Katherine Brault, directora de la casa museo de Rosa Bonheur: “Interesa más su sexualidad que su arte”

Peio H. Riaño

15 de marzo de 2022 22:22 h

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Los impresionistas acabaron con todo lo que no fuera paisajes al aire libre con fuertes contrastes de color, pinceladas breves y sin motivo aparente. Los impresionistas pudieron con la pintura animalista de Rosa Bonheur, que llevaba desde los 14 años viviendo de sus pinturas. Las modas son caníbales y las nuevas tendencias lo devoran todo. Bonheur se vio superada por el giro del mercado. “Esto es completamente normal”, indica Katherine Brault, la dueña y directora de la casa museo de Rosa Bonheur desde que compró en 2017 el Château By (en Thomery, Fontainebleau, Francia), donde vivió y pintó la artista francesa desde 1859 hasta su muerte, en 1899. Este miércoles se cumplen 200 años de su nacimiento y este lugar será el centro de las celebraciones. “Lo que es menos normal es que los historiadores del arte (principalmente hombres) no se interesaran por su pintura. No existe un catálogo razonado de su obra y no es objeto de ninguna tesis. Además, a pesar de su gran éxito a lo largo del siglo XIX, no se la enseña en cursos de historia del arte”, lamenta Brault sobre el reconocimiento que tiene la primera mujer artista en recibir la Legión de Honor en 1865.

¿Cómo definiría a Rosa Bonheur como artista? “Vanguardista que quiere llamar la atención sobre lo vivo, sobre la igualdad entre hombres y mujeres y sobre la importancia de la naturaleza”, reflexiona por escrito la directora del Château Rosa Bonheur. Este año se juega el todo o nada. Cuando salió en busca de financiación para adquirir la villa, tuvo que hablar con muchos bancos de la celebración de los 200 años del nacimiento de una de las pintoras más importantes de Francia. La mayoría ignoraron el hecho salvo uno. La dueña evita dar la cantidad.

Una lotería

“Ni los banqueros ni las instituciones querían oír hablar de Rosa Bonheur, ni de su castillo ni de las colecciones en 2017. Fue complicado”, recuerda Brault. Peleó durante tres años para encontrar la financiación que necesitaba para emprender un proyecto cultural y muy personal: “Después de un divorcio de diez años necesitaba encontrar algo que tuviera sentido para mí. Queriendo salvar a Rosa del olvido y a su castillo de la destrucción, descubrí cómo reconstruirme”. Dividió la compra en varias partes: la finca, los muebles, las obras del castillo y la colección de Rosa Bonheur. Katherine Brault pudo comprarlo todo salvo una parte de la colección. El Ministerio de Cultura se la quedó y la dejó en depósito en el museo que ha montado en la casa y que Emmanuel Macron, presidente de la República Francesa, visitó en septiembre de 2019.

Macron se pasó por la propiedad para celebrar el fascinante programa de rescate del patrimonio que tiene la lotería francesa. Los juegos de la Française des Jeux (la lotería y el rasca y gana) recaudaron 25 millones de euros ese año. Con Heritage Loto, invierte en la restauración de bienes culturales del país. Uno de los 18 sitios seleccionados para la segunda edición de estas ayudas fue la antigua villa de Bonheur. A Brault le tocó la lotería: 500.000 euros para rehabilitar el lugar.

Cruzar la historia

La primera vez que visitó el sitio, Katherine debía tener ocho años. “El lugar me pareció sórdido y no me gustaron las pinturas de animales”, dijo. Cuando regresó en 2014 dice que se enamoró del espacio. “La primera estancia que visité fue la cocina. No había cambiado nada desde Rosa Bonheur. Las décadas habían añadido modernidad sin borrar lo antiguo. La vieja estufa de leña y el microondas estaban uno al lado del otro. Me conmovió, tuve la impresión de cruzar los siglos”, cuenta a este periódico. Todas las habitaciones del castillo conservaban rastros de la presencia de Rosa. “La casa seguía viva”. Al final de la visita, en el estudio de la artista, tuvo una extraña impresión: “El enorme retrato de Rosa me sonreía, se burlaba de mí”.

A partir de ese momento, se propuso entender por qué había desaparecido aquella pintora tan famosa. “Me prometí hacer todo lo posible para reparar esta injusticia y salvar su memoria y su castillo”, dice Brault. Ha creado un salón de té, habitaciones de invitados y alquiler de espacios para eventos. Así hace sostenible el lugar. “No permite ganar mucho dinero, pero ese no es el objetivo”, añade. “Sobre todo, queremos ser lo más respetuosos posibles con Rosa, su vida y sus luchas. Queremos respetar su lugar de vida y permitir que el público descubra con emoción lo que la artista construyó”, cuenta Katherine. Por eso han conservado el edificio y sus interiores tal cual. Tienen artistas en residencia y organizan un festival de creación femenina.

