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¿De verdad sirven para algo los alimentos probióticos?

Foto: Dezzawong

Eric Santaona

Por probióticos entendemos al conjunto de microorganismos, tanto bacterias como hongos unicelulares, que habitan en determinados alimentos. Tradicionalmente los identificamos con los lácteos, especialmente productos como el yogurt natural o el kéfir, pero se encuentran también en los encurtidos como las aceitunas, los pepinillos y otros fermentados. Precisamente estos microorganismos son los responsables de la fermentación que da lugar a estos alimentos.

¿Por qué tanto revuelo en torno a los probióticos?

Los probióticos son especies idénticas, o muy similares, a las que habitan en nuestra flora intestinal y por tanto tienen importantes funciones reguladoras de la digestión, las reacciones autoinmunes, entre ellas las alergias, e incluso la regulación de la salud cardiovascular, al parecer a través del control de la saciedad al comer, lo que evitaría la obesidad. Tener una flora intestinal rica y variada en microbios beneficiosos nos evita la prevalencia de patógenos malignos, por ejemplo.

Pero incluso la presencia de patógenos es necesaria en la flora, en bajas proporciones, para controlar al sistema autoinmune y mantenerlo 'ocupado', de modo que no ataque a nuestro propio cuerpo. En otras palabras, la función de la flora intestinal en nuestro organismo es extremadamente compleja e importante, hasta el punto que muchos expertos la consideran un órgano más que hay que cuidar y mantener.

Con motivo de este mantenimiento de la flora intestinal en plena forma, con proporciones adecuadas de cada especie bacteriana, fúngica e incluso de determinados parásitos, que se ha generado en las últimas décadas una 'industria del probiótico' como valor añadido a diferentes productos alimentarios, en especial del sector lácteo. Es la industria del bacilo Bífidus y el Lactobacillus caseiBífidusLactobacillus casei, presentes tanto en nuestra flora como en el yogurt.

26.000 millones de euros de negocio

El sector alimentario ha vendido las bondades de sus productos supuestamente reforzados, donde los lactobacilos y otros microorganismos abundan para reforzar el recambio de tropas en el tramo intestinal anterior al recto. La teoría es que si enviamos mayores remesas de probióticos, la flora se hará todavía más fuerte y cumplirá mejor sus funciones.

Incluso, que estos aportes pueden sustituir a los probióticos destruidos por causa del abuso de alcohol, el tabaco y el estrés, que deshidratan o acidifican el medio de la flora. Otra fuente de ingresos con los probióticos procede de la industria farmacéutica y la parafarmacia, que aísla, selecciona y liofiliza cepas para venderlas en polvo con los mismos argumentos.

Estas, mezcladas con agua o con leche y tomadas regularmente, se supondría que colaboran en mantener la flora intestinal con su diversidad y potencia, además de ayudar eventualmente en determinados supuestos, como diarreas, alergias, intolerancias leves a determinados alimentos o una ingesta larga de antibióticos. Total, una cifra de negocio en 2015 de 26.000 millones de euros en todo el mundo.

¿Realmente sirven para algo?

En los pasados meses ha habido cierta polémica mediática a raíz de la aparición de un meta-análisis -un estudio de los estudios sobre el tema hasta ahora hechos- de la Universidad de Copenhague en el que se desmontaba más de un mito respecto a los probióticos. Muchos medios de comunicación se hicieron eco del mismo con con titulares en los que se insinuaba que los probióticos no servían para nada en el caso individuos sanos o directamente que eran una estafa.

En realidad el meta-análisis no decía ni una cosa ni la otra. Por un lado concluía que no hay pruebas suficientes para asegurar que la ingesta de probióticos en individuos sanos aporte mejoras en la estructura de su flora intestinal y, por el otro, se quejaba de la falta de más estudios en esta línea. Es decir, sobre los efectos de los alimentos suplementados, o directamente los probióticos en polvo, sobre las personas sin carencias.

El meta-estudio se hizo sobre los ocho estudios existentes en este campo, considerando sus autores que el universo -cantidad de estudios- era demasiado pequeño para tomar conclusiones definitivas. El resultado es que solo uno mostró mejoras significativas. Por lo tanto, lo que sabemos es que no está claro que los yogures con probióticos que nos venden sirvan para algo.

¿Hablamos de un timo?

Más bien la tendencia es a creer que no ayudan en nada, pero sin poderlo asegurar tampoco. De momento, se puede decir que no tiene sentido pagar más por un yogurt 'enriquecido' con bacterias si nuestra flora está bien asentada. Es más, que el mantenimiento de la misma puede hacerse con yogures estándar e incluso sin ellos si tenemos una dieta variada.

Por lo tanto, cuando muchas marcas de yogures nos venden las bondades para la prevención de las más variadas enfermedades, estamos ante un caso de publicidad engañosa por la que Danone, por ejemplo, ya pagó en su día 16 millones de euros en multas, en lo que se conoció como el 'caso Actimel'. Podemos concluir que, de momento, parece que los yogures enriquecidos en probióticos no tienen capacidad para prevenir enfermedades.

Sin embargo, sí existen estudios que apoyan que en el caso de desarreglos en la flora intestinal, por ejemplo tras la ingesta prolongada de antibióticos u otros medicamentos agresivos con la misma, tomar alimentos como yogures, aceitunas u otros fermentados puede ayudar a recuperarla y paliar problemas como las diarreas o las intolerancias a determinados productos. También sirven a este fin los probióticos liofilizados. En resumen, los probióticos parecen tener un efecto paliativo pero no preventivo.

Entonces, ¿cómo se puede cuidar la flora?

La flora intestinal se adquiere en los primeros años de la vida, por ejemplo a través de la lactancia o el parto natural, y normalmente es extremadamente estable si se ha formado bien. Después, ella misma se autorregenera si no hay ninguna alteración exterior o deficiencias en la alimentación. Son cepas que se reproducen en un delicado equilibrio entre las poblaciones de las diferentes especies de bacterias, hongos y otros organismos.

El añadido masivo de poblaciones externas no garantiza su integración, pero lo que sí podemos hacer es favorecerla comiendo con cierta regularidad fermentados como el yogurt y el kéfir o aceitunas y otros productos macerados con bacterias del vinagre.

También alimentándola con productos ricos en fibra vegetal -que es de donde saca los azúcares para regenerarse-, evitando los fármacos en la medida de lo posible y, por supuesto, saliendo al campo a respirar aire lleno de microbios y no obsesionándonos con el lavado continuo de las manos. E incluso tomándonos una copa de vino de vez en cuando.

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