Para Carlos Saura la familia era el núcleo a partir del cual todo se podía analizar. Así fue como clavó su bisturí a la España franquista y burló a la censura. A través de esos grupos podía hablar de un momento histórico, de una sociedad y de los principios que la regían. En torno a una mesa en una comida puede haber más análisis sociopolítico que en una charla en un parlamento. En la generación de los milenial, esa que se acerca o acaba de pasar los 40, que ha vivido dos crisis y que ha visto cómo los sueños que les habían vendido se han ido por el retrete en la mayor parte de los casos, la pareja y los amigos han sustituido a la familia.
Ahora es más fácil radiografiar la sociedad a través de las relaciones sentimentales y afectivas que centrarse en una familia que, por motivos económicos y de cambio de mentalidad, ya no es para muchos el objetivo final. Y es ahí donde Los años nuevos encuentra la materia prima para convertirse en una de las grandes series españolas de este año. A través de una narración que abarca diez años en la vida de una pareja, la ficción creada por Rodrigo Sorogoyen, Paula Fabra y Sara Cano âque se ha presentado en el Festival de Veneciaâ cuentan no solo a dos personajes, sino a muchos jóvenes como ellos.
Cada episodio se centra en la Nochevieja de un año diferente. Y en ese día vemos cómo evoluciona su relación. Está la típica curva de Gauss que se dibuja en cada relación -auge, estancamiento y caída-, pero contada con una honestidad y naturalismo que cuesta ver en la ficción cuando se habla de algo como el amor. Lo interesante es que al contar cada día, las elipsis entre cada episodio obligan al espectador a rellenar la información. Gracias a los inteligentes guiones del trío creativo no es difícil, pero sí que lo es que fluya sin sonar forzado o subrayado. A ello ayudan dos interpretaciones colosales, las de Iría del Río y Francesco Carril.
Casualidad o no, la carrera como cineasta de Sorogoyen -que ha dirigido cuatro episodios de una serie en la que inicialmente iba a estar menos involucrado-, también cumple diez años desde Stockholm (2013), hasta esta serie. Y en esa década se le ha visto crecer como cineasta hasta llegar a ese derroche de tensión que es As bestas. Sin embargo esta es la primera vez que el espectador puede ver nítidamente al autor en lo que ha dirigido. Es su trabajo más íntimo y eso puede que responda a ese momento vital alcanzado tras unas cuantas películas y series.
Un momento que coincide con su expansión internacional. Cuando el director del Festival de Venecia, Alberto Barbera, anuncio la serie, definió a Sorogoyen como el cineasta más importante en España actualmente tras Pedro Almodóvar. Casualmente están aquí los dos. Sorogoyen reconoce que le hizo “mucha ilusión”, pero le quita importancia. “No me lo tomo como que sea cierto, porque primero no se puede medir eso, y además creo que si hubiese cogido la serie de otra persona quizás hubiera dicho lo mismo. Es una frase que queda muy bien en un festival cuando decides apostar por un director, pero no es medible. Así que no me lo creo, pero sí me hizo muchísima ilusión. Es muy bonito”, cuenta desde Venecia y acompañado con las dos creadoras de la serie.
Con ellas ha sido la primera vez que ha cambiado a Isabel Peña en el guion -con quien regresa en su próxima película- y la experiencia ha sido tan buena que ya tienen en mente realizar más proyectos juntos. Este lo define como “algo muy personal”. “Es una serie que habla de mí”, dice de forma directa. Eso ha hecho que al final se haya involucrado más de lo que inicialmente pensaba. “He rodado más episodios de los que pensaba inicialmente -el resto los dirigen David Martín de los Santos y Sandra Romero- y he estado tres años, así que es verdad que he terminado poniendo mucho de mi parte, pero creo que es mi manera de de ser. Creo que me puede pasar en cualquier trabajo que haga porque me apasiona lo que hago y porque no lo concibo de otra manera”, opina sobre su forma de entender la dirección, pero volviendo a remarcar que esta serie le ha “removido muchas cosas”.
He terminado poniendo mucho de mi parte, pero creo que es mi manera de de ser, porque me apasiona lo que hago y no lo concibo de otra manera
Sorogoyen ha definido la serie como “una obra cinematográfica” abriendo de nuevo el melón sobre cómo calificar las creaciones audiovisuales, algo a lo que cree que se le da más importancia desde la prensa que la que tiene para los propios autores. En su apoyo acuden Sara Cano y Paula Fabra, que también opinan que no hay mucha diferencia. “No escribimos diferente una peli de una serie. Contamos una historia y la escribimos. Y la diferencia te la pide el tipo de historia. Ahora hemos escrito una serie en cinco meses, y eso no es igual que cuando estás tres años con una serie y haces tantas reescrituras de algún capítulo como ha pasado con esta”, apunta Paula Fabra.
Sorogoyen cree que es un tema que “está en la conversación, pero creo que más por vosotros los periodistas que por los creadores, y es normal”. “Desde nuestro lado no vemos esa batalla. A lo mejor preguntas a otra gente que escribe otras series y te contestan otra cosa, pero nosotros hemos sido honestos y sinceros, y es como que hubiéramos hecho exactamente lo mismo si les llego a proponer una película en vez de una serie, lo hubiéramos afrontado igual”, puntualiza.
En su retrato hay guiños que ayudan a contextualizar temporalmente cada episodio, que no usa cartelas para recordar el año en el que se desarrollan. Píldoras que también sirven para crear un contexto político que Sara Cano y Paula Fabra tenían claro que “tenía que estar sin que fuera muy obvio”. “Tenía que ser orgánico, porque realmente con tu pareja el día 31 de diciembre no hablas de Trump, que es una cosa que queríamos meter y al final no sale. Y era importante, pero no queríamos que fuera con calzador”, dice Sara Cano.
También era importante que las casas representaran a esos jóvenes que comparten piso o que apenas pueden pagar un cuchitril de una habitación. Querían casas “que no estuvieran por encima del nivel social o económico de los protagonistas, pero además que fueran casas vividas, que estuvieran llenas de detalles”, dicen las guionistas, que también confiesan que al principio les imponía trabajar con Sorogoyen, y que llegaron muy nerviosas a las reuniones, pero que rápidamente hizo que estuvieran cómodas. “Te hace cuatro bromas, a veces un poco borde como es él, y creo que ha molado porque él ha compartido mucho con nosotras. No solo la parte más estricta del curro, sino sus inquietudes, sus alegrías, y nos alegramos mucho. Es muy cariñoso y eso en el trabajo es súper importante”, añaden.
Quizás ahí también se nota algo de esa década como director, aunque “la base no la puedes cambiar”. “Yo soy una persona cariñosa, sociable, que quiere estar con gente que le cae bien, pero sí es verdad la tensión propia de un director de 30 años haciendo sus primeras películas, y yo seguro que no lo notaba, pero eso hace que estés menos relajado y, por lo tanto, más tenso. Más irascible. Pero no recuerdo ningún pollo en ningún rodaje, la verdad. Te puedes cabrear más o menos porque las cosas no salgan. Pero evidentemente, la relajación con la que afronto un rodaje ahora se nota”.