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London VS. Berlín o las dos caras opuestas de la noche y su beat

El maniqueísmo es odioso. Las comparaciones son odiosas. Y el polémico cierre de Fabric London, uno de los clubes nocturnos dedicados a la música electrónica con mayor relevancia cultural de Europa, ha cumplido todas las condiciones para verse revestido por ambas cosas. Antes de seguir, debemos preguntarnos el por qué.

Por un lado, como se afirma en un sensible artículo escrito por el periodista Joe Muggs y publicado en Resident Advisor (con sede en Londres), la no renovación de la licencia de Fabric por parte del Islington Borough Council  ha sido orquestada por un cuerpo de funcionarios que ni entienden ni comprenden los efectos positivos de la cultura de club. De poco les vale saber que Fabric, en funcionamiento desde 1999, haya sido la plataforma y el altavoz para miles de djs ingleses e internacionales, ya sea a través de sus actuaciones en el club como publicando sus trabajos en su sello discográfico.

Tampoco les hace reflexionar a favor de Fabric que este diese trabajo, hasta hace apenas un par de semanas, a 250 personas. El hecho de que Fabric haya colaborado de manera firme y constante (“ejemplar”, según declaró paradójicamente un informe policial el pasado diciembre) con las autoridades londinenses y estatales para impedir y perseguir el consumo de drogas, tampoco resulta un motivo de peso a la hora de evitar el cese de su actividad.

¿Por qué?, deberíamos preguntarnos. La respuesta es sencilla y escapa, según Joe Muggs, a cualquier teoría conspiratoria que señale a un grupo oculto de políticos corruptos que quiere lucrarse con recalificaciones de terrenos y procesos masivos de gentrificación cerrando locales nocturnos por doquier: para alguien que no distingue entre un estilo de música electrónica de otro y que siente indiferencia cuando escucha hablar de los nuevos djs que causan sensación en Berlín, la cultura de club se le antoja hostil, ajena y un peligro para sus hijos.

Contemplar, desde fuera, la euforia de cientos o miles de clubbers jóvenes encerrados en una sala oscura durante horas, pegando brincos, bailando y chillando con un sonido atronador y repetitivo, le sugiere vicio, alienación y un foco donde camellos y maleantes pueden llevar a cabo sus operaciones y negocios con impunidad. Joe Muggs lo tiene claro: aquellos que han ordenado el cierre de Fabric creen que están haciendo lo correcto, y puede estar en lo cierto.

Desarticulado el verosímil pero facilón discurso maniqueísta que aboga por la conspiración anticlubber, abordaremos ahora el complicado horizonte de las comparaciones. Junto al cierre de Fabric, prácticamente todas las revistas especializadas y medios generalistas se han hecho eco del reciente fallo de un tribunal alemán que declara Berghain, el legendario club berlinés, como un templo de “alta cultura” equiparable al lugar donde actúa una filarmónica.

Ante tamaña afirmación, las autoridades británicas se estarán llevando las manos a la cabeza, porque en los clubes alemanes también ha muerto gente en los últimos años. Recordemos que el cierre de Fabric viene precisamente por haber sido declarado, obviando el patrimonio cultural y la notable fuente de ingresos que supone para la ciudad, un espacio peligroso para la juventud por ser un foco en el que circulan las drogas y el alcohol sin mesura.

Contextualicemos siguiendo la comunicado que uno de los fundadores de Fabric y actual director, Cameron Leslie, dio a raíz del cierre: desde su apertura, hace 17 años, han muerto seis personas dentro de Fabric y han pasado por el club nada más ni nada menos que 6 millones de personas.En 17 años, ha muerto en Fabric un 0,0001% del total de asistentes a sus miles de noches de pleno funcionamiento. Consta decir que, de las últimas tres muertes dentro del recinto, solo se ha comprobado que solo una de ellas fuese consecuencia del consumo de drogas dentro del local.

Posiblemente, si Fabric no hubiese seguido a rajatabla las indicaciones y los controles que la policía y las autoridades le han exigido en todos estos años, la cifra sería mucho mayor, y son claras las evidencias que muestran cómo Fabric nunca ha opuesto resistencia ante sus dictados, más bien ha sido todo lo contrario (explicadas en la misma declaración de Leslie). Y es que, como él mismo afirma, Fabric ha colaborado en la detención de camellos y vendedores ocasionales de drogas con contundencia y tolerancia cero.

Uno de sus argumentos, difícil de rebatir, es que cerrando un club no cambias la conducta de la gente y, lejos de ello, pierdes una oportunidad de oro para poder controlarla legalmente. Siendo el problema de las drogas algo que alcanza mucho más allá de los clubes de música electrónica puedes, por lo menos, hacer todo lo posible para que estos sean un lugar más seguro que la calle o que los eventos ilegales (que directamente carecen de toda norma de seguridad, no solo en cuanto a impedir el consumo de drogas sino respecto al límite de aforo o al cumplimiento de las normas de evacuación en caso de emergencia).

Dos visiones opuestas de la cultura club

La diferencia entre las autoridades alemanas y las inglesas es clara: la visión que uno tiene de la cultura de club es según el beat con el que se baila: desde la atrofia desconectada de una realidad social que prefiere los salones de té o desde el ritmo del que intenta comprender qué puede haber de bueno ante una expresión social de alcance internacional cuyos beneficios son mayores que sus amenazas.

Las autoridades inglesas deberían, quizás, revisar la propia cultura de la música electrónica del país e intentar aprender de ella: lo que provocó el conocido segundo verano del amor en Inglaterra, es decir, el boom espectacular de las raves ilegales durante el verano de 1989, fue una restricción implacable en los horarios de apertura de los clubes que empujaron a la gente a seguir la fiesta en lugares alejados de las ciudades y ajenos a todo tipo de control. En otras palabras: matando al perro no acabarás con la rabia, ni acallarás a las más de 150.000 personas que se declaran “amantes de los animales”.

Tampoco acallarás la ironía y el ingenio de las redes sociales al hablar del tema, que han dejado estos días mensajes como el de los djs Posthuman, que se preguntaban en Twitter cuándo las autoridades ordenarían el cierre del hotel de lujo Dorchester tras la lamentable muerte por sobredosis de cocaína de uno de sus huéspedes.