'Invitadas' y humilladas: la exposición más importante del año retrata las vergüenzas del patriarcado y del Prado
Concepción Mejía de Salvador es una pintora granadina del siglo XIX que la historia del arte ha borrado, y el cuadro Escena de familia erróneamente atribuido a la artista es reflejo de ello. El lienzo, que era el encargado de dar la bienvenida a la exposición de Invitadas del Museo del Prado, la evidencia de cómo la pinacoteca y la historia del arte han ignorados a las mujeres a lo largo del tiempo, en realidad pertenecía a un hombre. Ha sido retirado del recorrido después del hallazgo de Concha Díaz Pascual, que señaló en su blog al verdadero responsable de la obra: Adolfo Sánchez Megías.
“El papel del que somos herederos es uno muy manipulador que deshizo muchos capítulos que nunca vamos a recuperar del todo. El de las mujeres es uno de ellos”, explica a elDiario.es Carlos G. Navarro, experto en pintura del siglo XIX y comisario de la muestra que se podrá visitar en el Prado hasta marzo de 2021.
El recorrido adentra al visitante en una triste pero necesaria realidad dividida en 17 secciones, todas ellas con algo en común: una misoginia legitimada por el Estado a través de encargos, premios o adquisiciones y cuyo legado llega hasta nuestros días. Por ejemplo, con el concepto de “genialidad” usado para justificar que solo los autores con más talento tienen el honor de colgar sus obras en los museos más importantes. Un término, amparado en el privilegio de género que, sin embargo, es destruido al poco de comenzar la muestra: “Se quiere comparar a toda mujer solo con los hombres de genio, y nunca a los ineptos y mediocres con las mujeres geniales”, se puede leer al lado del cuadro de Concepción Mejía en una cita atribuida a la periodista Carmen de Burgos.
De hecho, entre los autores que abren la exposición no vemos a Sorolla, Rosales o Fortuny. “Elegí a artistas desconocidos para la mayoría de los visitantes para que me resultara más fácil dejar en evidencia que la idea de calidad es un prejuicio contra las mujeres. La diferencia es que los varones fueron reconocidos con premios”, señala Navarro. Gran muestra de ello son las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes, celebradas en España desde 1856 hasta 1968 donde, como nos recuerdan las cartelas de Invitadas, triunfaban aquellas obras que se adaptaban al molde patriarcal. “Hay muchísimos premios del Estado que no están justificados desde el punto de vista plástico. Hay un cuadro muy llamativo, Perdonar nos manda Dios de Luis García Sampedro, que desde el rigor de la plástica no hubiera merecido una medalla, pero el mensaje es tan claramente manipulador que el Estado lo premia porque satisface su propio discurso”, observa el comisario.
Tildarlas a ellas como “menos capaces” ha sido algo repetido hasta la saciedad desde hace siglos, también en la pintura. Por eso algunos autores las han representado en el atelier realizando labores secundarias y sin apenas formación, como bordar o coser. Si deciden coger el pincel, la perspectiva cambia. “Si quieren ser otra cosa, dan risa o pena. Serafín Martínez del Rincón se ríe abiertamente de eso en el cuadro de La artista. Un espectador del siglo XIX sabe que un cuadro enmarcado está barnizado y por tanto ya está terminado. Pero la representa a ella, con un traje todavía de posar, que es anacrónico para el fondo que tiene, haciendo como que pinta de forma humorística. Como diciendo: 'Qué risa, es pintora'”, aprecia el historiador.
Ni siquiera las reinas se salvaban. Juana I de Castilla fue también reflejo de la necesidad de tutelar a aquellas mujeres que ostentaban un cargo de poder, de ahí que tanto en la pintura en particular como en la historia en general haya llegado hasta nuestros días bajo el apodo de “Juana la Loca”. “Los pintores de historias dicen ser fieles al relato y en los comentarios de los cuadros añaden siempre las fuentes históricas en las que se han inspirado, pero con Juana de Castilla hacen una excepción. Aunque están publicadas las cartas del padre en las que reconoce que el encierro de Juana se debe a sus propios intereses políticos y no a que tenga un estado mental que sea incompatible con la vida normal, los artistas miran a otro lado y deciden construir el mito romántico de una mujer que es incapaz de gobernar por una locura de amor”, aprecia el experto en arte.
