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Hollywood no sabe adaptar animes: último ejemplo, 'Death Note'

Poster de Light, Nat Wolff en la adaptación de Netflix

Francesc Miró

Hace unos meses, Hollywood estrenó Ghost in the Shell. La adaptación de todo un clásico contemporáneo del anime de la mano de Rupert Sanders, auspiciado por la Paramount, tuvo un resultado dispar.  La película no fue aplaudida ni por la crítica ni por los fans del anime original, y tampoco funcionó bien en taquilla, pues consiguió recaudar unos 169 millones de dólares que no salvaban los muebles de una producción que había costado cerca de 250.

El interés de la industria norteamericana por adaptar animes japoneses, sin embargo, sigue siendo una línea de negocio en el centro del tablero de la batalla entre estudios. El año pasado, Warner quería que el director de la última entrega de Star Trek, Justin Lin, capitanease la adaptación de Akira, obra maestra de Kastushiro Otomo.

Ahora la idea parece haberse desechado para sopesar los nombres de Daniel Espinosa, director de Life (Vida) y David F. Sandberg, autor de Nunca apagues la luz. Por su parte, Lionsgate sigue tras la adaptación life-action de la popularísima serie Naruto con el especialista en efectos especiales Michael Gracey tras el proyecto. Y, por si fuera poco, Twentieth Century-Fox estrenará en 2018 la adaptación de Alita Ángel de combate dirigida por Robert Rodriguez, con guión de James Cameron y nombres como Christoph Waltz y Jennifer Connelly a bordo.

En el centro de la tormenta, Netflix acaba de mover ficha. Tras anunciar su fuerte apuesta por el anime en 2018, ya ha estrenado la adaptación de acción real de Death Note, uno de los animes más populares del siglo XXI en Occidente. Dirige Adam Wingard, talentoso director que había probado su habilidad con películas que demostraban una visión moderna del manejo de los códigos del terror. Aunque a veces, la persona más cualificada no resulta ser la más apta.

El origen de un fenómeno global

Death Note nació con el pie izquierdo y le fue bien. El alumbramiento tuvo lugar en las páginas de una popular revista semanal japonesa llamada Shōnen Jump, publicación que, por poner unos pocos ejemplos, ha dado cobijo a los mangas de Dragon Ball, NarutoSaint Seiya o One Piece, entre una lista interminable de títulos míticos desde los setenta hasta hoy.

Sin embargo, esta obra creada por Tsugumi Ōba e ilustrada por Takeshi Obata no tuvo la misma suerte que sus compañeras de publicación: durante semanas, los editores de la revista estuvieron a un paso de condenarla al olvido. La historia de Death Note les parecía demasiado oscura.

No les faltaba razón, pues en ella no había ni una pizca del asomo vitalista que la revista tenía como línea editorial. Sin embargo, la enorme distancia de tono que había entre esta historia y las demás fue, por azares del destino, lo que la convirtió en un éxito de ventas. Aún no llevaba dos años publicando cuando un gran estudio de animación se acercó a la revista para ofrecerle una adaptación.

Lo adquirió Madhouse, un estudio nipón fundado en 1972 por antiguos trabajadores de la clásica factoría Mushi Production, antiguo hogar del llamado dios del manga Osamu Tezuka. Se trata de una compañía que empezó a hacerse valer a mediados de los ochenta gracias al empuje de las series de ciencia-ficción de la época y que a principios de los 2000, vivió un segundo renacer con largometrajes y series de televisión.

En los cines, este estudio había conseguido éxitos como Metrópolis, gran superproducción que marcó la despedida estética a una forma de entender el anime, amén de haber explotado internacionalmente el talento del animador Satoshi Kon, cuya última película se estrenó el mismo año que se emitió la serie que nos ocupa.

En el terreno de la pequeña pantalla, series como Vampire Hunter D o Monster habían allanado el camino para el éxito del lenguaje oscuro pero inevitablemente ingenuo que haría que Death Note triunfase. Era 2006 cuando el éxito mundial de este anime de 37 episodios se convirtió en algo abrumador.

Una lluvia de adaptaciones, múltiples universos

La receta del éxito no existe, pero es difícil negar que pocos animes tenían tantos ingredientes para triunfar. Death Note narra la historia de Light Yagami, un joven que un buen día encuentra un extraño cuaderno con poderes sobrenaturales: si se escribe un nombre propio en sus páginas, esa persona morirá.

Poco tiempo después, Light decide imponer su ley apuntando en el cuaderno los nombres de todo tipo de criminales, utilizando un nombre artístico para sus crímenes: Kira. Convertido en un asesino en serie prácticamente imposible de atrapar, el FBI recurre a un superdotado detective llamado misteriosamente L, la única persona que parece capaz de atraparle.

