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Conociendo a los verdaderos Monuments Men... y Women

Fotograma de la película Monument Men de George Clooney

Mónica Zas Marcos

Ojo con George Clooney, que no es ningún principiante jugando a ser director de Hollywood. En su filmografía hay películas de toda índole y calidad, pero tiene suficiente cabeza para saber diferenciarlas y argumentarse. “Desde luego que Batman y Robin no dio mucho de qué hablar, pero me pagó la casa”, admitía en una entrevista en El País Semanal. En lo restante siempre ha presumido de elegir proyectos que hagan “pensar a la gente”.

Es una de las muestras -como Clint Eastwood, entre otros- de que el situar detrás de la cámara a una cara que ya es rentable frente a ella no es menos solvente. Clooney sabe arriesgar y ganar, como en Buenas noches y buena suerte y Los idus de marzo. Sin embargo, su última y quinta apuesta por los heroicos protectores del arte en la Segunda Guerra Mundial no ha levantado el embeleso que auguraba. Quizá sea por su forzado tono sarcástico tipo hermanos Coen o por su quiero y no puedo conseguir lo que David Lean en Puente sobre el río Kwai.

Pero lo que es innegable es que parte de una historia con gancho, de acontecimientos de los que conmueven y que ya fueron contados por Robert M. Esdsel y Bret Witter en su novela The Monuments Men: Allied Heroes, Nazi Thieves and the Greatest Treasure Hunt in History. Narra las peripecias de un grupo de profesores, arquitectos, resturadores y marchantes que, desde 1944 hasta 1946, lucharon contra las garras nazis para evitar la destrucción y desaparición de obras de arte.

Hollywood vs realidad

A rasgos generales la cinta de George Clooney se ciñe al texto base de Edsel y Witter. Aunque la diferencia más llamativa radica en las cuentas: el pelotón de siete que se presenta era en realidad 350 hombres y mujeres de más de trece nacionalidades. El presidente Franklin D. Roosevelt les asignó una alianza conocida como el programa MFAA (Momuments, Fine Arts and Archives), integrado por historiadores y profesores de arte, restauradores, directores de museos, artistas y arquitectos.

Recibieron entrenamiento bélico porque la mayoría de ellos no formaban parte del estamento militar. Pero sus labores, además de estratégicas, fueron políticas, ya que trabajaron mano a mano para disuadir a los bombarderos de la destrucción de objetivos culturales. Eran fuerzas de segundo orden, pues las tácticas militares eran las que marcaban las pautas de actuación. Pero su influencia y labor de consejeros fue creciendo y expandiéndose por todo territorio susceptible de ser azotado por el expolio nazi.

Además, los miembros no solían trabajar en grupo. Sin embargo, los elegidos por Clooney para personificar a estos ángeles guardianes sí están basados en personas reales.

El cabecilla de la pirámide es George Leslie Stout, interpretado por George Clooney, un especialista en restauración y fundador del primer laboratorio y la primera revista dedicados a esta disciplina. Aunque no participó tan directamente en la creación de la MFAA, estuvo al frente y fue su “cerebrito”, como indica la novela. También el restaurador James Rorimer, con cara de Matt Damon; el arquitecto Robert Posey, encarnado por Bill Murray; el escultor Walker Hancock, John Goodman en la cinta; el empresario teatral Lincoln Kirstein o Bob Balaban; el historiador inglés Ronald Balfour, interpretado por un muy británico Hugh Bonneville; y el único superviviente Harry Ettlinger, el traductor de alemán que sirvió como mediador en este peculiar grupo, interpretado por Dimitri Leonidas.

Esquivando con maestría el Decreto 1945 Nero de Hitler -que condenaba a todas las obras de arte a la destrucción si él moría o Alemania perdía la guerra- se rescataron casi cinco millones de piezas, muchas de ellas pertenecientes a los judíos asesinados en el Holocausto. Entre las obras recuperadas figuran La Madonna de Brujas de Miguel Ángel, el Retablo de la Adoración del Cordero Místico de Jan van Eyck o pinturas de Vermeer como El arte de la pintura y El astrónomo. Incluso la Mona Lisa fue trasladada por Europa más de seis veces para evitar que cayese en manos de los nazis.

Aunque aún faltan valiosas piezas con firma de Monet, Van Gogh o Boticelli, siguen apareciendo a día de hoy alijos completos de estas obras, como las 1.200 que se encontraron en un apartamento de Munich en 2013.

The Monuments Women

Pero no todos los salvadores fueron hombres. Poco se ha reconocido la labor de las mujeres que contribuyeron, durante la guerra y después de la derrota de Alemania, al rescate de las obras de arte europeas. En el MFAA apenas se contaban doce mujeres, pero todas ellas igual de capacitadas y formadas -incluso más- que los Monuments Men.

La más conocida es la que ha servido de musa para Clooney y su equipo, Rose Valland (Cate Blanchett), que participó en las empresas más complicadas del programa MFAA. Su trabajo en el museo Jeu de Paume en París durante la ocupación alemana y sus disimulados conocimientos del idioma germano resultaron infalibles en su labor de topo. Arriesgó su vida a diario espiando a los oficiales nazis, transmitiendo la información a la Resistencia y manteniendo la contabilidad de las obras robadas. Los paraderos de muchas de ellas se descubrieron gracias a sus privilegiados oídos y a su estrategia de camuflaje.

La labor que cumplió otra de estas grandes mujeres, Ardelia Ripley Hall, fue más académica pero no menos importante. Inspiró al módulo en el que se recogen todos los archivos del saqueo alemán, creado durante la posguerra en el Departamento de Estado en Washington, que recibe el nombre de Ardelia en su honor. De ella destacan su empeño y perseverancia en la lucha, mucho después de que el foco de la MFAA se apagase por completo. Gracias a su labor se recuperaron más de 1.300 importantes obras de Rubens y Monet, entre muchos otros.

Algunas de estas heroínas continúan con su particular cruzada de concienciación popular. Como la exalumna de Virginia Wolf, Anne Olivier Popham Bell de 97 años, que advierte que todavía quedan multitud de piezas desaparecidas y que la suya no es una misión conclusa. Una de sus principales tareas fue la de proteger las enormes campanas de las iglesias medievales de Inglaterra, que iban a ser fundidas y reutilizadas como armamento. Su persistencia, y la memoria de todos los demás, inspira a los que todavía trabajan para proteger al arte de ser carne de cañón.

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