayor”, argumenta, al tiempo que reconoce la fatiga de llevar medio rostro cubierto y tener que salir al exterior a comer o beber. Su afirmación la respalda Milagros, que cree que hubiera sido mejor esperar un mes más para retirar la protección en un lugar tan concurrido.
Los clientes y turistas hacen sus compras a rostro descubierto, aunque algunos mantienen la mascarilla desde que salen de casa. En los lugares en los que se consume comida y bebida la mascarilla desaparece por completo. En el mismo mercado, el paisaje que se da en algunos comercios choca con el de la cafetería principal y los restaurantes que lo rodean en el exterior. A la hora del almuerzo la mascarilla se sustituye por las servilletas que limpian las bocas. A pocos metros del mercado, en el quiosco de la plaza del Doctor Collado, clientes y trabajadores caminan a rostro descubierto. “Aquí se ha dado una retirada paulatina, muy poca gente la llevaba ya. Estamos al aire libre y parece que será todo más relajado”, explica la vendedora de prensa, que en las últimas semanas ha observado la desaparición gradual de la mascarilla entre los compradores habituales.
Los clientes varían su actitud en función de si el lugar es abierto o cerrado y el aforo que tenga en el momento de entrar. En los comercios habituales, para muchos vecinos llevar la boca cubierta es un signo de respeto hacia las personas con las que comparten espacio. En otros establecimientos los dependientes la emplean o no en función de lo que solicita el cliente. “A mí me viene bien para los resfriados, para la gripe, incluso para evitar el olor del tabaco”, cuenta una camarera al servir un café. Para ella, ponerse la mascarilla es como ponerse una bufanda en invierno y hasta agradece cierto grado de anonimato. “Ya no sé si es algo psicológico”, plantea, haciendo el gesto de abrigarse.
La misma tónica siguen en la librería La Rossa, en Benimaclet, donde mantienen la mampara junto a las cajas y abogan por el uso de mascarilla en función de lo que demande el cliente. “El criterio es usarla si la clientela viene con la mascarilla, si vemos que se muestran más aprensivos. Estaremos atentos a cómo se comporte la gente. Al final, para hablar cara a cara es una barrera al lenguaje corporal”, explica Alodia, responsable de la librería.
Aunque parece que el uso de la mascarilla está vinculado a la edad, Aina, panadera, es una de las excepciones. Esta joven de 28 años indica que se siente insegura con la retirada de la norma. “Este mismo invierno hemos tenido varios contagios de Covid-19, algunos lo pasaron bastante mal, y solo dos meses después ya estamos así. Me siento expuesta”, indica en conversación con elDiario.es, una charla en la que reconoce que quizá esté más preocupada por que un familiar tiene una enfermedad autoinmune. Sin embargo, cree que “el día que los trabajadores y las trabajadoras nos la podamos quitar será un alivio. En trabajos físicos duros -como en su caso, con el horno cerca- el calor es insoportable”. La vulnerabilidad es un factor relevante en los jóvenes que deciden mantener la mascarilla y la distancia. Beatriz, dependienta en unos grandes almacenes, también se pondrá la mascarilla: “Soy asmática y tengo personas de riesgo cerca. Me da igual que me miren raro”, afirma.
Los gimnasios son uno de los espacios donde se muestra mayor alegría para entrenar a rostro descubierto. A la entrada de un centro deportivo en Russafa se suceden las exclamaciones cuando el personal responde que ya no es obligatorio si no optativo. La mascarilla dificultaba la respiración en determinados ejercicios y los convertía en un asunto más engorroso, además de ser molesta por el calor y por el sudor, explica un trabajador del centro, aunque el personal del centro la llevará si lo considera oportuno.
Confecomerç, la agrupación valenciana de pequeños comerciantes, recalca que durante la crisis sanitaria “los pequeños comercios han demostrado ser uno de los espacios más seguros, precisamente por sus características y tamaño, por lo que el sector seguirá teniendo la máxima precaución y prudencia, atendiendo a las directrices marcadas por las autoridades sanitarias”. La agrupación recalca que será responsabilidad de los clientes el uso de las mascarillas y de las empresas determinar el uso o retirada en sus trabajadores, teniendo en cuenta la vulnerabilidad en cada caso.
El decreto del Gobierno deja en manos de los comités de riesgos laborales de las empresas marcar las normativas internas. La Confederación Empresarial de la Comunitat Valenciana, agrupación patronal, indica que las medidas se tomarán en función de la posibilidad de mantener una distancia de seguridad en el recinto de trabajo. Stadler Valencia, fabricante de material ferroviario, ha decidido mantener el uso en interiores para el millar de trabajadores de su planta en Albuixec hasta final de mes, cuando se evaluará la situación sanitaria. En el caso de Ford Almussafes, con 5.000 empleados, se mantendrá también el uso de la mascarilla en todas las plantas de fabricación, permitiendo algunas excepciones en oficinas, en función de las distancias y aislamiento entre empleados, según fuentes sindicales. “Antes de las vacaciones de Semana Santa, muchos trabajadores ya comentaban que tenían ganas de que se quitaran las mascarillas porque solo nos las podemos quitar al aire libre, cuando salimos de pausa, y mientras comemos o almorzamos”, explica un trabajador de la factoría, que comenta que algunos compañeros consideran algo “estricto” que en las mesas situadas en el exterior los empleados deban sentarse de dos en dos “cuando en hostelería y otros ámbitos ya se puede sentar todo el mundo junto y sin mascarillas”.
Por su parte, en Mercavalencia, el mayor centro agroalimentario de la Comunidad Valenciana compuesto por los mercados centrales de pescados, frutas y hortalizas, la Tira de Comptar, Mercaflor, el Matadero Ecológico de Servicios, y la Zona de Actividades Complentarias (ZAC), se va recomendar que se mantenga el uso de la mascarilla, salvo en el matadero que siempre ha llevado cubrebocas por cuestiones de seguridad alimentaria.