La Península Ibérica ha sido puerta y puente de civilizaciones. El mar, autopista para llegar a tierra firme. Por aquí han pasado fenicios y griegos, han atracado cartagineses y romanos. En época andalusí, Córdoba conectaba con Bagdad y, siglos más tarde, salieron galeones rumbo al chocolate de las Américas. El fondo marítimo está repleto de “tesoros” que nos sirven para comprender nuestra historia. El Patrimonio subacuático lo forman “los rastros de existencia humana que tengan un carácter cultural, histórico o arqueológico, que hayan estado bajo el agua, parcial o totalmente, de forma periódica o continua, por lo menos durante 100 años”, según la UNESCO.
Los arqueólogos subacuáticos rehuyen de hablar de tesoros, porque el patrimonio no tiene precio y su valor reside en conocer lo que fuimos para saber lo que somos; es por eso que en la Convención de 2001, la UNESCO prohibió el pillaje y la explotación, así como animó a proteger –y salvaguardar– los objetos, restos humanos, buques o aeronaves y cargamentos enclavados bajo del mar.
Carlos de Juan es arqueólogo y lleva trabajando en esta disciplina subacuática desde 1996. Es buzo profesional y dirige la investigación del Pecio Bou Ferrer: un buque de la época de Nerón encontrado a mil metros de la playa Vila Joiosa (Alicante) y 28 metros de profundidad, y cargado con más de 3000 ánforas de aceite. “Nuestro objetivo no es sacar cosas antiguas de debajo del agua”, explica a elDiario.es, “nosotros nos dirigimos al yacimiento con preguntas: queremos saber sobre la antigüedad, sobre cómo vivían esas sociedades. Y para obtener respuestas realizamos la excavación arqueológica bajo el mar”.
Tenemos que abrir nuestras perspectivas y pensar que el patrimonio subacuático no solo son restos de barcos y ánforas bajo el mar
Para la UNESCO la conservación in situ de los yacimientos es prioritaria, solo se autoriza levantarlas del agua “cuando constituyan una contribución significativa a la protección, al conocimiento o al realce del patrimonio”. Así que el primer paso –y el más trascendental– es documentar qué se encuentra en el lugar, y leerlo a través del contexto arqueológico y cultural.
“Tenemos que abrir nuestras perspectivas y pensar que el Patrimonio Cultural Subacuático no solo son restos de barcos y ánforas bajo el mar”, cuenta la arqueóloga subacuática Rocío Castillo Belinchón desde el Museo Nacional de Arqueología Subacuática, situado en Cartagena, “También podemos encontrar restos más antiguos en aguas continentales, enterramientos como el Dolmen de Guadalperal, que se quedó sumergido en el embalse de Valdecañas (Cáceres) o un poblado neolítico como el de La Draga, localizado bajo las aguas del lago de Banyoles y a la orilla del mismo. Así como restos de submarinos o barcos hundidos en la 1ª y 2ª Guerra Mundial”.
Castillo Belinchón asegura que “los compañeros de Cataluña están excavado el poblado bajo el agua porque parte de este se quedó en la orilla del lago y parte debajo”. Los hallazgos en La Draga no cesan: se han encontrado unos dientes de sable de 2.5 millones de años de antigüedad. Por eso es tan importante el primer paso de la labor arqueológica subacuática: documentarlo todo. “El trabajo en seco en bibliotecas, revisar antecedentes y archivo, mirar los materiales de museos, y en nuestro caso concreto, estudiar la cartografía del litoral, de los puertos y los ríos. Además de recoger información oral tanto de pescadores como de agentes locales”, asegura Rocío Castillo.
No se puede excavar sin permiso y para que las autoridades te lo den “hay que presentar un proyecto integral: desde documentar, planificar, desarrollar la prospección en la excavación, y si se retira material, contar con el apoyo de conservadores, programar el laboratorio del estudio y al museo al que irá”.
Tan importante es la investigación como la difusión: en el Museo Nacional de Arqueología Subacuática se conservan restos de los barcos fenicios de Mazarrón, localizados en la Playa de la Isla entre 1991 y 1994, o del yacimiento de la fragata Nuestra Señora de las Mercedes, protagonista del expolio del caso Odyssey en 2007 y posteriormente de tres campañas de documentación y excavación dirigidas por el museo entre 2015 y 2017.
