'Pisos Mr. Wonderful' o la perversión de usar lo cuqui para alquilar viviendas de 20 metros
La búsqueda de pisos de alquiler en plataformas no solo se ha convertido en una experiencia altamente frustrante, sino detectivesca. A la escasa oferta de viviendas y los precios desorbitados, hay que añadir la capacidad de escudriñar en cada foto y descripción si ese piso céntrico que destila fotogenia, decorado con colores vibrantes y cuyo anuncio incluye un claim motivacional que reconocemos de alguna taza Mr. Wonderful, es siquiera habitable.
La crisis de vivienda es el tema del momento, con la recién aprobada Ley y las campañas políticas por las elecciones del 28M centrando el tiro y la conversación en torno al alquiler. Es uno de nuestros grandes problemas estructurales: el Banco de España señala que la mitad de los inquilinos del país se encuentra en riesgo de “de pobreza o de exclusión” debido a los elevados precios del alquiler y los bajos salarios.
Pero no solo es una cuestión de precios. La especulación y la precariedad se cristalizan también en la configuración interior de las casas, en cómo se reforman y decoran, y en la manera en que estas son presentadas en el mercado cuando se busca a la desesperada donde alquilar.
No hay más que introducir un filtro de búsqueda de pisos en alquiler con menos de 40 m² en los centros de urbes cuyos alquileres son más caros, como Madrid, Valencia, Málaga, Palma de Mallorca o Barcelona, para detectar el fenómeno. Se despliegan en pantalla las imágenes de la tragedia: estudios y apartamentos que, en el mejor de los casos, tienen una apariencia deseable; con sofás amarillos, paredes forradas de papel estampado, minineveras tipo Smeg y alguna planta colocada estratégicamente para la foto.
El problema se evidencia cuando las descripciones revelan la posibilidad de una vida encajonada en poco más de 20 m² útiles por precios de unos 900 euros al mes –con suerte–. Si además se hace un ejercicio de imaginación frente a la instantánea tomada con gran angular, llevará algunos minutos entender que bajo la ventana de esa “buhardillada con encanto” o en esa cocina “con cafetera Nespresso”, no podría una tomarse ni los vinos ni el café sin agachar la cabeza.
Este tipo de núcleos, que rondan los 30-35 m² y están compuestos generalmente por una sola estancia, a excepción del baño, “suelen localizarse en los centros urbanos, en edificios que tienen una cierta antigüedad, muchos de ellos en áticos o bajos. También son en muchos casos locales comerciales e incluso espacios que están en bajo rasante (sótanos) reconvertidos”, explica a elDiario.es Lucía López Cenamor, arquitecta en el estudio CORA Arquitectura Interior (Madrid) y profesora especializada en reformas en el Grado de Diseño de Interiores de UDIT (Universidad de Diseño y Tecnología).
“Son espacios que en un primer momento no se consideraban como zonas habitables a los que, en la actualidad, se les ha encontrado una nueva oportunidad de uso”. El problema que plantean, apunta la arquitecta, es que siguen sin cumplir con esa función de habitabilidad y, en muchos casos, tampoco lo hacen con la normativa urbanística.
“En Madrid, por ejemplo, las últimas modificaciones del Plan General de Ordenación Urbana señalan que la vivienda mínima tiene que contar con una superficie útil superior a 40 m², sin contar las terrazas, balcones, tendederos ni los espacios con altura libre de piso inferior a 2,20 metros. Esta superficie mínima puede verse reducida hasta los 30 m² en el caso de los estudios. Todo lo que esté por debajo de esa cifra no cumpliría la normativa y sería ilegal”, dice López Cenamor.
Decoración dopamina: la industria de la felicidad se cuela en tu casa
Bajo su criterio, este tipo de reformas ha abierto la puerta a “una nueva etapa de especulación inmobiliaria”. Estas se conjuran con el afán por los interiores instagrameables y tendencias como la decoración dopamina –popularizada a través de las redes sociales especialmente tras la pandemia– convirtiéndose en el “anzuelo perfecto para posibles inquilinos”.
“Los acabados, mobiliario y elementos de decoración serán los encargados de enmascarar la deficiente habitabilidad que tienen muchas de estas miniviviendas. No podemos recurrir a una línea de estilo minimalista, puesto que ya de por sí el espacio es minimal y dejaríamos al descubierto sus insuficiencias. La estrategia es acudir al efecto contrario, a un maximalismo que tenga efecto llamada: colores, texturas y estampados que, combinados entre sí, hechicen al usuario”.
El boom de la decoración dopamina, que recibe su nombre a partir de este neurotransmisor conocido popularmente como una de las “hormonas de la felicidad”, trae además consigo un discurso. Uno alineado con los intereses de la industria del bienestar y de la felicidad.
En los vídeos de TikTok donde los usuarios muestran sus espacios dopamínicos –la etiqueta #dopaminedecor cuenta con 9.400 millones de visualizaciones en la red social china–, a menudo se alude a la virtud de estos elementos para “traer alegría a tu vida”. Una expresión que ya nos suena porque popularizó (y capitalizó) primero la gurú del orden Marie Kondo.
