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Horario de verano: ¿realmente afecta a nuestro organismo?

Foto: Vic (hang_in_there)

Jordi Sabaté

27 de marzo de 2017 20:22 h

En la madrugada del 25 al 26 de marzo algo nos robó la medianoche. En el momento de dar las doce, el reloj saltó directamente a la una de la mañana gracias a un Real Decreto de 2002, que a su vez asume una disposición europea de 2001.

En realidad este fenómeno arbitrario, determinado como una convención, se ha venido adoptando a lo largo del pasado siglo de un modo más o menos regular por diversos motivos, entre los que destaca el presunto ahorro de energía al aprovechar mejor las horas de luz.

Es lo que denominamos horario de verano y en España se aplica con regularidad desde la crisis del petróleo de 1973, pero en Estados Unidos su origen se sitúa en la primera guerra mundial y antes.

En 1784, Benjamin Franklin lo propuso a los revolucionarios estadounidenses como una medida para ahorrar gasto en velas y cerillas durante las estrecheces de la postguerra que siguió a la Guerra de la Independencia. 

Más allá del debate sobre si este cambio favorece o no el ahorro energético, hay otra controversia más discreta pero no por ellos interesante: ¿afecta de algún modo a nuestra salud y nuestro estado de ánimo el cambio de hora?

Al fin y al cabo, al menos ese día dormimos una hora menos y para muchas personas esta pérdida de horas de sueño se prolonga hasta que consiguen adaptarse al horario veraniego.

El tiempo que tarden en hacerlo depende de muchas circunstancias, entre ellas la edad, pero puede ser la línea que separe el ligero inconveniente de acostumbrarse a que las siete de la tarde ahora son las ocho, del trastorno, nunca grave, que genere un decaimiento físico y psíquico que se arrastre como mucho durante un par de semanas.

En los casos más extremos, el salto al horario de verano puede ser similar a un 'jet lag' en un vuelo hacia el Este en el que perdamos una hora de sueño. En consecuencia, los síntomas serán proporcionales a esa hora perdida.

Importa el contexto primaveral

“El trastorno por el paso al horario de verano hay que situarlo en su contexto, que es el de la llegada de la primavera, en la que aumenta la temperatura, la humedad y las horas de sol; esto provoca un aumento tanto de insectos como de polen en el aire, que son los agentes reactivos de todo tipo de alergias”, explica el endocrinólogo Xavier Ordóñez. “Todos estos factores intervienen sobre el balance hormonal de las personas -aunque con mayor calado en unas que en otras-, lo que explica la mayor sensibilidad a los cambios que tenemos en primavera”.

La primavera, la sangre altera. Ordoñez, que está de acuerdo con el refrán, explica que el cambio horario es “para muchos individuos, que ya estaban al borde de un desajuste hormonal, el gatillo que dispara una serie de síntomas como dormir poco y mal, sentirse cansados y también melancólicos, de manera que muestran una inusual incapacidad para adaptarse al simple adelanto de una hora”.

El médico cita el descenso de la melatonina, una hormona sedante que se produce durante el sueño y nos ayuda a descansar mejor, como uno de los detonantes del malestar por el cambio horario: “La melatonina tiene su pico de producción en la oscuridad y durante el día se produce menos; si al aumento de horas de sol le unimos una desestabilización horaria que roba tiempo de oscuridad, se produce un descenso que genera un descanso de mala calidad y que a su vez redunda en una menor producción de esta hormona”.

Un trastorno exagerado y no catalogable

Este círculo vicioso, que de todos modos no es acentuado, se rompe solo cuando nos adaptamos al nuevo horario y recuperamos el ritmo normal de sueño, algo que algunas personas hacen con más facilidad que otras.

Por otro lado el médico destaca también que tanto las alergias como los cambios solares y de temperaturas pueden incidir negativamente sobre la producción diaria de serotonia y dopaminas, ambas hormonas relacionadas con el estado de ánimo, lo que fomenta la melancolía en primavera.

Además, la serotonina es un precursor de segundo grado de la melatonina, con lo que su descenso incide también negativamente en la producción de la llamada 'hormona del sueño'.

Sin embargo, no todos los especialistas creen que la dificultad de adaptación al cambio horario pueda catalogarse como trastorno. “Es cierto que algunas personas pueden experimentar algún tipo de malestar, especialmente a partir de los cincuenta años, que es cuando los niveles de serotonina corporales empiezan a descender, pero es exagerado decir que existe un trastorno”, opina la también endocrinóloga Mercè Rabià.

Rabià argumenta que en caso de existir el trastorno “las personas mayores de cincuenta no podrían hacer viajes transoceánicos porque se pasarían semanas abatidas y melancólicas debido al 'jet lag'; por no hablar de trasnochar el fin de semana, ya que perderían varias horas de sueño, cuando no toda la noche”.

Para ella, el cambio de hora veraniego requiere una facilísima adaptación, a lo sumo de un par o tres de días, “pero nunca es un trastorno como sí podría serlo la astenia primaveral, que es lo que queda enmascarado tras la supuesta inadaptación horaria”.

Rabià explica que hay “un montón de estudios a favor y en contra de este falso trastorno”, desde aquellos que dicen que aumentan los infartos y los suicidios tras el paso al horario veraniego, hasta los que indican que no pasa absolutamente nada o, incluso, que los efectos son positivos al disfrutar de más horas de sol.

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