“Juliette Binoche es una fuerza de la naturaleza”
Isabel Coixet es una habitual del Festival de Berlín. Ha sido miembro del jurado y seis de sus películas han participado en el certamen, Mi vida sin mí y Elegy, a competición, entre ellas. Y la relación sigue en forma, gracias, lo demuestró que la 65 edición del certamen arrancase con la nueva película de la directora catalana. Coixet desembarcó en Berlín arropada por sus dos actrices protagonistas: Juliette Binoche, en las pieles de la exploradora ártica de principios del siglo XX Josephine Peary, y Rinko Kikuchi, que interpreta a la joven inuit que la acoge en su desesperada expedición al Polo Norte.
Curtidas por una historia que se desarrolla en lo más crudo del crudo invierno ártico, no las asusta la alfombra roja bajo cero de una Berlinale que se ha permitido recibir a profesionales del cine y prensa internacionales solo con una fina capa de escarcha y sol.
A Juliette Binoche le fascinó que llevaras la cámara en el rodaje. En este caso, la cámara al hombro fué un intento de darle un aire contemporáneo a una historia que transcurre en 1908?
En realidad la película tiene una estructura interior muy clásica, de embudo diríamos, empezando con el helicóptero con planos muy abiertos y acabando con planos cerrados de las caras de dos mujeres en un iglú. También es verdad que yo siempre llevo la cámara en mis películas y para mí ese temblor es la traducción de lo que siente un espectador asistiendo a la intimidad de unos personajes. Lo he hecho sin intención de contemporizar la historia, creo que no le hacía falta, se sostiene sola.
Rodando el Ártico, con inuit, es inevitable recordar al Nanuk de Flaherty o Los dientes del diablo de Nicholas Ray? NanukLos dientes del diablo
La película que más vimos fué Nanuk, un falso documental, por cierto, que no rodaron donde dicen que lo rodaron. Cuando leí el guión de Nadie quiere la noche lo primero que pensé fue: es buenísimo. Y lo segundo: ¿Y esto cómo lo vamos a hacer? Yo he rodado en sitios muy raros, pero lo de las temperaturas de 14 bajo cero día sí y día también me parecía muy difícil, por no hablar de las avalanchas, la gente que se cae en el hielo... Pero al final, un rodaje es como una división acorazada panzer: cuando arranca no hay quién lo pare. Cuando estábamos localizando sí hubo momentos de pensar y aquí como trabajamos, si hasta los guías que están aquí todo el año se pierden, o de preguntarme si yo era la persona para hacerlo o si se necesitaría una infraestructura de producción en plan Transformers para hacer esta historia realidad. Al final, sí tengo un punto temerario y una vez dices “adelante” tienes que seguir.
En el Nanuk de Flaherty qué buscabas?Nanuk
Fundamentalmente una ayuda para Rinko Kikuchi (la actriz japonesa con la que Coixet ya trabajó en Mapa de los sonidos de Tokio). Para preparar el papel quería primero que la ayudara una inuit de verdad. Fue una de las mujeres que aparecen al principio de la película, mascando la piel, que, por cierto, es descendiente de una de las hijas de Allaka (uno de los dos personajes protagonistas de Nadie quiere la noche y que justamente interpreta Kikuchi). Rinko es una joven japonesa sofisticada y tenía que fijarse en cómo moverse, cómo hablar, como sonreír, como una esquimal. El otro referente fueron los visionados de Nanuk.
Que viste en el guión que te animó a aventurarte en un reto parecido?
No conocía la historia de los Peary. El único referente que tenía de expediciones de este tipo fue uno sobre Shackelton en la Antártica. Pero al leer el guión me entusiasmó, creo que Miguel Barros (Blackthorn) es un guionista increíble, que en otro país estaría haciendo todo lo de HBO, por poner un ejemplo. En el fondo, lo que más me inquietaba, aunque antes me refería a las avalanchas y al hielo, es cómo rodaría lo que pasa con dos mujeres pasado la noche ártica encerradas en un iglú. Yo nunca había visto un iglú por dentro. Eso me fascinaba, ese final del embudo, de la historia, con dos mujeres que están intentando saber quiénes son o ya casi sin intentar nada, al margen de resistir, me fascinaba y me imponía respeto.
Unos interiores helados que, por cierto, se rodaron en un plató en las islas Canarias. Todo un contraste, no?
Siempre me pareció una locura de producción... pensé: me estáis tomando el pelo? Pero confieso que fue una gran decisión. Después de rodar en Noruega y Bulgaria, acabar rodando con Juliette y Rinko solas, en el set del iglú, cuando ellas ya se conocían, conseguimos una intimidad muy interesante. Admito que sobre papel parecía una locura, pero funcionó! Sobre los exteriores en Noruega, no creo que uno tenga que sacrificarse o pasarlo mal para hacer las cosas, pero fué importante estar allí, especialmente para Juliette. Sintió qué pasa cuando tienes que llevar un abrigo de astracán de 14 quilos en la intemperie ártica, o un gorro que no le cubría las orejas. La gente de vestuario ha hecho un trabajo impresionante... es muy auténtico, esas mujeres iban así aunque nos parezca increíble: con gorro y velito en plena expedición... y el sombrero con pluma también, Josephine Peary lo llevaba. En ese sentido, estar allí, empujando el trineo así, era importante. Digo empujando el trineo porqué el tema de los perros no es tan fácil como parece. No les dices “venga” y arrancan así como así. Los 80 que teníamos en el rodaje hacían caso a un cuidador, a otro no, un día sí, otro no,... Y hubo momentos difíciles como cuando Gabriel Byrne tenía que rodar la escena en la que le llevan en trineo después de caer en el hielo. Estaba a 40 de fiebre pero trabajó... los labios morados no son de maquillaje. Pero todo ese caos y todo ese frío ayudó a interiorizar qué les pasaba por la cabeza a esta gente, para ir siempre más allá, pasar meses en medio de la nada.
