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Horario de invierno: siete modos en que puede afectar a nuestra salud

El otoño será cálido tras un verano marcado por dos intensas olas de calor

Jordi Sabaté

Este 2019, el cambio de hora al horario de invierno se hace la madrugada del sábado 26 al domingo 27 de octubre, e implica que a las tres serán las dos, o lo que es lo mismo, que serán dos veces las dos de la madrugada al atrasarse los relojes una hora. El resultado es que ese día podremos dormir una hora más y aprovechar el tiempo de la misma manera.

No obstante, más allá de debates sobre el hipotético ahorro de energía que puede significar adaptar el horario a la luz solar para ahorrar en luz artificial, este cambio horario puede tener cierta incidencia sobre nuestra salud que conviene tener en cuenta. Las alteraciones a corto plazo no son tan drásticas como en el cambio al horario de veranoel cambio al horario de verano, en la que se pierde una hora de sueño y se sufre una mayor exposición solar, con implicaciones en la secreción de determinadas hormonas.

En cambio, a medio plazo sí pueden tener más incidencia, debido a que la reducción de horas de sol del horario de invierno aumenta la secreción de melatonina, una hormona que interviene en la regulación del sueño y posee efectos hipnóticos y relajantes. También porque reduce a su vez la de serotonina, con efectos euforizantes, de bienestar y de control del hambre.

A continuación te glosamos siete problemas de salud que los que podemos ser víctimas a cuenta del cambio de hora en adaptación al horario de invierno:

  1. Cansancio en los primeros días: es posible que aunque el primer día durmamos una hora más, el domingo por la noche nos sintamos cansados antes por estar todavía en horario de verano, en el cual a las diez de la noche el reloj nos marcará las nueve. Por contra, es probable que nos despertemos antes por el mismo efecto de costumbre de nuestro reloj biológico. Es decir que si estamos acostumbrados a levantarnos a las siete de la mañana, los primeros días tras el cambio nos encontremos despiertos a las seis (las siete del horario de verano). A este trastorno es normal adaptarse con rapidez, aunque las personas mayores pueden tardar más y acusar el cansancio si no se amoldan a los nuevos horarios.
  2. Sedentarismo: la adaptación a unos horarios con menos horas de sol comporta un importante aumento en la secreción de melatonina, lo que nos hace estar más relajados y menos activos, con menos apetencia por el ejercicio físico. Dejarse llevar por esta inercia puede ser peligroso, ya que con el sedentarismo se aumenta el riesgo de sufrir sufrir problemas cardiovasculares. Más si se fuma o se consume alcohol.
  3. Mayor incidencia de catarros y gripe: por la misma regla de tres, los mayores niveles de melatonina en sangre, puesto que empieza a segregarse antes, con la caída del sol, nos hacen tender a permanecer recluidos en casa con la familia o las compañeras y compañeros de piso. De este modo se uno de nosotros se resfría, es más posible que en un ambiente cerrado y seco -debido a la calefacción- lo transmita al resto.
  4. Aumento de peso: derivado del sedentarismo y la mayor permanencia en espacios cerrados, generalmente inmóviles, puede inferirse que el aumento de grasa corporal y el sobrepeso está servido. Más si se tiene en cuenta que una hormona estimulada por la luz solar como es la serotonina desciende sus niveles en el horario de invierno. La serotonina está relacionada con el bienestar y la satisfacción, así como con la sensación de saciedad al comer. Así, es posible que en horario invernal sintamos mayor sensación de hambre.
  5. Déficit de vitamina D: una de las principales fuentes de vitamina D es la incidencia de la luz solar, concretamente de los rayos ultra violeta, sobre nuestra piel. Al disminuir la luz solar en horario de invierno estamos menos expuestos a los rayos y sintetizamos menos vitamina D, con lo que corremos el riesgo de padecer carencia, lo cual es especialmente preocupante en gente mayor así como en niños muy pequeños. Por otro lado, la ciencia ha confirmado que los suplementos de vitamina D apenas son eficaces. La solución es buscar un hueco a lo largo del día para exponernos a la luz solar, al menos de cara y brazos, durante unos 20 minutos.
  6. Mayor incidencia de roturas oseas: el cuerpo precisa del concurso de la vitamina D para asimilar el calcio de los alimentos, que se utilizará a nivel sérico en forma de la hormona calcitriol (conocida también como vitamina D activa) y celular. Sin calcio procedente de los alimentos, nuestro cuerpo se ve obligado a tomarlo de las reservas oseas, disminuyendo la densidad ósea y aumentando el riesgo de osteporosis, con lo que la probabilidad de fracturas es mayor. Esto es especialmente importante en el caso de personas en general por encima de los 60 años y más concretamente en mujeres menopáusicas, sin importar la edad. De nuevo se subraya la importancia de tomar el sol a diario a poder ser.
  7. Melancolía depresiva: con la disminución de las horas de luz solar desciende la secreción de serotonina, con efectos euforizantes, y aumenta la de melatonina, que ya hemos dicho que tiene efectos hipnóticos. Hay personas que se sienten más tranquilas y relajadas en este horario, pero otras precisan de mayores niveles de serotonina, y otras hormonas de secreción estimulada por el sol, para no caer en un trastorno melancólico depresivo, que normalmente se supera en pocos días o semanas pero que puede cronificarse en determinados perfiles. A este respecto, un análisis de 2017 sobre 185.419 diagnósticos de depresión severa en Dinamarca entre 1995 y el 2012, mostró un aumento del 11% durante ese periodo. Los casos se disiparon de manera gradual después de 10 semanas.

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