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'Touch Me Not', fascinante exploración de sexualidades no normativas

Fotograma de 'Touch Me Not', de Adina Pintilie

Francesc Miró

A su paso por la Berlinale de 2018, el primer largometraje de la realizadora rumana Adina Pintilie provocó no pocas discusiones. En sus proyecciones se contaban por decenas los espectadores que decidían levantarse y abandonar la sala. Entre la crítica abundaban opiniones polarizadas que iban del “superficial y estúpida” de Peter Bradshaw en The Guardian, al “muere de pedantería” de Sergi Sánchez en Fotogramas, pasando por la “experiencia difícil de olvidar” de Anthony Oliver Scott en The New York Times.

El Oso de Oro a Mejor Película –máximo galardón del festival cinematográfico berlinés, uno de los más importantes del mundo–, no apaciguó los ánimos, sino todo lo contrario. Pero tampoco era un reconocimiento del todo extraño en un jurado presidido por el director y compositor alemán Tom Tykwer, que en más de una ocasión, a veces de la mano de las hermanas Wachowski, ha reflexionado sobre la identidad y la sexualidad.

Tal vez la polvareda levantada por el premio sea la responsable de que la cinta haya tardado tanto en llegar a nuestras pantallas. Más vale tarde que nunca, pues Touch Me Not llega este fin de semana a España dispuesta a provocar las mismas reacciones. La película, sin duda, merece discusión: pero no como filme provocador –pues no lo pretende–, sino como documento incómodo pero lleno de afecto. Exploración fascinante de conceptos como sexualidad y heteronorma. Una película que juega con los límites entre documental y ficción para enfrentarse, desde la desnudez, a todo tipo de prejuicios.

La piel: una celda sin barrotes

“Las pieles cambian, las pieles se operan, se transforman, la apariencia física no es nada”, decía el personaje de Candela Peña en la denostada pero muy reivindicable Pieles de Eduardo Casanova. La piel es el traje que nunca se quita, es lo que nos proteje, envuelve y define. Es motivo de discriminación en personas racializadas. Y puede ser, de hecho, una prisión.

En Touch Me Not se entrecruzan las historias de varias personas con distintas relaciones con sus propios cuerpos. Laura es una mujer de mediana edad que lidia con un problema de lo que cree que es psicología sexual: es incapaz de acercarse a los demás o dejar que la toquen. El contacto físico le provoca una profunda frustración que le impide vivir su sexualidad con normalidad. Ella es el hilo conductor de un relato de cuerpos e identidades limítrofes.

En un centro médico conoce a Christian, que sufre atrofia muscular espinal, pero no quiere que su condición y escasa movilidad limite su sexualidad. Como él mismo afirma: “El pene me funciona perfectamente”. Y también a Tómas, un joven apuesto que, sin embargo, perdió todo el vello corporal a los trece años debido a una enfermedad. Y eso le ha provocado una serie de condicionantes emocionales que le impiden abrirse a los demás: se siente excluido.

A través de sus historias, cuya naturaleza nunca queda claro si es real o ficticia, Adina Pintilie bucea en distintas aguas de un mismo mar. Aborda la identidad de género y sexual, el ambiente sociocultural en el que se construyen y moldean ambas, y la forma en la que luchan las pulsiones por salir y por no herir a los demás y a uno mismo.

Pero su discurso no se aborda desde los cauces obvios, pues su realizadora –que interpreta al personaje de una documentalista en la película–, se encarga de difuminar las fronteras entre el documental y el drama ficcionado para descolocar al espectador. Para hacer que se acerque a sus personajes sin prejuicios o, lo que resulta aún más osado, para hacer que sepa identificarlos cuando los vive mientras se expone a las imágenes de Touch Me Not.

“Creo que tenemos espectadores”, dice Christian después de una escena íntima con su pareja, rompiendo la cuarta pared de forma inesperada. Entonces interviene el personaje de Pintilie para preguntarle qué razón les ha llevado a él y su pareja a querer compartir su intimidad con la cámara y, por ende, con nosotros. “Realmente espero que pueda cambiar la perspectiva de la gente. Que pueda cambiar vuestra perspectiva como audiencia”, señala tranquilo.

El afecto: un tesoro que buscar

De esta forma, gracias a su difícil equilibrio entre ficción y documental, Touch Me Not se sitúa en las antípodas formales de Pieles o la chirriante La piel que habito de Almodóvar. Pintilie propone una ventana a la que el espectador se ve irremisiblemente abocado. Una mirada a una realidad escasamente explorada en la gran pantalla, como tantas otras silenciadas por las narrativas audiovisuales mainstream. Realidades como podrían ser el sexo en la vejez o el deseo en la discapacidad. Pero siempre sin ánimo polémico, más bien con aliento afectivo y comprensivo.

De hecho, la búsqueda de afecto y comprensión parece ser el motor de la evolución de todos los personajes de Touch Me Not. Pero no contenta con llevar a sus protagonistas de un punto A a un punto B, Pintilie se permite desviaciones casi filosóficas, que complementan el desarrollo como si de un ensayo sobre la identidad y sus avatares se tratase.

“Creo que necesitar a alguien me hace débil y vulnerable”, dice Pintilie conversando con el personaje de Laura en determinado momento del filme. “Porque siento que no soy libre para ser yo misma. Porque si fuera yo misma, con toda mi mierda y todas mis emociones, con toda mi ira... perdería a esa persona que necesito”. A lo que Laura, a pesar de sus dudas sobre su sexualidad y el contacto, le contesta: “Amar a otra persona sin dejar de ser tu misma es difícil. Es todo un reto”.

Touch Me Not no solo es capaz de reflexionar sobre identidades y sexualidades, también discurre sobre las relaciones humanas, de pareja o no. Habla de cómo se construyen de forma distinta si se hace desde la distancia, el respeto o el afecto. Hasta tal punto que Pintilie parece hablar de sí misma mientras aborda los problemas de los demás. Pero lo hace con transparencia y de forma sincera.

'Dime cómo te han amado y te diré cómo amas', es la tesis fundamental que subyace sobre cada una de las decisiones de una película que, por incómoda, expone las flaquezas de nuestra educación emocional -y visual-. Pero que por empática sabe exactamente qué teclas pulsar para hacernos pensar y descubrirnos, una vez más, que no: ni lo sabemos todo, ni lo hemos visto todo.

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