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15ta Champions, no decimoquinta

Eduardo Camavinga sostiene el trofeo de la decimoquinta victoria del Real Madrid en la Liga de Campeones

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Un disparo de Fulano lamió el poste, y otro besó la red. Mengano colocó el cuero en el lugar de la portería rival en el que habitan las telarañas. Zutano oxigenó a su escuadra mejor que nunca. Como bien dijo en una ocasión Alfredo Di Stéfano a voces a sus pupilos, cuando era entrenador, si “el balón está hecho de cuero, el cuero viene de la vaca y la vaca come pasto, ¡echá el balón al pasto!”. O como sentenció Jorge Valdano, “Butragueño expande calidad siempre, sea a gotitas o a borbotones. ¡No se puede ser sublime sin interrupción!”.

El periodismo deportivo y los más creativos ―en el juego y en su relato― de los profesionales del fútbol contribuyen de modo extraordinario al lucimiento de la lengua, a la evolución lingüística, al cambio lingüístico. Han inventado metáforas brillantes, perífrasis sorprendentes, adjetivos nuevos, apelativos ingeniosos.

El sábado pasado, tras la gran final de la principal competición europea de fútbol, me encontré esto en la portada de la edición en línea del diario Clarín: “Real Madrid llegó a la 15ta Champions e hizo aún más gigante su historia”. 15ta en vez de 15ª o de decimoquinta. Los puristas, los normativistas y los que la lingüista Elena Álvarez Mellado llama grammarnazis deben de estar echándose las manos a la cabeza. Pero quizás dentro de poco esa forma de Clarín de escribir los ordinales se haya generalizado en muchos otros medios.

El periodismo deportivo es capaz de lo mejor, pero también de lo peor. Hay profesionales capaces de encadenar en la misma crónica o en la misma retransmisión ristras inacabables de lugares comunes: “Fulano hace historia”; “Mengano está que se sale”; “Zutano está intratable”, o “se borra”, o “lo borda”, o “no perdona”, o “vence y convence”.

Hace unos años, en una retransmisión radiofónica, a un Numancia-Real Zaragoza lo llamaron “el derbi del Moncayo”. Cuando lo escuché por primera vez me pareció espléndido, poético, becqueriano, machadiano. Cuando el locutor lo dijo por 15ta vez en media hora me dio grima.

Di Stéfano, Valdano, Clarín… Otro argentino, Carlos Salvador Bilardo, fue el protagonista inicial de una de las más hilarantes anécdotas lingüístico-futbolísticas que se recuerdan. Anécdota además bilingüe.

Febrero de 1993. Deportivo de La Coruña-Sevilla, en Riazor, el estadio del primero. Por aquel entonces, Bilardo entrenaba al Sevilla y Maradona era su jugador estrella. Este ―Pelusa, Pibe de Oro, Diegol y Barrilete cósmico fueron algunos de los apelativos que le puso la prensa― choca en un lance del juego con un jugador local. Salen las asistencias del Sevilla y atienden también al jugador rival, que ha resultado peor parado. Y Bilardo estalla desde el banquillo. “¡Los de colorado son los nuestros, qué me importa el otro! ¡Al contrario pisalo, pisalo!”.

Amplificado por la televisión, que lo grabó y difundió urbi et orbi, el “Pisalo, pisalo” de Bilardo se convierte en el español de España en 'Písalo, písalo“, cántico con el que saltan muchas aficiones en otros estadios cuando un jugador local choca o forcejea con otro del equipo visitante. Por lo general no había tanto un afán de violencia contra los rivales como un intento fogoso de animar a los propios.

Dos años largos después, el 6 de abril de 1995, el Real Zaragoza y el Chelsea inglés se enfrentan en La Romareda, el campo del primero, en las semifinales de la Recopa de Europa. Los maños van ganando 3-0 a comienzos de la segunda parte, los aficionados ingleses desplazados a Zaragoza estallan en improperios contra los jugadores de su equipo, y los aficionados locales replican al unísono espoleando a los suyos con el “Písalo, písalo” bilardiano. Máxima tensión en las gradas, algún conato de agresiones. El árbitro se plantea parar el partido.

Finalmente no hubo nada grave. Al día siguiente, muchas crónicas de la prensa británica relatan los incidentes y alaban la grandeza del fútbol y de la afición zaragocista, que durante la bronca en las gradas cantaba al unísono lo que a los oídos de los plumillas era “Peace and love, peace and love”.

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