Juliette Binoche parece hecha de esta misma pasta...
Juliette es una fuerza de la naturaleza. Se convirtió en Josephine Peary desde el momento que dijo sí al guión. Yo esperé mucho tiempo para que lo pudiera hacer ella, pensaba que era la actriz perfecta para el papel. Sabía que era un papel ideal para ella y que también se adaptaría a las duras condiciones de rodaje. Le puedes proponer una historia como ésta a Meryl Streep pero luego hay que estar en el quinto pino, en un tipi con estufa de tizones y un cubo de basura glorificado como letrina. Yo conozco el mundo de las actrices y sabía lo que estaba pidiendo con un guión así. Sabía también que Juliette, cuando acepta un proyecto, se tira de cabeza y no le importa nada. A mi me aterraba un poco, cuando estábamos en Bulgaria, donde hacía un frío que pelaba, pidió un camión frigorífico para meterse dentro cuando notaba que no estaba a una temperatura suficientemente extrema. Esto es así. Ella es así y por eso ha llegado dónde ha llegado. Una entrega y un rigor impresionantes. Es un privilegio trabajar con ella... pero cansado, eh (sonríe).
El personaje de Binoche se mueve por amor, en busca de su marido en plena expedición para plantar la bandera americana en el Polo Norte, pero por el camino acaba encontrando otra historia, de descubrimiento y ternura más íntima con la inuit que interpreta Rinko Kikuchi. Era esto lo que te apetecía explorar?
Robert E. Peary era un hombre que, a parte de tirarse a todas las inuit del mundo, cuando estaba en Washington también estaba en otra cosa, un señor que lo que único que deseaba realmente era la gloria y salir en la foto, pisando a quién hiciera falta. La adoración que las dos mujeres sienten por él no deja de ser una proyección. El amor más puro es el de Allaka, porqué en el caso de Josephine ella también comparte la ambición, el deseo de gloria. La médula de la película, ciertamente, es la relación de ellas dos, los cuerpos que se acaban juntando en busca de afecto, calor, la pureza de ese momento.
Una historia de amor es lo que pareces tener también con la Berlinale.
[Se ríe] Han dicho: “esto es lo que le falta”. Para mí es una cuestión de lealtad con el festival. La primera oportunidad me la dieron aquí, si ellos no hubieran aceptado Cosas que nunca te dije en Panorama hace exactamente 20 años yo no existiría como cineasta, así que si tengo película, se la enseño. Lo de la inauguración (se toma una pausa y un respiro) me parece importante porqué es un gran escaparate y lo que queremos es vender la película, que tenga distribución internacional, aunque desde el punto de vista personal sí hay un punto de paripé que no es lo más divertido del mundo. Yo ya estaba contenta con estar en sección oficial y fue un shock cuando me propusieron inaugurar. Sin ir más lejos, lo primero que les dije fue: “no sería mejor la de Terrence Malick, que es como un Dios?”
A por el oso
Nadie quiere la noche abre la sección competitiva de la Berlinale, a la que seguirán en las próximas jornadas, hasta el día 15, veteranos como Werner Herzog, Terrence Malick, Peter Greenaway o Wim Wenders, que participa fuera de concurso con Every Thing Will Be Fine, vuelta a la ficción del director alemán que este año ya tiene un oso garantizado: el honorífico.
Herzog también regresa al terreno de la ficción y a Hollywood con una de sus reinas, Nicole Kidman. En sintonía con la película de Coixet, ésta vez se trata de otra exploradora, Gertrude Bell (1868-1926) la intrépida mujer que inspira Queen of the Desert en un paisaje inhóspito, ésta vez de arena y sol. Dos ejemplos de los que el director del festival Dieter Kosslick define como “una vuelta al mundo en 11 días”, una Berlinale que acoge producciones de todo el mundo y las miradas de cineastas fascinados por paisajes ajenos a los suyos.
Si al principio de Nadie quiere la noche, el personaje de Juliette Binoche sonríe satisfecha con un “toma Park Avenue!” después de abatir un “gran” oso blanco, en la Berlinale será un jurado el encargado de decidir quién se lleva el plantígrado a casa. Presidido por el cineasta norteamericano Darren Aronofsky (Réquiem por un sueño, Cisne negro, Noé), el de sección oficial cuenta con dos miembros que, como Isabel Coixet, viven en Barcelona cuando su agenda lo permite: el actor catalanoalemán Daniel Brühl (Good Bye Lenin, Rush, Malditos bastardos) y Claudia Llosa que sabe de primera mano lo que significa cobrarse un oso de oro, el que ganó en 2009 por La teta asustada.