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En primera persona

El 'caso Vermut' no puede quedarse en la cancelación, hay que hablar

Gala de entrega de los premios Feroz, el pasado 26 de enero de 2024.

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Cuando el productor Javier Pérez Santana, con el que por supuesto nunca jamás había cruzado ni un monosílabo, vino directamente hacia mí, me agarró la cabeza con las manos y me metió boca en la postfiesta de los Feroz 2023 en Zaragoza, por la cabeza no se me pasaron las palabras agresión sexual. La noche siguió y no fue hasta la tarde siguiente, cuando la denuncia de otra asistente a la fiesta se hizo pública, que la sangre comenzó a hervirme. Como también declaró Bob Pop unos días después, hay conductas tan integradas en la normalidad de las cosas, que a veces, sencillamente, las integras también dentro de la tuya propia. Pero las cosas, incluso dentro de lo que consideras “normalidad”, pesan.

En aquella fiesta de los Feroz hubo muchos más testimonios de víctimas que no se hicieron públicos. Algunos, también, involucraban a otros nombres de la industria con estas agresiones. Y también hubo absoluto cierre de filas por parte del sector en dos sentidos: la rotunda condena a Pérez Santana, ahora desparecido, por un lado; pero también el intento de que el huracán empezase y acabase ahí, en ese caso aislado (algunas voces trataban de minimizar su importancia aduciendo que su comportamiento era “solo” consecuencia del alcohol), sin reflexión ni escucha ante unas circunstancias estructurales que, por otra parte, eran y son vox populi en todos los círculos de nuestro sector.

No fue ese momento de revelación la primera vez que me había hecho preguntas sobre el consentimiento y sobre las dinámicas que asumimos como normales e inofensivas en nuestra industria. Gran parte de mi educación sexual, entre los 15 y los 18 años, ha estado cimentada en proposiciones por parte de hombres de edades muy superiores con los que coincidía en los eventos de cine a los que asistía desde adolescente. Relaciones e interacciones siempre sostenidas por mi consentimiento afirmativo, en ningún momento constitutivas de delito, pero que se asentaban en dinámicas profundas de poder y desequilibrio. Circunstancias que, por otra parte, no son exclusivas de mi caso personal, sino que están muy extendidas: la depredación de jóvenes que dan sus primeros pasos en el mundo audiovisual, por parte de hombres en posiciones de poder, que generalmente usan además aquello que tienen a su alcance para impresionar o imponer, sabiéndose objeto de admiración.

Relaciones e interacciones siempre sostenidas por mi consentimiento afirmativo, en ningún momento constitutivas de delito, pero que se asentaban en dinámicas profundas de poder y desequilibrio

La idea del “edadismo” ha aparecido siempre que algunx personx ha puesto el foco en estas dinámicas, como ocurrió cuando Samantha Hudson exploró esta problemática en el mundo gay. No se trata de eso, tampoco de generalizar ni criminalizar o ejecutar una caza de brujas tras otra, sino de poder establecer espacios seguros de diálogo que nos permitan reflexionar y entendernos.

En mi caso, me siento tremendamente afortunado de tener amigas. Son ellas, con un proceso de toma de conciencia adelantado al respecto, las que me han enseñado a repensar, tomar conciencia y recolocar el significado de mis experiencias. Con 15, 16, 17 años, se me hacían los ojos chiribitas cada vez que en una fiesta, en un chat o en un evento, algún hombre “importante” me prestaba atención. Era una cuestión de fascinación, autoestima y popularidad. No fue hasta varios años más tarde cuando identifiqué los efectos que todo eso había dejado en mi manera de relacionarme, a todos los niveles. Las fiestas, los eventos de industria, se convirtieron en entornos más hostiles; y yo en una persona mucho más evitativa. Inexplicablemente. La intimidad sexual configurada, desde entonces, en torno a una asunción y reproducción de dinámicas de roles aprendidas, en gran medida con connotaciones violentas.

Cabe volver a destacar que nunca he pensado que ninguna de aquellas interacciones fuesen agresiones, no lo pienso tampoco ahora. Pero sí soy crítico con la responsabilidad que tenían esos hombres, y con el nivel de asimilación que la industria tiene de estos comportamientos, a veces incluso tratándose como comidilla o chiste (¿cuántas veces, compañeros, hemos comentado entre risas que este o aquel solo contrata a twinks? [homosexuales jóvenes de aspecto aniñado]). Hace un par de años, en un festival, un buen amigo periodista, hablando de estos temas (que, como decía al principio, son habituales en las conversaciones de cualquiera que directa o indirectamente nos dediquemos al audiovisual) me dijo que conocía el nombre de una de estas personas con las que me había acostado en esos primeros años de despertar sexual, y que estaba horrorizado. Sus palabras no tenían ninguna mala fe, sino probablemente intención de validar mis opiniones, pero me cayeron como un jarro de agua fría. Yo había compartido nombres y casos concretos apenas a un círculo muy íntimo, la mayoría ajenas a la industria, por una mezcla de pudor y prudencia.

