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'Padre no hay más que uno 3', una comedia navideña blanca y sin gracia en pleno julio

Los niños de 'Padre no hay más que uno 3'

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Nadie puede negar que Santiago Segura tiene un talento innato: el de saber leer el momento y descubrir lo que quieren los espectadores. Lo hizo con Torrente, la franquicia más exitosa de la historia del cine español. Su policía facha, machista, racista y todos los adjetivos descalificativos que a uno se le ocurran, reventó las taquillas hasta en cinco ocasiones. Por el camino la discusión, ¿era Torrente una crítica o una apología involuntaria? Años después, Segura vio en el cine familiar una oportunidad de mercado antes de que otros se dieran cuenta. Dirigió el remake de una comedia para todos los públicos y logró que Padre no hay más que uno se convirtiera en la película española más taquillera del año con 14,2 millones de euros y en una sorpresa para todos.

Por si fuera poco, Segura se convirtió en nuestro Tom Cruise, un adalid defensor de las salas que incluso adelantó el estreno de la secuela de su éxito para ayudar a los cines en pleno verano de 2020, cuando empezaban a subir la persiana tras el confinamiento. Con un público que todavía tenía miedo a ir a espacios cerrados y otros que solo pensaba en terrazas, Santiago Segura se las apañó para volver a arrasar rozando los 13 millones. La tercera parte era solo cuestión de tiempo. Es curioso que el director de aquellas comedias que vendían lo incorrecto como gran baza se haya convertido en padre ejemplar de familia canónica que vende humor blanco e inofensivo. El mercado ha cambiado, y ahora son los productos transversales e inocuos los que arrasan.

Con su trilogía de Padre no hay más que uno surge la misma pregunta que con Torrente, ¿es una crítica del hombre cuñado o es una apología? Segura se las apaña para que cada uno lo interprete como quiera. Quien se quiera partir la cara diciendo que se ríe de su protagonista y que muestra que es un “señoro” podrá hacerlo, quien tenga claro lo contrario tiene argumentos de sobra. No hay ni una pizca de atrevimiento en sus planteamientos, ni en lo temático ni en lo puramente cinematográfico. Son películas cuya trama, cuyo modelo de familia y cuyos chistes valían hace 50 años, hace 30, hace 15 y ahora mismo. La comedia de Segura en 2020 tiene a una familia numerosa con un padre que odia las labores de la casa pero que, en la primera entrega, descubre lo mucho que ha sufrido su mujer siendo la que levantaba el hogar.

Viendo cualquier entrega de Padre no hay más que uno, parece que son películas que viven en una cápsula del tiempo. Es como si ninguna de las conquistas sociales logradas hubiera afectado a sus tramas. La familia que muestra es tan clásica como conservadora. La misma que se nos vendió en series como Médico de familia: numerosa, en chalet y, cómo no, con asistenta. Latina. En la tercera entrega, su historia gira en torno a un niño, Jesús del Belén de Navidad, que se rompe y tienen que recuperar antes de que se entere el personaje de Santiago Segura. Porque las grandes familias continúan apostando por las tradiciones católicas, apostólicas y romanas.

, Padre no hay más que uno 3 es una comedia navideña en pleno julio, a 40 grados a la sombra, pero qué hay más familiar que esas fiestas. El problema es que, aunque la primera entrega no innovara y fuera una comedia familiar blanca y convencional, llegó en un momento donde ese tipo de cine estaba olvidado y sonó a novedad, incluso a fresco. Varios años después y con toda la industria copiando el modelo, esta tercera entrega llega fatigada. Es la menos graciosa de las tres películas y, en vez de intentar apostar por otro tipo de chistes, repite los mismos de las dos primeras películas una y otra vez.

La hija, que primero quería cantar y luego ser folclórica, ahora quiere anunciar la lotería de Navidad; la hermana mayor sigue enganchada al móvil y ahora enamorada de un rapero tik tokero; se siguen riendo de la vena vegana y ecologista de la mediana y aquella niña cuyo material cómico era que no se la entendía al hablar ya es demasiado mayor para semejante gag, por lo que queda en tierra de nadie. Es como si la propia familia se hubiera acomodado, hubiera perdido vis cómica. Silvia Abril, que siempre funciona como alivio cómico, apenas sale y Santiago Segura siempre utiliza el mismo recurso: terminar con una puntilla supuestamente irónica o cuñada las frases de todos los personajes. Los gestos, los gags visuales, las réplicas, todo suena a ya visto dentro de las anteriores películas y en esta dejan de tener gracia.

Lo mejor de Padre no hay más que uno 3 está en sus secundarios, Loles León y Carlos Iglesias -que sustituyó a Antonio Resines cuando este fue ingresado por COVID-19- pueden con todo. Tienen química y vis cómica y sus escenas son las únicas que traen algo de frescura. Es una pena que el director y su coguionista, Marta Fernández de Vega, vayan tan a lo seguro. Podían haber explotado una vena más canalla, sin olvidar el público para toda la familia como hizo Mamá o Papá, otro remake que tenía un punto de mala leche que hacía que destacase entre tanta propuesta blanca. Santiago Segura tiene esa ironía que le hubiera venido bien a esta entrega para empezar a tomar otras decisiones, y también para no parecer tan conservadora en el modelo de familia que propone, desarrolla y ensalza. La imagen final, con toda la familia feliz alrededor de un niño Jesús podría ser una estampita de los años 60, pero lo es del cine taquillero español de 2022.

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