No es habitual que un museo público denuncie en los textos de un catálogo de una exposición temporal la carestía económica que atraviesa. Pero que lo haga el Museo del Prado, en un artículo científico sobre el arte de narrar en el Barroco, es un síntoma de alarma que la dirección de la institución cultural más importante de España no ha hecho público hasta el momento. El director Miguel Falomir todavía no ha comparecido para hacer balance de daños en 2020 y 2021 y, lo que es más importante, cómo va a superarlos con una pérdida tan significativa de venta de entradas. Hasta ahora sabemos que en 2020 dejó de ingresar 19 millones de euros, el 65% de sus ingresos propios. Solo la partida de salarios supone más de 22 millones de euros al museo.
El Prado ha arrancado este lunes su temporada de exposiciones con la presentación de El hijo pródigo de Murillo y el arte de narrar en el Barroco andaluz, un excelente y breve recorrido por 33 cuadros que ha organizado Javier Portús con la intención de demostrar las extraordinarias capacidades narrativas de Murillo, reivindicado casi como un director de escena a la hora de poner en relación a los protagonistas. El propio comisario señala en el catálogo que “las circunstancias sanitarias y económicas de esta época han obligado a un cierto comedimiento en cuanto a la dimensión física y económica de la muestra”.
Ese “cierto comedimiento” no ha sido valorado ni anunciado hasta ahora, aunque Andrés Úbeda, subdirector, reconoce a este periódico que no es un momento bueno para mover cuadros entre países por las limitaciones económicas del museo y por los precios disparados de estos procesos. Además, indica que este fin de semana han crecido hasta los 5.000 visitantes el sábado, cifra récord desde el inicio de la nueva normalidad. “Aunque se haya decretado el aforo al 100% nosotros mantendremos el 75% para hacer cumplir con la distancia de seguridad”, añade Úbeda. Tampoco están todas las salas abiertas y será en tres semanas cuando la pintura gótica, los flamencos y los tapices de Goya vuelvan a la vida pública.
Sin noticias del plan
La dirección del Museo del Prado no ha presentado la temporada ni ha comunicado su plan económico para los próximos tres años, a pesar de agotarse en unas semanas, y que debería estar condicionado por la recesión económica provocado por la crisis sanitaria. La caída de ingresos en 2020 se compensó entonces con el remanente de tesorería, que se había elevado a cerca de 20 millones de euros. El remanente es el resultado de los excedentes presupuestarios positivos conseguidos por la institución de los que no hay constancia en todo 2021.
De hecho, en 2014, Miguel Zugaza al frente de la institución asediada por las consecuencias de la crisis financiera presentó un plan para encarar los años más difíciles de la era moderna en el centro. Años de restricción, recortes y ahorro. Así se comunicó para que la sociedad fuera consciente del peligro por el que atravesaba la pinacoteca. Entonces la caída de ingresos propios fue del 7%, mucho menor a la actual. Zugaza habló de “políticas de austeridad y contención del gasto”, de hacer “un esfuerzo realista” a la espera del crecimiento de las aportaciones públicas. “Sobrevolaremos las turbulencias quitándonos fuselaje”, esa fue la imagen que utilizó Zugaza hace siete años. En el arranque de la nueva temporada, sigue pendiente que Falomir proponga su propio simil para saber cómo va a cruzar una situación peor.
La verdad por delante
El ejercicio de sinceridad de Portús al revelar los apuros económicos de la casa en la que es el jefe de Conservación de Pintura Española (hasta 1800) está en sintonía con el análisis que plantea sobre el naturalismo y la afición por la verdad de la pintura Barroca andaluza. Comenta que Bartolomé Esteban Murillo hizo una portentosa investigación del “sistema de las emociones y de su representación”, así como la fijación de un naturalismo que diera crédito y credibilidad a las escenas. “En Europa hay pocos artistas que lleguen a la capacidad descriptiva y narrativa de Murillo”, indica el comisario de la muestra que parte del ofrecimiento de la National Gallery de Dublín de exponer la serie compuesta por seis cuadros y escenas diferentes sobre la vida del hijo pródigo (desde que decidió abandonar el hogar paterno hasta su retorno a él).
Junto a ella el Prado ha sumado la serie que narra la vida de José en Egipto, pintada por Antonio del Castillo, y que cuenta su peripecia desde que fuera abandonado por sus hermanos hasta que este les concedió su perdón siendo gobernador de Egipto. Hay otros ejemplos de Juan de Valdés Leal, Ambrosio Ignacio Spínola o Alonso Cano. Muchos de las pinturas expuestas proceden de los ingentes almacenes del museo, a los que se acude cada vez que la institución entra en recesión económica.
El arte de narrar en el que se detiene Portús es una respuesta al gusto por la narración en las décadas centrales del siglo XVII, en Andalucía, donde proliferaron las series de carácter narrativo y de uso privado. En estos conjuntos de lienzos se representaban a personajes extraídos de la historia civil o sagrada, para un público selecto que quiere leer y ver historias entretenidas en sus aposentos. Es posible que encuentren alguna relación con las pantallas de nuestros días. Es aquí donde Javier Portús reclama y reivindica una visión sosegada de estos cuadros, para profundizar en los relatos y en sus construcciones invisibles.
“Es importante llamar la atención de que las obras no se ven en medio minuto. Es necesario leerlas y relacionarlas, La pintura no es una experiencia instantánea, requirieron tiempo”, exclama con templanza el comisario de la exposición que actúa en la sociedad de la satisfacción inmediata. Y señala el cuadro de Rebeca y Eliezer (1660), que cierra el recorrido. En él encuentra todo lo que buscaba con esta exposición: la socialización en torno al pozo, el desarrollo de la presencia del paisaje, multitud de personajes para ensayar la gestión de los afectos de las protagonistas, las miradas cruzadas que las hacen dialogar, los contenidos sagrados disfrazados de profanos… Y el pulso entre personajes y escenario.
Como cuenta Portús, todo ello se desarrolla en un contexto de aprecio por la pintura y otras artes. “Los artistas empezaron a desarrollar una fuerte conciencia de su propia valía y del honor debido a su actividad” y se situaron en un plano diferente al de los artesanos. Los mejores artistas encontraron su lugar en las sociedades en las que vivieron y se relacionaron con miembros importantes (con dinero) de la sociedad hispalense. “Murillo no solo supo conectar con las expectativas de representación pictórica de la sociedad sevillana, sino que fue capaz de hacerlas evolucionar hacia fórmulas más sofisticadas desde un punto de vista estilístico y temático”, indica el comisario. Murillo es sin duda “el caso más importante de simbiosis con su medio”, con una clientela adinerada y muy formada. Qué bien le vendría hoy al museo una sociedad involucrada con la sostenibilidad de la colección.