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El hallazgo de unos restos arqueológicos en Asturias desvela ritos funerarios de la Edad del Hierro casi desconocidos hasta ahora

Rocío Niebla

21 de julio de 2021 22:25 h

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Un equipo de investigación, dirigido por los arqueólogos Susana de Luis Mariño y Alfonso Fanjul, ha localizado restos humanos pertenecientes a la Edad del Hierro en una cueva de Suarías, dentro del concejo asturiano Peñamellera Baja. Se trata de un fémur y dos cráneos, presumiblemente de mujeres, hallados junto a la panoplia –colección de armas y armaduras– de un guerrero formada por cuatro lanzas de hierro, una vaina de puñal y placas de bronce de un cinturón. También camas de freno de caballo, un cuchillo, una navaja de afeitar y un broche de bronce.

El hallazgo podría significar un avance importante en el conocimiento de los ritos funerarios de la Edad del Hierro en nuestro país. “Existen muy pocos restos humanos de la Edad del Hierro en todo el Cantábrico”, explica Susana de Luis, directora de esta investigación y conservadora del Museo Arqueológico Nacional. “Hasta ahora tenemos escasa información de qué hacían los cántabros con los muertos porque, así como en el resto de la Península conocemos las necrópolis de incineración, en el área atlántica no contamos con ellas”, añade.

Según ella, encontrar restos humanos sin incinerar como estos “evidencia unas prácticas rituales casi desconocidas hoy en día”, además de que “el análisis de los huesos nos permitirá obtener una información muy valiosa como de dónde procedían o cuál era su dieta”. 

En el mismo yacimiento también se han descubierto fragmentos de, al menos, seis recipientes cerámicos y gran cantidad de huesos de animales, entre ellos, los pertenecientes a cuatro caballos. Las armas y armaduras coinciden con el tipo de piezas que suelen encontrarse en las necrópolis de la meseta, “motivo por el cual nos planteamos que puede tratarse de un enterramiento de un miembro importante de la sociedad, aunque no descartamos el caso del asesinato y ocultación del cuerpo o el del sacrificio humano”, argumenta. 

Menos desarrollo urbanístico

De Luis es especialista en el uso de las cuevas en la Edad del Hierro en este territorio. Por eso el arqueólogo Alfonso Fanjul y el especialista en dibujo arqueológico Mariano Luis Serna contactaron con ella cuando descubrieron el yacimiento practicando espeleología en 2016. 

“El yacimiento está en una de las fincas de mi familia política”, explica Mariano Luis Serna, quien hizo el descubrimiento. “Siempre he escuchado leyendas sobre la cueva, a los niños se les asustaba diciéndoles que salían voces y los mayores creían que ahí vivían ánimas. Llevo muchos años dedicándome a la espeleología. Me decidí a bajar y vi un gran depósito de huesos con aspecto antiguo. Vi trozos de vasijas que me di cuenta que eran de la Edad del Hierro”. Mariano Luis Serna, Alfonso Fanjul y Susana de Luis pidieron los pertinentes permisos y presentaron el proyecto para poder hacer la intervención arqueológica en la cueva conocida como La Cerrosa-Lagaña.

La distribución de los pueblos prerromanos no tiene que ver con las regiones actuales. “Asturia [en singular] era casi todo León y parte de Zamora, y la Cantabria antigua llegaba desde el río Sella hasta por lo menos hasta el río Agüera, y por el sur, la montaña leonesa, la palentina y gran parte de la montaña de Burgos”, cuenta Luis Serna. Es decir que el actual territorio asturiano del Concejo de Peñamellera Baja era parte de Cantabria y, según los geógrafos grecolatinos, el pueblo que vivía ahí en la Edad del Hierro eran los Orgenomescos. 

Serna explica que la principal fuente de información sobre estos pueblos es el geógrafo e historiador griego (nacionalizado romano) llamado Estrabón (63 a. C.- 23 d. C.). “Cuenta que los pueblos del norte tienen una forma de vida más ruda que los de la meseta. Con una economía menos desarrollada, más de subsistencia, sin generar excedentes y poco cerealistas. La ganadería sería su labor principal. También dejó escrito que no tenían tanto desarrollo urbanístico como otros pueblos”.

Uso ritual

Respecto a sus costumbres y rituales Estrabón escribió que “adoraban a un Dios de la guerra, que celebraban las fiestas del plenilunio haciendo danzas y bebiendo, y que hacían sacrificios para ofrecérselo al Dios”, en palabras de Luis Serna. Estrabón también dejó documentado que los pueblos del norte sacaban a los enfermos a los caminos, a las encrucijadas, y que “hacían un rito postparto que él llamaba la covada: consistía en que cuando una cántabra daba a luz, inmediatamente después se incorpora a sus tareas, y el hombre ocupaba su lugar en el lecho con el recién nacido para de alguna manera simbólica el padre reconozca a la criatura”. Hablaban las lenguas célticas y tenían mucha conexión y comercios con los pueblos de Gran Bretaña.

“Estamos viendo que el empleo que se le da en esta época a las cuevas del Cantábrico es, fundamentalmente, de uso ritual. Por ejemplo, la cueva de Cofresnedo, en Matienzo (Cantabria), tiene elementos similares a la nuestra”, dice Susana de Luis. Ambas cuevas son comparables porque “los depósitos de armas, adornos y otros elementos de prestigio de la Segunda Edad del Hierro se vinculan a restos humanos de épocas anteriores”. Esto hace deducir a la arqueóloga que “las gentes del cambio de Era, en el contexto de las Guerras Cántabras, por tanto en un momento social complejo, pudieron realizar rituales, ofrendas y ceremonias en el lugar en el que ya lo hacían sus antepasados”. Las cuevas por tanto, eran consideradas lugares sagrados.

Entre el 26 a.C. y el 16 a.C. se produjo la conquista romana de Cantabria. “La arqueología nos está contando mucho sobre esta guerra. Fueron una serie de campañas en las que intervienen muchos militares y el Imperio tuvo que hacer grandes esfuerzos para acabar de conquistar la Península”, afirma Serna, que además indica que la guerra fue muy cruenta y que los romanos fueron expugnando castro por castro, los poblados fortificados cántabros y asturianos.  

“En el yacimiento de Suarías hemos hecho lo que se llama un sondeo, una pequeña excavación. Hemos documentado el sitio y todo lo encontrado. La cueva es estrecha y peligrosa porque tiene bastante inclinación, con un desnivel de unos cuarenta metros, así que es aparatosa para moverse y por eso fuimos un equipo reducido”, cuenta Susana de Luis. “Este yacimiento nos ofrece la posibilidad de buscar cerca y encontrar un poblado. Se conocen muy muy pocos castros. Puede que por el cementerio, que podría ser una cueva sagrada, podamos dar con dónde vivían esas gentes”, afirma Mariano Luis Serna.

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