El “relaxing cup of café con leche” de Ana Botella ha dado la vuelta a España y parte del mundo y ha hecho las delicias de los programas de humor en los últimos meses. Los españoles tenemos asumida nuestra escasa fluidez para el dominio de las lenguas extranjeras y criticamos recurrentemente la baja competencia comunicativa de los políticos nacionales cuando salen de la piel de toro; sin embargo, es curioso que no haya tanta autocrítica cuando se trata del dominio de las lenguas cooficiales, algo especialmente visible en el caso del valenciano.
No parece sorprender gran cosa a los ciudadanos de la Comunidad que su presidente, Alberto Fabra, utilice la lengua propia en contadas ocasiones, o que a la alcaldesa de la capital con más peso se conforme con echar mano de ella sólo para dar comienzo a las Fallas. Es igualmente paradigmático que se designara vicepresidenta del Gobierno y portavoz del Consell a Paula Sánchez de León, la ahora delegada del Gobierno, una persona que, según ella misma reconoce, no sabe expresarse en valenciano, y ello a pesar de haber sido directora de gabinete de la Conselleria de, precisamente, Cultura.
La actual consellera del ramo, María José Català, sí sabe hablarlo, pero se excusa por hacerlo. Así ocurrió en el Congreso del PP de 2011, ante un auditorio que exigía a los intervinientes que hablasen castellano: “en primer lugar, pediros disculpas por si en algún momento me paso al valenciano, pero es mi lengua materna y tengo ese defecto; si lo hago en algún momento, me perdonáis”.
Tampoco se comenta demasiado (sí entre los periodistas, donde es objeto de jocosas conversaciones) que otros destacados políticos que hablan habitualmente en valenciano, le peguen continuas patadas al diccionario, como el secretario general del PP y conseller de Gobernación, Serafín Castellano, o el portavoz del Grupo Popular en Les Corts, Jorge Bellver. Así, son habituales las palabras o expresiones inexistentes como “vehículs”, “derribar”, el “feches” de Castellano para referirse a fechas, “pues”, “fijos”, “permitit”, “contra més millor”, “desenroll” (la Academia Valenciana ha admitido desenrollatment, pero aún no lo ha hecho con esa curiosa variedad de sustantivo) o el recurrente “tindre que”.
También la ex consellera Gema Amor nos ilustraba con su inventado “xist” (chiste, versión castellanizada de acudit), Vicente Rambla lo hacía con su medalla de “brons”, y cuentan las malas lenguas que a alguno de ellos se le oyó decir “sumo” de taronja. Sólo le faltó invitarnos a tomarlo relajadamente en Plaza de la Virgen, emulando a su compañera de filas madrileña.
Vaya por delante que considero que las desviaciones de la norma culta del valenciano, como las de cualquier otra lengua, son habituales e incluso admisibles en el lenguaje coloquial y familiar, y por supuesto absolutamente comprensibles cuando se trata de ciudadanos sin acceso a la formación. Pero creo que no peco de desconsideración si digo que a nuestros representantes políticos deberíamos exigirles, por un lado, un esfuerzo de estudio, en el caso de aquellos que no dominan el valenciano (como se le exige a cualquier empleado público o incluso a los alumnos en la educación obligatoria) y, por otro lado, que sean capaces de pasar a un estándar culto cuando la formalidad de la situación lo requiere. No se puede pedir menos a quien se dedica a la comunicación pública.
Abomino del mal uso político de las lenguas y de que se las utilice como bandera de pureza, superioridad o diferencia, pero para desgracia de la lingüística y de la igualdad entre hablantes, ese uso torticero existe, y no sólo en la franja Norte mediterránea. Muchos populares ven en la castellanización del valenciano, en la separación respecto del catalán y en la restricción del uso público de esta lengua una forma de demostrar su visión política nacional (de la nación española, se entiende), además de huir de una posible abducción pancatalanista. Así, a lo peor los políticos valencianos usan adrede el “blavenciano”, o el “íbero apitxat”, como podemos llamarlo si atendemos a la afirmación anticientífica que hizo en Les Corts el Partido Popular cuando mantuvo recientemente, en una proposición no de ley expuesta por Bellver, que el valenciano “hunde sus raíces en la más profunda prehistoria” y viene de los íberos, del siglo VI Antes de Cristo. ¡Toma ya! ¡Torpedo a toda la lingüística de las lenguas romances! No sé por qué los estudiosos del euskera no han contratado ya al portavoz popular para ver si también resuelve el misterio del origen del vasco.
En descargo de nuestros políticos, hay que decir que no sólo vemos chocantes ejemplos en ellos, pues el nuevo decano de la Real Academia de Cultura Valenciana, Enrique de Miguel, tampoco habla valenciano, a pesar de representar a una institución que se caracteriza por defender el separatismo respecto del catalán.
La Acadèmia Valenciana de la Llengua, de momento, se mantiene en su sitio, y después del tirón de orejas a los populares por la cagada del iberismo, está estudiando una solución de consenso menos radical, que la RAE cambie su actual definición del valenciano como variedad del catalán. El segundo rapapolvo al Gobierno ha venido por el cierre de RTVV, que la AVL ha calificado como “letal” para el valenciano.
Estas muestras de independencia política de la Academia han sido demasiado para el PP, que prepara un proyecto de ley sobre esta institución que acabaría con el consenso que alcanzaron los dos partidos mayoritarios para promover su autonomía, y que tiene claros visos de reabrir el conflicto lingüístico. En paralelo, se ha recortado drásticamente la partida para promoción del valenciano a entidades públicas y privadas.
Sin embargo, hay que contrarrestar los hechos con propaganda; por eso hoy mismo desayunamos con la noticia de que la Generalitat va a introducir en Primaria una asignatura para impartir “el ADN valenciano” y así intentar acallar las voces que los tildan de anti valencianos por el cierre de RTVV. Queda claro que en esta campaña de imagen el argumento principal es el secesionismo, por eso se presenta la nueva materia escolar precisamente en Lo Rat Penat.
Esta es la “democrática” forma de actuar del PP: lo público está a su servicio, y si hay que manipularlo, se manipula, y si no se puede, pues se elimina. Sean inspectores de Hacienda, radiotelevisiones públicas o académicos… Un día de estos, después de inventársela, nos clausuran la propia lengua, eso sí, será por motivos económicos, no querrán ustedes que desperdiciemos tiempo y recursos en ser bilingües cuando hay tantos colegios, hospitales y dependientes por atender.