Rafael Martos y Javier Reyes estaban buceando en las aguas de Dénia (Alicante) cuando, entre algas y peces, encontraron algo insólito: el esqueleto de un barco naufragado del siglo XIV correspondiente a la época de Alfonso de Aragón el Viejo. Además, hallaron tres piezas de cerámica totalmente intactas que ni siquiera estaban enterradas, sino a merced de las olas. Pero esta nave, en realidad, es solo la punta del iceberg de todo el patrimonio cultural que se oculta bajo aguas españolas.
“Dénia tiene un registro de más de 80 barcos hundidos de todas las épocas, desde el siglo V a.C. hasta el XIX”, explica a eldiario.es Josep Gisbert, arqueólogo del municipio alicantino. A pesar de ello, destaca que el reciente descubrimiento, ya bautizado como Derelicte Martos, tiene algo especial que no comparte con otros yacimientos. “De la etapa medieval es muy difícil encontrar un navío, no sabemos las razones. Quizá se encuentran a más profundidad”, explica el experto.
Solo existen tres ejemplos más de descubrimientos en Dénia correspondiente a dicha etapa: un tesoro de monedas de plata y cobre, una tinaja que contenía cerámicas de Manises (Valencia) y la carga de una nave del siglo XII que transportaba artefactos de Barcelona. No son simples objetos, sino restos que se convierten en evidencias de fragmentos históricos tan cercanos a la costa que, según Gisbert, “podrían estar 20 personas bañándose cerca sin saberlo”. Por ello, con la intención de evitar posibles curiosos, su localización exacta permanece secreta.
“Con este hallazgo nos ha tocado la lotería”, dicen los responsables de la revelación al periódico de información local La Marina Plaza. Conscientes de la importancia de lo que contemplaron en una de sus inmersiones, decidieron memorizar la localización para volver cuando hiciera mejor tiempo y poder grabar la experiencia en un vídeo. Previamente, recogieron las piezas para llevarlas al Museo Arqueológico, donde realizaron varios procesos para asegurar la conservación de las piezas.
“Siempre hay un protocolo de desalinización, de valoración del estado y de documentación de dibujos, porque a veces al sacarlo de la humedad que ha tenido durante siglos se produce una pérdida parcial del cromatismo”, asegura el especialista sobre los pasos a seguir en una práctica ya habitual en Dénia. ¿La razón? Según Gisbert, el municipio tuvo una gran importancia durante la época andalusí (Edad Media, entre los años 711 y 1492), ya que su puerto tenía conexión directa con Alejandría (Egipto).
Además, Gisbert apunta que en Dénia disponen de un almacén donde guardan de forma momentánea “los más de 30 años de recogida de materiales”. Se encuentran a la espera de la inauguración de un museo cuya apertura está prevista para el año que viene y que, según el experto, “convertiría el lugar en uno de los puntos más importantes de la península en cuanto a colección arqueológica”.
Un tesoro cultural bajo el mar
Gustau Vivar responde al teléfono mientras está en mitad del mar Mediterráneo a bordo del Thetis, un barco que utilizan para realizar diversos trabajos relacionados con la arqueología subacuática. En el momento de la llamada, la misión consiste en hacer un inventario de yacimientos que se encuentran varios metros bajo sus pies. “Nos sumergimos por la mañana, comemos en el mismo barco, hacemos un informe para el trabajo de la tarde y luego volvemos al puerto”, afirma el director del Centro de Arqueología Subacuática de Catalunya (CASC), que forma parte del Museo de Arqueología (MAC) y del departamento de cultura de la Generalitat.
Agosto es uno de esos cinco meses al año en los que el mar se convierte en la oficina de trabajo de Vivar. Porque el CASC es, junto al de la Comunidad Valenciana y Andalucía, uno de los centros oficiales de arqueología subacuática creados a partir de los 90. Y, según el director, desde su formación han encontrado “prácticamente de todo”. Añade que lo más antiguo sería el poblado neolítico de La Draga, “una maravilla absoluta en patrimonio cultural subacuático que está en el lago de Bañolas [en la provincia de Gerona]”. Pero no es el único.
Gustau Vivar también destaca el Deltebre I, un barco de la armada inglesa de 1813, en el marco de la Guerra de la Independencia Española, que tenía como objetivo liberar la ciudad de Tarragona. Como demuestran sus restos, la operación fracasó. Si no llega a ser por un submarinista y mariscador de la zona, que localizaron el navío en 2008, esta historia habría pasado desapercibida.
El expolio, el gran enemigo
Aunque el del Deltebre I y el del Derelicte Martos son dos ejemplos de buena actuación ciudadana, las conductas no forman parte de una tendencia. “Por cada hallazgo de este tipo hay que tener en cuenta que probablemente hay otros tantos, incluso muchos más, que se quedan perdidos para siempre”, lamenta Josep Gisbert. El arqueólogo de Dénia explica que el expolio “no está totalmente erradicado” y que “muchas colecciones privadas se han atesorado parte de esta arqueología subacuática”.
En la misma línea se sitúa Gustau Vivar, quien también señala a aquellas personas que recogen estos objetos y deciden llevarlos a sus hogares como recuerdo. “Cuando llegas a casa de alguien y ves algo así no hay que reírle la gracia, sino dar un golpe de atención y decirle: '¿Qué haces con esto aquí?'”, recrimina el director del CASC.
Este riesgo es todavía mayor en Sevilla, pero por otras razones: la Flota de Indias. Del siglo XVI al XVIII, la capital andaluza concentró todo el tráfico comercial de España con América y Asia, con la consecuente mercancía que ello implica. Según Vivar, es lo que provoca la aparición de grandes empresas cazatesoros como Odyssey Marine Exploration, que en 2007 llegó hasta el golfo de Cádiz para expoliar la fragata Nuestra Señora de las Mercedes y las 500.000 monedas que se encontraban en su interior. Después de varias disputas judiciales y alguna mentira, los restos fueron entregados por la compañía estadounidense.
“Tenemos una gran riqueza de arqueología subacuática, pero aún hay poca conciencia y control”, critica Gisbert. Para conseguirlo solo queda una opción: reflejar la importancia de historias como la del Deltebre I, algo que no parece fácil. “Lo que tenemos que hacer nosotros es esforzarnos para tener la máxima difusión y hacer que la gente se interese. Cuando eso ocurra, entonces los políticos irán detrás”, opina Gustau Vivar.