Las huellas del arte precolombino que no se han pisado
“Ninguna cultura debe repetirse, pero sí continuarse”. Esta máxima del pintor y profesor Joaquín Torres García define a la perfección Antes de América, la exposición en la que la sede madrileña de la Fundación Juan March revela las huellas de las antiguas civilizaciones americanas en la cultura moderna y contemporánea. Sus más de 600 obras, que incluyen esculturas, dibujos, documentos, fotografías y diseños, reflejan la riqueza de un legado que, como explicó el director de la institución Manuel Fontán del Junco en su presentación, “está más presente de lo que creemos”.
La exhibición abrió sus puertas la semana pasada y podrá visitarse hasta el próximo 10 de marzo. También contará con un programa educativo, un repositorio digital de arte contemporáneo latinoamericano y un ciclo de cine que proyectará películas en las tres sedes de la Fundación (Madrid, Cuenca y Palma de Mallorca). El ciclo lo componen siete películas que abarcan cinco décadas del cine en América y reflejan la interacción con la modernidad artística y sus fuentes originarias. Wara Wara (1930), de José María Velasco, y Raíces (1953), de Benito Alazraki, son dos de los títulos seleccionados por la responsable de la selección, en la que figuran igualmente obras de Jodorowsky, Eisenstein y Chano Urueta.
“Es un proyecto internacional porque abarca varios países, intercontinental porque se ocupa de todo un continente, transatlántico por cómo conecta dos continentes atravesando el océano que los separa y los une, pluricultural por los lugares y épocas que conecta; e interdisciplinar, ya que conjuga la teoría e historia del arte con la estética, la arqueología, la etnografía y la museografía”, describió el responsable en la rueda de prensa.
Otro de los comisarios indicó que, más allá de reconstruir un proceso histórico que se remonta a mucho antes de que desde Europa se bautizara como América a todo un continente; otro de los objetivos de la exposición es funcionar como punto de partida para futuras indagaciones y exposiciones.
Rodrigo Gutiérrez Viñuales, catedrático de Arte Latinoamericano en la Universidad de Granada, pertenece igualmente al equipo de comisariado y fue el encargado de explicar el recorrido de la muestra que abarca desde inicios del siglo XIX hasta la actualidad. En él se ofrece un viaje al público que va dejando poso por lo familiares que resultan los motivos de sus piezas, la cercanía de sus diseños y colores; y por cómo sus elementos resuenan dentro de un imaginario colonialista que, como tal, no siempre está acostumbrado a replantearse de dónde beben la cultura y sus exponentes contemporáneos que nos rodean en todos los formatos posibles.
Etapas encadenadas
La primera de las cuatro partes que componen la exposición, titulada Registro y reinterpretación (1790–1910), toma como referencia el periodo en el que desde Europa hubo una apuesta por las expediciones científicas –propias de la época de la Ilustración–, enriquecidas por la sublimación romántica de la concepción del viaje como experiencia, para lo que encontraron en el continente americano un territorio fértil que explorar.
“El inicio del siglo XX supuso la consolidación de las escuelas de artes y oficios en Latinoamérica, que tomaron como repertorio lo precolombino y en algunos casos lo colonial”, compartió Gutiérrez Viñuales. De ahí que haya muestras de artes aplicadas, grabados, dibujos, alguna pieza de óleo y conjuntos arqueológicos: “Hay una serie de proyectos de la segunda mitad del siglo XIX, registros que empezaron a usarse fundamentalmente en pabellones, que se construían para albergar los envíos de ciertos países a las exposiciones universales [la primera se celebró en Londres en 1851]”.
El recorrido continúa con Reinterpretación e Identidad (1910-1940), que se centra en las primeras décadas del siglo XX, en las que el retorno a 'lo primitivo' como paradigma de modernidad definió nuevos escenarios. El estallido de la I Guerra Mundial provocó el cuestionamiento de lo europeo como la unidad de referencia canónica y única; que a su vez generó el refuerzo de la dimensión de las identidades americanas. Esta coyuntura se manifestó en el deseo de crear un 'nuevo arte' para el continente sustentado en formas y lenguajes del pasado, atravesado por una mirada moderna.
Es por ello que en este contexto se produjera el auge de las escuelas de artes y oficios que actuaron como laboratorios de la modernidad que conectaron lo 'artesanal' con las llamadas 'bellas artes'. El resultado fue la reinterpretación de lenguajes precolombinos e indígenas en mobiliario, escenografías teatrales y cinematográficas. También se desarrolló el registro arqueológico, en muchos casos por iniciativas de instituciones que albergaban piezas de arte precolombino que sirvieron para la consecución paulatina de una vanguardia propia.
Avanzar hacia Identidad e invención (1940-1970) supone llegar al momento de simbiosis entre las formas geométricas precolombinas y los lenguajes de vanguardia. Aquí fue emblemática la labor del uruguayo Joaquín Torres García, a quien pertenece la frase que abre este artículo. De la mano de sus discípulos del Taller en Montevideo se lanzó a recuperar el trasfondo simbólico de lo precolombino para redescubrir la actitud de los creadores del pasado, pero yendo más allá del formalismo que había marcado los años veinte.
“No solo intentó recuperar las formas, sino recuperar el arte de estas culturas. Algo difícil porque no conocemos qué querían comunicar por ese tipo de obras. Ahí es donde entra el interés de los artistas para darles un nuevo vuelo, moderno y con alta copa de inventiva”, comentó sobre Torres García el cocomisario.
La producción en todas las disciplinas artísticas se caracterizó por una mayor libertad creativa, que se materializó en la preferencia por la talla directa en piedra en escultura y la abstracción geométrica en la pintura. Además, en la década de los cincuenta y sesenta, la llegada de la 'cultura pop' fue clave para que carteles, cómics, portadas de discos, libros y otros impresos facilitaran la inserción de lo precolombino en la cultura popular. Precisamente una selección de portadas de vinilos es una de las piezas más llamativas.
A esta sección pertenece Rescate, la escultura realizada en bronce policromado que ilustra este artículo. Esta obra del colombiano Nadín Ospina fusiona una escultura precolombina con un marciano de la película Toy Story, y forma parte de una colección en la que el extraterrestre se convertía en metáfora del extranjero, del forastero, lo misterioso y lo oculto. Otros de los ejemplos más curiosos son un juego de naipes en cuyos reversos hay pinturas que van desde mapas a recreaciones de las figuras de la baraja; y Marco crucigrama, de la serie Dominós (2011) de Carlos Zerpa. Una estructura ensamblada sobre madera y pintura acrílica que emplea fichas de dominó como base.
Por último, el apartado Invención y conceptualismos (1970-2023) recoge cómo el último medio siglo ha servido para la pervivencia y la transformación de propuestas desarrolladas en las décadas precedentes. Si hay algo que caracterice las obras de esta época es la variedad y riqueza de proyectos en pintura, escultura, dibujo, obra gráfica, arquitectura, cine, fotografía, cerámica, instalaciones, videoarte, textiles y otros objetos; entre los que también florece un kitsch desenfrenado.
El colofón de la exhibición lo protagoniza una vuelta al inicio, a las expediciones del siglo XIX, al acopio de objetos, su diáspora más allá de las propias fronteras y de su descontextualización. Para ello han combinado cerámicas y otros objetos contemporáneos con objetos que formaron parte de aquel proceso. Algunas de las actuales cuestionan y denuncian aquellas prácticas, buscando reconectar el mensaje inherente en la exposición: “Los artistas del hoy aseguran el futuro del pasado”.
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