Hace unos meses, otro amigo del sector con el que había compartido la historia de estas experiencias me reprochó muy sutilmente que mantuviese cordialidad con una de las personas que me pescaron cuando aún era menor de edad. Imagino que tampoco hubiese ninguna mala intención, quizás solo cierto paternalismo, pero también hubo algo que se rompió. No confrontar es, a veces, un mecanismo de supervivencia: enfrentar un conflicto, en público o privado, cuando estás en una posición más vulnerable y las circunstancias son lo suficientemente grises como para generar suspicacias, es un ejercicio complejo cuya responsabilidad no se puede cargar a las víctimas.

Conocemos, en muchas ocasiones de primera mano, casos de conductas cuestionables, comportamientos predatorios, acoso en entornos laborales y, a veces directamente, agresiones

Durante estos últimos meses, la preparación de un artículo en El País que investigaba nombres importantes de la industria (Vermut y varios más) ha sido comentada en los corrillos con mucha frecuencia. Si algo iguala a las personas de poder con aquellxs que empezamos a dar nuestros primeros pasos en el mundo del cine es que unos y otros conocemos, en muchas ocasiones de primera mano, casos de conductas cuestionables, comportamientos predatorios, acoso en entornos laborales y, a veces directamente, agresiones. En esas conversaciones reveladoras con mis amigas, hubo algo todavía más impactante que el proceso de reconfigurar parte de tu vida, y era escuchar la cantidad de testimonios de muchas de ellas –en primera persona, como experiencias concretas y verificables– en torno a lo que habían vivido en rodajes o a través de redes sociales con personas del sector. “¿Y por qué no se denuncia?”. La pregunta revela ya un cuestionamiento inicial por el que debería eliminarse inmediatamente de la conversación, pero apostando por el didactismo las respuestas son meridianamente claras: a veces por miedo, la mayoría por falta de evidencias delictivas. Que no sea un delito condenable por el sistema judicial no quiere decir que no sea una conducta reprochable a corregir. Vivimos en una sociedad profundamente punitivista que, sin embargo, se olvida a menudo del ejercicio de responsabilidad social que tenemos por el bienestar de las personas, no necesariamente siempre utilizando la carta cárcel. No solo es que a veces no sea posible jugar esa carta, sino que muchas veces tampoco debemos jugarla ni es necesario. Y no por ello la conversación debe terminar.

¿Y por qué no se denuncia? Que no sea un delito condenable por el sistema judicial, no quiere decir que no sea una conducta reprochable a corregir

El silencio nos atraviesa a todxs, como lo hace la búsqueda de justificaciones escurridizas, pero es necesario que ahora sean las personas que ostentan el poder quienes legitimen y pongan altavoz a una conversación abierta sobre estas cuestiones. Solo de esta forma avanzaremos hacia una industria más cómoda para todos, pero también más diversa creativamente. Frente a lo que quizás algunos aprovechen para argumentar, la seguridad y confianza de todos los que nos dedicamos a este sector para trabajar sin mochilas ni miedos favorecerá la libertad de los relatos, el desarrollo de la creatividad y que puedan contarse más historias (no solo edificantes, no solo buenistas) sin prejuicios sobre cómo impactará esto o aquello en la sensibilidad actual.

Tras el vértigo del caso en los Feroz 2023, el silencio volvió a apoderarse de todo. Es importante y necesario que el 'caso Vermut' no se quede ahí, en una persecución y señalamiento individual. Esto no va, o no debería ir, solo de nombres y cancelaciones. Esto va de que por fin todxs demos la palabra, escuchemos sin cortapisas a quien se lo debemos, reflexionemos críticamente (también hacia nuestras propias acciones e inacciones) y construyamos. Quizás, desde cero. El proceso es jodido, pero las cosas pesan demasiado y mirando para otro lado, solo se nos acabará rompiendo la espalda.

Si tienes información sobre casos de violencia sexual, puedes escribirnos a pistas@eldiario.es

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