Más allá de la utilización de la figura del shinigami, dioses de la muerte japoneses, Death Note era una serie que utilizaba los códigos del thriller más universal. Su voluntad de ser accesible hizo que el duelo psicológico de sus dos protagonistas, digna herencia moderna del Holmes y Moriarty, conectase con la generación mangaka del momento pero también con toda una legión de profanos al mundo de la cultura pop nipona.

La de Netflix está lejos de ser la primera adaptación de acción real. El boom propició no una sino dos películas estrenadas en cines el mismo año que se emitió el anime. Death Note: la película y Death Note: el último nombre vieron la luz consecutivamente en 2006, siendo la segunda la película más taquillera del año en el país y convirtiéndose en todo un fenómeno.

Ambas estaban dirigidas por el veterano Shusuke Kaneko, realizador que se había hecho un hueco en la industria gracias a las películas de Gamera, una tortuga gigante voladora con la que Daiei Studios combatió sanamente la figura de Godzilla a mediados de los noventa. De aquel pasado, el director imprimió una puesta en escena ciertamente austera y una narrativa exagerada, erróneamente entendidas por la mirada occidental como propias de la serie B.

Por si fuera poco, el fenómeno no se quedó ahí. Un año después llegarían dos especiales anime pensados para televisión que resumían la serie: Death Note Relight: La visión de un dios y Los sucesores de L. Otro año más tarde se estrenaría un spin-off de acción real protagonizado por el detective y bautizado como L: Change the world.

Más tarde, atentos porque aquí se complica, vio la luz un remake del anime con actores de carne y hueso. Y en 2016 una secuela que se desarrollaba diez años después del final de esta, Death Note: El nuevo mundo, que tuvo su propia precuela llamada New Generation.

Visto que el mercado nipón explota sus gallinas de los huevos de oro tanto como el norteamericano, es fácil optar por decir que no existe una adaptación perfecta. Sin embargo, si tuviésemos que buscar una que resumiese el espíritu de la serie original, las dos primeras películas de Shusuke Kaneko se acercarían muchísimo más. Dos cintas que, por cierto, acaban de llegar a Filmin, en una jugada de contraprogramación entre plataformas online en nuestro país realmente hábil.

El director que no cumplió su cometido

La apuesta de Netflix por encontrar al director que diese con el tono que la historia del cuaderno asesino necesitaba puso los dientes largos a más de uno. Adam Wingard empezó en esto del cine con películas de bajísimo presupuesto de marcado perfil entre el terror macarra y el slasher moderno hasta que en 2010 estrenó una curiosa visión moderna, no exenta de humor negro, del corpus clásico del asesino en serie llamada A Horrible Way to Die. En ella, utilizaba los resortes de lo que se llamaba mumblecore, movimiento indie que ha envejecido sobremanera en poquísimo tiempo, para acercarse con una mirada arriesgada al thriller.

Un año después llegaría Tú eres el siguiente, hábil y divertidísima mirada moderna al slasher de toda la vida. Film tan sádico como satírico que le valió el título de realizador de moda en el género. Así que tras dos años de participar en las películas colectivas The ABCs of Death y V/H/S, estrenó The Guest. Lo que parecía un thriller funcional se descubría como una obra dotada de un encanto magnético gracias a una puesta en escena de exquisito gusto y un tempo casi perfecto.

Sin embargo, ni con las dotes visuales para lo macabro ni el talante para con el thriller moderno, Death Note ha conseguido acariciar lo memorable. Su puesta en escena, ciertamente elaborada, no le ha servido para enmarcar un desarrollo, ni conceptual ni narrativo, mínimamente lógico. Su tempo no le ha permitido desarrollar las motivaciones personales que movían a los protagonistas del anime original. Y su apuesta por rostros jóvenes como Nat Wolff, Margaret Qualley o Keith Stanfield se desaprovecha en una constante huida hacia adelante que se embarra en un tercer acto espectacular. Y vacío.

Sin embargo, aún parece que queda Wingard para rato, pues ahora apunta hacia lo alto de la industria. Suena para dirigir Kong vs Godzilla, superproducción de la Warner sincera desde su título, pero también para el remake norteamericano -otro- de Encontré al diablo, el memorable thriller surcoreano de Kim Jee-woon.

Mientras, podemos seguir esperando la gran adaptación de Hollywood de un anime que no obvie a sus referentes, sobreexplique sus fuentes, infantilice sus tramas o se quede en la epidermis de lo espectacular. A la próxima va la vencida. Seguro.

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