Los desnudos del horror
Probablemente una de las partes más crudas de la exposición sea la sección dedicada al desnudo, un género que no tuvo equivalente masculino. Todos los cuadros tienen en común que fueron valorados por la crítica artística del momento como si fueran Las ninfas del ocaso, que las muestras felices e insertas en la naturaleza. Pero el contenido de lo que vemos al entrar a la sala, como explica el comisario, es bien diferente: “Menores sexualizadas, mujeres esclavizadas y desnudas, o forzadas a posar aunque no quieran. También troceadas, como la escultura de Mateo Inurria, que tiene una medalla de honor, la medalla suprema que en muchas exposiciones nacionales ni siquiera se concede, por el tronco de una mujer sin cabeza, sin brazos y sin piernas”.
Se podría llenar una de las dos secciones de la exposición solo con desnudos de niñas sexualizadas
También en esta zona se encuentran Inocencia y Crisálida, dos lienzos de Pedro Sáenz ganadores de segunda medalla en las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes. En ellos muestra a niñas desnudas como espectáculo del paso a la adolescencia, un tema que no parece ser excepcional. “Son artistas completamente bien mirados por el Estado. Las obras la compra el Gobierno de Cánovas del Castillo, que es conservador, pero te aseguro que se podría llenar una de las dos secciones de la exposición solo con desnudos de niñas sexualizadas. Fue un argumento absolutamente frecuente”, advierte el comisario.
Junto las pinturas de Sáenz está expuesta la “novela libertina” de Álvaro Retana, titulada Una niña demasiado moderna. Cuenta la historia de Pili (llamada Pilila), que acaba violando a los amigos de su padre como consecuencia de haber recibido una educación demasiado liberal. “Además, con el tono condescendiente del discurso patriarcal de que las niñas tienen un despertar que las asalvaja si no poseen un control masculino. Ese libertinaje de la vida es algo que escandaliza, horroriza y fascina a los creadores del siglo XIX”, critica Navarro sobre unas creaciones que, como añade, “están validadas por el Estado desde el siglo XIX con esos premios”.
Por el contrario, el Gobierno de entonces sí que actuó contra obras como El sátiro de Antonio Fillol, que muestra a un hombre acusando a otro de violar a una niña. “Lo sacaron de la exposición nacional con un real decreto que la tildó de pintura inmoral y la equiparó con escenas de prostitución, que tampoco estaban permitidas”, añade el historiador.
Como institución que pertenece al Estado, el Museo del Prado es uno de los organismos responsable de colaborar a una historia del arte manchada por el patriarcado. El libro Las invisibles (Capitán Swing) destaca cómo la pinacoteca lleva más de 200 años ignorando a las mujeres, tanto en lo referido a las obras expuestas (tan solo 11 obras de las más de 1.700 expuestas en la colección permanente son de mujeres) como en la compra de cuadros (en la última década solo se han comprado tres cuadros de autoras). La disparidad también empieza desde las salas y llega hasta la cúpula directiva, lugar que en dos siglos nunca ha ocupado una mujer.
“El museo es heredero de un legado machista que repasa activamente, y este repaso se debe a una conciencia líquida que ha amparado la aparición de esta exposición autocrítica”, afirma Navarro, que asegura que en su agenda “hay muchos nombres de obras de mujeres que comprar”. El comisario sostiene que “el museo entiende el mensaje que ha recibido de la sociedad” y que están trabajando en ello, pero que “todavía faltan muchas manos y esfuerzos”. “Esta exposición no es el final, es el principio”, apostilla.
Nota: el comienzo de este artículo ha sido modificado tras la retirada de la obra erróneamente atribuida a Concepción Mejía de Salvador.
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