En 2017 los transexuales fueron por primera vez reconocidos como ciudadanos en Pakistán. Hace solo cinco años que tienen los mismos derechos que el resto de personas del país. La comunidad trans es una de las más atacadas por parte de una sociedad patriarcal y tránsfoba que la señala con el dedo y condena a la mendicidad o a la prostitución. El cine ha perpetuado durante muchos años los estereotipos hacia las personas trans. Como mostraba el documental de Netflix Disclosure, el 80% de los norteamericanos nunca ha conocido a una persona transexual, por lo que su imaginario se ha construido gracias a las ficciones en las que han sido representadas.
Por tanto, cuando en Ace Ventura Jim Carrey se lavaba la boca al descubrir que había besado a una mujer trans, o cuando el resto de personajes vomitaban al enterarse, el mensaje que se mandaba a la sociedad era claro: así es como debían responder ellos. Desde hace años, el cine y la televisión están cambiando la forma de representar a la comunidad trans. Pero no es tan normal que se haga desde el cine pakistaní. Por eso Joyland, la ópera prima de Saim Sadiq, se ha convertido en una de esas películas que van haciendo ruido poco a poco.
Un ruido que comenzó en Cannes, donde pasó por la sección Una cierta mirada y se convirtió en la primera película pakistaní en participar en el certamen, donde además se llevó la Palma Queer. Se confirma tras su paso por Seminci, donde —de forma incomprensible— compite en otra sección paralela, Punto de Encuentro. Joyland ha sido elegida por Pakistán para representar al país en los Oscar, y Malala Yousafzai ha decidido apoyar el filme entrando como productora ejecutiva para impulsarlo de cara a los premios de la Academia de Hollywood, donde muchos creen que puede dar la campanada.
No sería extraño. Joyland es una película valiente, que aborda la cuestión trans, pero que principalmente lo hace atacando el machismo del país. La película coloca el protagonismo en el hijo menor de una familia. Él no es un hombre como el resto de su estirpe. No exhibe su masculinidad. No es un chulo, ni dice bravuconadas. Pide permiso. Trata bien a su esposa… Y, sin embargo, él también es producto de un sistema patriarcal en donde los matrimonios siguen siendo concertados y la mujer está condenada a ser esposa y madre sin tener otra oportunidad.
El protagonismo del hombre es una excusa narrativa para hablar de las dos mujeres con las que el director mostrará ese machismo del país. La primera, la artista de danza erótica que lo contrata como bailarín en sus espectáculos. Una mujer trans que es todo arrojo. Que no se achanta ante los insultos, ante las vejaciones y ante las continuas bromas. Joyland comienza como una historia de amor prohibido entre bailes eróticos y celebraciones culturales propias del país. Vemos cómo la sociedad trata a las mujeres trans, que no pueden sentarse en los asientos reservados para las mujeres en el metro, que siguen siendo vistas como bichos raros. La película muestra este personaje con luz, con una energía que contrasta con el taciturno hombre que acaba conquistado por ella, aunque haya en su enamoramiento otros componentes que (sin caer en spoiler) hacen que el mensaje del filme sea la sensación de soledad de todo el colectivo LGTB en Pakistán.
Lo que comienza como una historia de amor, pronto gira de forma inteligente y deja paso a las verdaderas intenciones de Sadiq, al retratar cómo cualquier mujer soporta las consecuencias del patriarcado. Primero nos ha mostrado cómo lo sufre una mujer trans, y después lo hará con la mujer del protagonista. Una joven obligada a casarse y que, aunque ha podido seguir trabajando, ve cómo el embarazo es la cárcel que la condena para siempre. Cuando deja entrever que no quiere ser madre, todos miran para otro lado o la intentan convencer de lo contrario.
Un personaje que viaja de la luz a la oscuridad, al que vemos padecer de una insatisfacción sexual, social y familiar. No ha podido elegir la vida que ella quería. Sí, tiene un hombre ‘bueno’, pero a pesar de ello sigue siendo una ciudadana de segunda. Un tercio final de la película desolador, donde cobra sentido el formato casi cuadrado que elige el director para mostrar cómo sus personajes están encarcelados por mucho que bailen.
Bailes empoderadores
El director contaba en el pasado Festival de Cannes que la idea del filme llegó en 2015. “Quería analizar los conceptos de deseo, de masculinidad y de feminidad. Este proyecto me permitió sopesar el lugar que ocupo en una sociedad patriarcal a la que pertenezco, que me ha tanto modelado como menoscabado. Cuando trabajaba en la película, me di cuenta de que los antagonismos de mis personajes eran, por desgracia, mucho más universales de lo que creía”, decía entonces.
Quería analizar los conceptos de deseo, de masculinidad y de feminidad. Este proyecto me permitió sopesar el lugar que ocupo en una sociedad patriarcal a la que pertenezco, que me ha tanto modelado como menoscabado
El director se enamoró del cine viendo películas de Bollywood en su casa, y fue visionando VHS y luego DVD, donde conoció el cine de fuera que le abriría los ojos y le empujara a contar sus propias historias. Cuando le preguntan por la inclusión del personaje trans, Sadiq cuenta que era importante porque el filme explora el tema del “género”. “No sentí la necesidad de hacer toda la película sobre lo trans solo porque ella está en la película. Ella está en la película porque tenía que estar, de la misma manera que están las mujeres y los hombres cis”, decía en Something Haute.
Documentándose conoció a Nagma Gogi, una mujer tenaz que lleva años dedicándose al mundo de la danza erótica en Pakistán. Le contó su vida y decidió que sería la inspiración para el personaje de Biba. Decidió coger el mundo del teatro mujra, lleno de bailes eróticos, como lugar donde desarrollar parte de su historia. También cuando descubrió que en estas danzas “las mujeres pueden subir al escenario y subvertir las dinámicas de género, ellas son las que tienen el control de su sexualidad, ellas son las que tienen el poder”.