La propietaria está molesta con la falta de investigaciones en profundidad sobre la creación de Bonheur. Un lastre que dura demasiado. “A los investigadores les interesa especular sobre su sexualidad, no su arte”, denuncia. En Francia el debate sobre la tendencia sexual de Rosa Bonheur está abierto.

Más sexo que investigación

La visión de Katherine Brault al respecto es que la sexualidad de Rosa Bonheur no tiene interés. Cree que la artista se dedicó a demostrar que “el genio no tiene sexo y que el lugar de los animales no es menos importante que el del hombre”. Cuenta que Bonheur fue consciente de que no podía ser artista, esposa y madre al mismo tiempo. Y eligió. “Demostró que una mujer, como un hombre, puede ser independiente y llevar sola su vida y su carrera”, añade. Es decir, renunció al amor y a la maternidad “para llevar a cabo una misión que era más importante que las demás”.

Sin embargo, gracias a la labor de Anna Klumpke, la segunda mujer con la que compartió su vida, conocemos las memorias de Rosa Bonheur. Klumpke escribió de la artista que “quería poner fin a la práctica de relegar a las mujeres a un rango inferior al de los hombres por el mero hecho del sexo, en cualquier dominio donde su inteligencia o talento las hiciera iguales a ellos”. Y dejó una pregunta retórica sobre el talante antisistema de su compañera: “¿No era ese el signo de una emancipación audaz?”.

En este sentido, Brault es tajante: “No encontramos ningún rastro de la homosexualidad de Rosa. La única referencia que da la comunidad LGBT es el uso de la palabra 'compañero'. Esta palabra en el siglo XIX no tenía el mismo significado que en la actualidad”. Para la propietaria del château, Rosa prefirió vivir con mujeres. “Pienso con más certeza y pistas que Rosa era asexual. Pero esto no tiene nada que ver con su pintura”, sostiene.

Más animales que humanos

“Mostró al mundo que las mujeres pueden actuar con energía, resolución, trabajo metódico e inteligente y, en pocas palabras, la calidad indispensable y la inspiración, lo que da un impulso al arte”. Estas frases fueron escritas por el crítico Léonce Bénédite (1856-1925) para destacar el importante papel desempeñado por Rosa en la creación de la nueva mujer. Ahí se encuentra con la emperatriz Eugenia de Montijo. Fue la esposa de Napoleón III la que le llevó a su casa la Legión de Honor por su trayectoria artística. Brault encuentra un punto de unión entre ambas: “Son mujeres de carácter con ideas progresistas sobre la mujer y convencidas de la necesidad de educar a la mujer para que sea más libre e independiente. Rosa Bonheur admiraba a Eugenia y Eugenia admiraba a Rosa”, explica.

Tal es así que el marchante de Bonheur entrega al Museo del Prado El Cid, ese cuadro que ha costado siglo y medio que la pinacoteca enseñara al público de manera permanente desde septiembre de 2019. Katherine Brault eligió el retrato de este león para ilustrar 612.000 sellos de la edición conmemorativa con la que Le Poste celebrará el año Bonheur. “La elección era obvia: representa lo que dice Rosa Bonheur sobre sí misma: 'Soy una leona en el cuerpo de un pájaro'. El león representa la nobleza animal, nunca domesticado, libre, orgulloso, independiente como lo fue ella. No nos imaginamos a una mujer del siglo XIX pintando animales salvajes”, asegura Brault.

Además, con esa imagen quiso romper el estigma que había atrapado a la artista durante siglos, el de ser considerada “una pintora de vacas”. De hecho, cuando empieza a pintar animales del bosque y grandes felinos fue el mercado estadounidense el que compró todos sus cuadros. El mercado francés quería animales de granja. Lo que había hecho toda su vida. La etiqueta de artista del mundo agrícola fue una losa. No es una pintora de la ruralidad como lo fue Millet (1814-1875). Su Ángelus sí eleva a la categoría memorable a los campesinos, construidos como héroes inquebrantables. Pero a Bonheur no le interesa el género humano.

Brault cree que el cuadro del Museo del Prado es “bastante representativo” de lo que Rosa logró a lo largo de su vida. Y se explica: retratos sin decoración, sin escenografías, donde el animal no se muestra para realzar al hombre, donde el animal mira a los ojos del espectador. Y lo desafía. “Es un retrato crudo, perfecto. Muy moderno”, cuenta Brault. ¿Por qué hemos tardado tanto en reconocerla? Responde que en España como en Francia los historiadores del arte no han estudiado ni su pintura ni sus escritos y juzgan su trayectoria sin haberla investigado. “Como si su éxito demasiado grande la convirtiera en una artista sospechosa”, dice.