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Sobre este blog

Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.

Bolivia: el golpe negado

Jeanine Áñez.

Joaquín Caretti

En la famosa película “Luz de gas” -dirigida por George Cukor en 1944- el protagonista intenta enloquecer a su mujer negando la realidad de su entorno y haciéndole creer que lo que ve o escucha son imaginaciones suyas que no existen o no han sucedido. Tanto efecto ha tenido este film en la cultura, que su título ha pasado a los usos del lenguaje para señalar aquellas situaciones donde se quiere negar a otro algo de la realidad y así convencerlo de lo contrario: hacer “luz de gas”. Aggiornando este nombre estaríamos hablando de las fake news de las redes o de la manipulación informativa que desarrollan los mass media. El golpe de Estado que ha tenido lugar actualmente en Bolivia puede considerarse hoy un claro ejemplo de esto.

Se habla de golpe de Estado cuando un grupo -ya sea de militares o de civiles apoyados por estos- toma el poder político de manera abrupta e impide la normal sucesión de un gobierno de acuerdo con las formas democráticas previstas en su Constitución. En el caso de Bolivia, un sector de los ciudadanos ha contado con la colaboración de la policía y más tarde del ejército, lo cual nos permitiría considerarlo como un golpe cívico-militar.

En las elecciones generales bolivianas del 20 de octubre de 2019, Evo Morales obtuvo el 47% de los votos y diez puntos de diferencia con respecto al segundo candidato, Carlos Mesa, es decir, la diferencia necesaria para que no hubiera una segunda vuelta. Durante el recuento se produjo un apagón informativo durante 23 horas, lo cual dio pábulo a denuncias de fraude y a violentas manifestaciones de la ultraderecha que se mantuvieron varios días. Convocada la OEA para analizar la legalidad de las elecciones, esta emitió un informe donde se señalaba la existencia de posibles irregularidades y se aconsejaba por lo tanto una repetición de las mismas. Ante esto, Evo Morales llamó a todos los partidos políticos y convocó nuevas elecciones. La oposición rechazó el diálogo, la policía se amotinó y finalmente el ejército pidió la renuncia del presidente. Dada la violencia desatada y la intromisión del ejército, Evo Morales -en aras de evitar enfrentamientos cruentos en el país- presentó su renuncia, consumándose el golpe. En un parlamento vacío, una nueva presidenta fue ungida como tal por los diputados minoritarios de la oposición. Ya desde el balcón presidencial y con la Biblia como bandera dijo: “Esta biblia es muy significativa para nosotros: nuestra fuerza es Dios, el poder es Dios”.

A partir de ese momento se inicia la represión de los sectores populares afines a Morales, los cuales manifestaban pacíficamente su resistencia al cambio que se les había impuesto por la fuerza. Previamente se habían quemado las casas de algunos ministros, la wiphala -bandera de los pueblos originarios-, saqueada la casa del propio presidente y amenazado a sus familiares. El número de muertos, heridos y detenidos se incrementó progresivamente y Morales, exiliado en México, es acusado de sedición y terrorismo. Se promulga una ley, propia de un gobierno dictatorial, para exonerar a las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado de cualquier responsabilidad en las acciones que la represión ocasione con el fin de mantener el orden: “ley de muerte” la llaman.

Inmediatamente EEUU, varios países de América Latina, China, Rusia y la UE reconocen al nuevo gobierno golpista y comienza la batalla por el relato, dirigida a legalizar lo ilegalizable.

La subjetividad de la época no tolera del mismo modo que antaño la alteración del orden democrático, por lo que un golpe, producido en el seno de las llamadas democracias occidentales, tiene que ser disimulado, velado, negado para que sea aceptado por la opinión pública. Las nuevas formas del golpe necesitan que lo sucedido sea nombrado de otra manera y, por ende, es preciso instalar un relato mendaz pero eficiente. Se requiere hacerle “luz de gas” al mundo y en esto no se escatiman esfuerzos ni se repara en los medios a utilizar. De forma generalizada se intenta hacer creer que lo que sucedió allí no ha sido un golpe, sino la respuesta indignada y justa de un pueblo en contra del dictador que busca perpetuarse en el poder cometiendo un fraude electoral. Morales pasa así de ser víctima de una ruptura flagrante del Estado de derecho a ser el causante de esta. Paradójicamente, efecto del movimiento especular, los mismos argumentos que se derivan de las reglas del Estado de derecho y de la lógica democrática son tergiversados y utilizados para justificar el golpe de Estado. De acuerdo con el informe de la propia OEA, su secretario general manifiesta que el golpe lo dio Evo Morales al cometer, él mismo, fraude en las elecciones, aun cuando dicho informe haya sido refutado por distintos organismos independientes,quienes afirman que Morales ganó en primera vuelta con la diferencia suficiente y queinexisten pruebas fehacientesque demuestren dicho fraude.

Es evidente que no interesa saber si realmente hubo fraude o no. De lo que se trata es de instalar la idea de que lo hubo y de que por lo tanto el golpe dado es en realidad un movimiento por la libertad y la democracia. Tampoco interesa seguir las recomendaciones de dicho informe -la repetición electoral-, puesto que este había sido rechazado de plano por la oposición antes de ser emitido. Ya estaba instalada la voluntad política de consumar un golpe al estado democrático vigente siendo que el mandato de Evo Morales concluía en enero de 2020.

Asistimos a las nuevas formas que cobran las amenazas a la democracia por lo cual el pensamiento ilustrado no puede dejarse llevar, como está sucediendo, por esta “luz de gas”. Valga como ejemplo la entrevista a Rita Segato, conocida antropóloga y feminista argentina y su llamamiento a la autocrítica por parte de Morales y su gobierno, llamamiento inoportuno y funcional -posiblemente sin quererlo- al golpe de Estado que sacude Bolivia.

Es del máximo interés que la opinión ilustrada haga uso de su pensamiento crítico y se comprometa decididamente con la democracia y el Estado de Derecho, rechazando sin miramientos este golpe de Estado y a su gobierno, este sí, fraudulento. No condenarlo es avalarlo y no valen las críticas que se vierten sobre Evo Morales para justificar el golpe. No vale aducir -como muestra de un autoritarismo insoportable al que había que poner fin por cualquier medio- el fallo favorable que obtuvo en la apelación que hizo al Tribunal Constitucional para sortear el resultado del referéndum de 2016, el cual le impedía presentarse a estas elecciones. Una salida democrática a esta situación era posible y, a pesar de ello, la ultraderecha -apoyada por el ejército y los conocidos de siempre en Latinoamérica- empujó en la dirección contraria, no hesitando en reprimir y matar.

Los mercaderes han vuelto a entrar en el templo y esta vez su objetivo se llama Bolivia, uno de los países de América del Sur potencialmente más ricos en recursos esenciales que, además, tiene desde sus orígenes un conflicto étnico y religioso que no está resuelto (“nunca más volverá la Pachamama al palacio de gobierno”, Camacho dixit), una confrontación compleja y persistente entre los blancos y los pueblos indígenas.

Finalmente, el gobierno golpista ha conseguido doblegar al MAS (¿qué otra salida le quedaba?), partido mayoritario en el Parlamento, al promulgar, con la anuencia del presidente exiliado, una ley que fija las condiciones para una consulta electoral no antes de cinco meses, sin Morales ni Linera. Esperemos que estas se realicen, que el pueblo boliviano deje de ser masacrado y sepa elegir.

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Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.

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