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RUIDO Y SILENCIO

La canción de un verano

El cantautor granadino Carlos Cano ofrece un concierto en el Teatro Monumental de Madrid en 1995

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No llevo la cuenta, pero fue la canción de un verano de hace ya treinta y pico de años; una melodía pegadiza y resultona –combinación de fado y pasodoble– que se bailaba en las plazas de los pueblos cuando llegaban las fiestas. Ay, María la portuguesa.

Lo recuerdo bien; aún resonaba el grito desgarrador de las víctimas del atentado cometido en el Hipercor de Barcelona y la rabia taponaba las cloacas de un Estado que estaba muy lejos de ser un Estado de derecho; la igualdad siempre fue una falsa ilusión en nuestro país y aquel verano el sol se arrugó más de lo previsto.

Coincidiendo en el tiempo, apareció un cantautor granaíno que llevaba años con la guitarra a cuestas, componiendo canciones que él mismo interpretaba con ese gusto en la voz que venía de antiguo, de patios encalados donde las madres cantan mientras se alzan a tender con una pinza en la boca. Se llamaba Carlos Cano y traía una canción que contaba la tragedia de una mujer entregada al amor hasta que un disparo fatal puso fin a su rumbo.

Se trata de una canción fronteriza donde el contrabando se deja oír junto al chasquido de unos besos con sabor a vino verde y calor; una historia que ocurrió de verdad, tal y como cuenta el profesor José Ramón Alonso de la Torre en uno de los capítulos de su libro Un viaje por la raya (El Paseo Editorial), una crónica que nos lleva por el mismo límite que nos separa de las geografías portuguesas; una raya donde el paisanaje y las leyendas son tan importantes como el paisaje y sus realidades.

La verdadera historia de María la portuguesa tuvo lugar en enero de 1985, cuando un joven contrabandista de Ayamonte fue asesinado por un guardia portugués frente a Castro Marim. Su delito: buscar gambas para luego venderlas de extranjis en Huelva. Su misteriosa amante, la protagonista de este drama, no se quiso separar del cadáver. Vestida de negro, María la portuguesa cruzó la frontera entregada al dolor junto al cuerpo sin vida de su amado.

Carlos Cano tuvo noticia de esta historia y decidió inmortalizarla en una canción que hoy en día yo sigo pidiendo a las orquestas de los pueblos cuando animan las fiestas populares. Y busco pareja que salga a bailar conmigo bajo la promesa de que no la voy a pisar. Pero no siempre la encuentro; cuando esto ocurre, cuando no encuentro pareja, me arranco a bailar abrazado a mi alucinada soledad, y entonces imagino a María la portuguesa bailando con sus recuerdos la melodía triste de un amor desgraciado; un corazón que se perdió entre las sombras de una frontera marcada por la tragedia.

Porque las fronteras avivan el contrabando como una manera de vida social y llevan y traen historias que forman parte del imaginario colectivo. La canción de Carlos Cano es un ejemplo. Su María la portuguesa coincidió en el tiempo retorcido de un verano que ya forma parte de nuestra memoria más doliente. Ay, María la portuguesa.

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