La muerte de una mujer en el parto, o poco después por causas relacionadas con el alumbramiento, es una situación especialmente traumática. Lo que se espera que sea un momento de plena felicidad se convierte en todo lo contrario. La relación entre el niño y el progenitor sobreviviente puede sufrir daños permanentes. A menudo el pequeño se siente culpable por la pérdida de su mamá, lo cual afecta su autoestima y otros aspectos de su desarrollo psicológico. En ocasiones, de manera inconsciente, los familiares de la mujer fallecida culpan a su pareja por lo ocurrido. Incluso para los médicos que participan en el hecho lo sufren como un hecho doloroso.
Por fortuna, en las últimas décadas la mortalidad materna -es decir, la muerte de mujeres por causas relacionadas con el embarazo o el parto- se ha reducido de manera drástica, sobre todo en los países desarrollados. Para tener una idea de la evolución de estas cifras en nuestro país, basta referir que en 1941 la tasa de mortalidad materna era de 258,5 casos por cada 100.000 nacidos vivos, cifra que se había reducido a 30,1 en 1970 y a solo 6 en 1990. En la actualidad se estima que es de 5, una de las más bajas del mundo, según datos difundidos por la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Si tenemos en cuenta que, según el Instituto Nacional de Estadística (INE), en 2016 nacieron en España 408.384 niños, una veintena de mujeres murieron en el parto o poco después (las cifras no son exactas, como se verá). Más allá de que sean pocos casos, cada uno es una tragedia para su entorno. La pregunta que surge entonces es: ¿por qué, con todos los avances de la medicina y la tecnología, todavía hay mujeres que mueren en estas circunstancias?
La hemorragia posparto, principal causa de muerte en el parto
El caso es que, aunque los riesgos se puedan reducir al mínimo, no se pueden eliminar por completo. La principal causa de mortalidad materna en los países desarrollados es la hemorragia obstétrica posparto, un problema que puede sufrir, potencialmente, cualquier mujer. Existen algunos factores de riesgo, como alteración de la coagulación, rotura uterina de una cesárea previa, traumatismo en el canal del parto o en la incisión de la cesárea, retención de restos placentarios, etc. Por ello, los controles previos son tan importantes como una forma de prevención.
Después de la hemorragia posparto, las causas más importantes son la preeclampsia, la hipertensión inducida por el embarazo (dos problemas íntimamente relacionados entre sí) y el embolismo pulmonar (el bloqueo súbito de una arteria en los pulmones, ocasionado por un coágulo que se suele formar en la pierna y subir por el torrente sanguíneo).
Estos datos surgen de la última encuesta sobre Mortalidad materna en España, realizada por la Sociedad Española de Ginecología y Obstetricia (SEGO) y publicada en 2015. Este documento enumera también algunas causas obstétricas indirectas, entre las cuales se encuentran la hemorragia cerebrovascular, la existencia de una neoplasia (una masa anormal de tejido de carácter tumoral, que puede ser benigno o maligno), infecciones y patologías cardiovasculares, digestivas o respiratorias.
Subestimación en las cifras oficiales
En la citada encuesta, que abarca el periodo 2010-2012, la SEGO analizó más de 266.000 nacimientos, que representan casi una quinta parte del total. Y ratificó un concepto que ya había señalado en las encuestas anteriores: las cifras oficiales -es decir, las del INE- exhiben una subestimación de los datos reales. De hecho, la tasa de mortalidad materna que arroja como resultado este trabajo (6 por cada 100.000 nacidos vivos) es casi el doble de la publicada por el INE (3,11).
“Numerosas publicaciones evidencian que las estadísticas oficiales no revelan la dimensión real del problema”, destacaba ya unos años atrás una Revisión sobre mortalidad materna en España, elaborada por un equipo de matronas del Hospital Universitario La Paz y la supervisora del área de partos del Hospital Universitario Puerta de Hierro, ambos de Madrid.
Según esos especialistas, las probables causas de esa subestimación son tres:
- déficit en la declaración al cumplimentar los certificados médicos.
- una codificación inadecuada.
- la falta de investigación sobre el estado grávido-puerperal al cumplimentar el certificado de defunción.
La mortalidad materna, “una de las mayores injusticias”
Como destaca el documento de la SEGO, “la situación actual de la mortalidad materna representa una de las mayores injusticias”. Y es que, según los datos de la OMS, hasta el 99% de las muertes de mujeres en el parto o el puerperio se producen en los países en desarrollo. La situación es dramática sobre todo en el África subsahariana, donde la tasa de muertes es de 547 por cada 100.000 nacidos vivos. La Unión Europea es la otra cara de la moneda, con una tasa de 8 (y más baja aún, 6, en la “zona euro”). Estos son datos publicados por el Banco Mundial.
Un caso particular es el de Estados Unidos, que en el último cuarto de siglo, a diferencia de casi todo el resto del mundo, vio crecer sus tasas de mortalidad materna hasta 26,4 (siempre por cada 100.000 nacidos vivos), después de haber llegado, en la década de 1980, a una cifra en torno a 7-8, como Europa ahora.
Con esos índices, la primera potencia mundial muestra una situación peor que países con economías mucho más débiles, como Irán, Líbano, Turquía y Puerto Rico. La situación, como es lógico, ha comenzado a encender algunas alarmas.
Reducir la mortalidad materna fue uno de los llamados Objetivos de Desarrollo del Milenio de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). En concreto, la meta fue reducir en tres cuartas partes las cifras globales de 1990 para 2015. No se logró: la baja fue importante, pero del 44 %. El nuevo reto, planteado para 2030, es lograr que la tasa de mortalidad materna a nivel mundial sea menor a 70 por cada 100.000 nacidos vivos. En la actualidad es de 216, lo cual equivale a unas 830 muertes diarias.
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