Los arqueólogos del Bou Ferrer han excavado la zona de la popa donde se encontraría la despensa de la comida de la tripulación. “Allí hallamos dos universos, el puerto de Roma, Ostia; y el otro el del entorno de Gades. Hemos estudiado las piezas de cerámica de la vajilla con la que comían los marineros. Hay unas vasijas que contienen salazones, que sería como nuestra lata de atún, y sabemos que es una producción que se hacía en el puerto Ostia. Y tenemos las ánforas Dressel 20 parva que llevaban aceite para la comida de la tripulación, producidas en el Valle del Guadalquivir”, cuenta De Juan.
En España este tipo de arqueología es más una pasión que un trabajo
Es por eso que los científicos aseguran que fue un “barco de línea”, que iba de Ostia a Cádiz durante la temporada estival de navegación. “Desde mediados del siglo I, Hispania se convierte en el máximo exportador de aceite de oliva hacia Roma. El aceite es pilar de la dieta romana, tanto como condimento como para la fritura. El aceite también servía para alumbrar las calles y las casas”, explica el arqueólogo subacuático. De hecho, el Monte Testaccio, en Roma, es una colina artificial formada de cascotes de ánfora del Valle del Guadalquivir que, según Carlos de Juan, indica que el tráfico mercantil era voluminoso.
Manel Fumás también es arqueólogo subacuático, doctorando en historia y arqueología marítima, director de la investigación en las cuevas del levante mallorquín. La más conocida es la de la Font de Ses Aiguades: “Las cuevas se empleaban como punto de aguada, como lugares de abastecimiento de agua dulce en las rutas comerciales de la Península Ibérica hasta la Península Itálica. Algunas ánforas se precipitaban y hundían dentro de la caverna, y es por eso que hemos hallado auténticas capsulas del tiempo”.
Fumás dice que lo peor de la profesión es la precariedad y la falta de presupuesto: “Los mares están repletos de historias, pero las autoridades se empeñan en mirar hacia otro lado porque sus museos ya están llenos. En España este tipo de arqueología es más una pasión que un trabajo”. Él mismo, actualmente, compagina sus labores de investigación subacuática con la conducción de una ambulancia de emergencias.
Trabajar debajo del agua es hostil y conlleva una presión difícil y unos tiempos limitados de permanencia
Fumás es miembro de SONARS (Sociedad Nacional de Arqueología Subacuática), desde la que intentan –incluso mediante micromecenazgo– sacar proyectos para adelante. Están pendientes de la aprobación para la investigación de un pecio romano en Tarragona, de otro pecio en Valenciacuya cronología se desconoce, y en Tenerife y Galicia otros dos barcos modernos de finales del S.XVIII y comienzos del S.XIX.
Y proyectos como el PaleoSub estudian el suelo marítimo de la plataforma continental cantábrica, desde Castro Urdiales a Ribadesella. Dentro de su equipo multidisciplinar, junto con la tecnología del buque oceanográfico Ramón Margalef –gemelo del Ángeles Alvariño–, está el arqueólogo subacuático Pablo Sainz Silió: “Estamos buscando ocupaciones humanas en el Paleolítico. Sabemos que mientras se estaban pintando las Cuevas de Altamira el agua estaba a una profundidad de menos 40 metros. Así que suponemos que las mejores cuevas y la zona más amplia de poblamiento humano en el Neolítico y el Mesolítico la tenemos debajo del agua”.
Sainz Silió asegura que trabajar debajo del agua es hostil y conlleva una presión difícil, así como unos tiempos limitados de permanencia: “Tenemos que hacer cálculos con el tiempo y la profundidad, la temperatura del agua y los medios que dispongamos al bucear. No es lo mismo ir con tu botella de aire (de manera autónoma) o con un suministro de superficie (como un cordón umbilical que te da aire desde el barco). No podemos bajar solos, tenemos que apoyarnos en equipo de superficie, e incluso que haya unos buzos de seguridad por si al buzo científico le pasa algo en el fondo”.
“Otro problema importante es que los comedores de media Europa están decorados con ánforas y restos arqueológicos, que en lugar de estar en lugares para la investigación, y para la divulgación al público en general, quedan restringidos al goce de un particular”, asegura Fumás. Algo que ratifican tanto Carlos de Juan como Pablo Sainz Silió.
“Nuestras raíces provienen del mar, nuestra identidad cultural está bajo el mar”, concluye el arqueólogo Javier Noriega, de Nerea Arqueología, grupo vinculado a la Universidad de Málaga. “Por ejemplo, en la Época Moderna, todo el desarrollo y los adelantos de la tecnología se vinculaban a las máquinas más complejas, que eran los barcos. Y esa arquitectura naval de los pueblos está por descubrir. El mar es un libro abierto esperando ser leído: sociedad, cultura y economía del pasado a nuestro alcance”.