Los acabados, mobiliario y elementos de decoración serán los encargados de enmascarar la deficiente habitabilidad que tienen muchas de estas miniviviendas
Pero no funciona verdaderamente en este sentido. Según apunta la arquitecta Lucía López, “la decoración dopamina tiene ciertos riesgos, los colores brillantes y los estampados extravagantes tienden a fatigar el cerebro a la larga” y no es idónea para espacios en los que “el usuario vaya a pasar cantidad de tiempo”. Además entronca con otro tipo de mensajes que se lanzan desde la industria de la felicidad, a menudo con formulaciones simples que prometen soluciones grandes –un cambio de muebles o cojines que te hará sentir mejor, por ejemplo– y que acaban en algunos casos generando el efecto contrario: un positivismo tóxico que merma la salud mental.
Véanse algunos de los vídeos sobre decoración dopamina en redes en los que, más o menos en serio, los usuarios anuncian que, para estar felices, prefieren invertir en decorar su casa que en terapia. Cronistas sociales como Barbara Ehrenreich en Sonríe o muere: la trampa del pensamiento positivo (Ed. Turner) o la socióloga Eva Illouz y el psicólogo Edgar Cabanas en Happycracia: cómo la ciencia y la industria de la felicidad controlan nuestras vidas (Ed. Contextos), llevan tiempo advirtiendo sobre el peligro de este tipo de enunciados.
Branding inmobiliario: el poder de lo cuqui y emocional
En El poder de lo Cuqui, editado en España por Alpha Decay, el ensayista y filósofo Simon May reflexiona sobre el valor simbólico de este tipo de estética y de expresión que tira de imágenes blandas, redondeadas, muy coloridas, de formas suaves e indeterminadas pero ciertamente cuquis y de aire infantil; en cómo estas se convierten en reflejo de un momento social de incertidumbre y en su capacidad persuasiva.
Escribe May que la habilidad de estos códigos estéticos para despertarnos ternura y empatía opera activando nuestras emociones y adhesiones. “Anuncios, productos de consumo, nombres comerciales y logos [...] explotan su vanguardista encanto, su inocencia consciente, su espeluznante juego con la idea de juego, su autoironía, su aparente rechazo tanto de la cruda realidad como de los grandes ideales”. Lo Cuqui consigue así incitarnos al consumo y al coleccionismo, y acaba también por colonizar nuestras casas.
Basta un segundo paseo por las plataformas de alquiler bajo los mismos parámetros de búsqueda para captar en el ambiente algo de esto. Inmobiliarias que se presentan bajo nombres como Soñar Contigo (Arena Inversores), con una imagen construida a base de letras redondas y pueriles en sintonía con el interiorismo de sus pisos. Otras como Mivivienda.es, cuyo logo es una casa flotante que cuelga de un globo en forma de corazón y con un claim que reza: “compra con la cabeza y vende con el corazón”.
La inmobiliarias emplean mensajes motivacionales para vender casas y que olvidemos la precariedad de los espacios que habitamos
Y una versión más sofisticada de estas, con viviendas de mayor rango pero que nació también con vocación de acercarse a vendedores e inquilinos desde este plano: The Home Hunter, que en sus inicios se autodenominaba como “inmobiliaria emocional”. Aunque su cofundadora, Tessa Muga, dice en conversación telefónica a este periódico que su característica forma de dirigirse a sus usuarios en redes y en sus anuncios –en primera persona y apelando a la emoción–, que les ha convertido en referentes en este tipo de marketing que ahora replican otras inmobiliarias, no partió de una estrategia sino de sus “ganas de hacer las cosas de una forma diferente” y “con emoción”. Su primer eslogan, del que ya se han desprendido, fue “Home & rock and roll”.
Carlos Javier González Serrano, profesor de filosofía y psicología que dirige el podcast A la luz del pensar (RNE), hace la siguiente reflexión sobre el fenómeno de estos 'pisos Mr. Wonderful' y los códigos comunicativos bajo los que se anuncian. Algo que entiende como consecuencia de las “políticas neoliberales agresivas, mediante las que cualquier evento vital cobra tintes económicos” y que intervienen también el mercado inmobiliario.
“La casa ya no es un hogar, sino un lugar de paso en medio de nuestro cotidiano y frenético trasiego entre reuniones, ejercicio físico, técnicas meditativas y encuentros con amigos”, dice el filósofo. “Por eso se emplean mensajes motivacionales para vender casas: para que podamos olvidar la precariedad de los espacios que habitamos. Se trata de un sustitutivo emocional: no tengo un hogar, pero empleando la retórica adecuada puedo convertirlo en lo que yo quiera, en lo que yo desee. Esto, en paralelo, refuerza las actitudes narcisistas y nos aleja de acciones ciudadanas en común que luchen por recuperar derechos perdidos”.
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