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El primer asesinato racista de España en el 92 alerta sobre el peligro actual de la extrema derecha en un documental

La única imagen que se tiene de Lucrecia Pérez, asesinada por la extrema derecha en 1992

Javier Zurro

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Lucrecia Pérez vino a Madrid como tantas mujeres dominicanas a comienzos de los años 90. Buscaban una vida mejor. Trabajaban en lo que podían y mandaban el dinero a sus familias, eso tras pagar el viaje que las había llevado al sueño europeo. Algunas acabaron trabajando como internas en casas de la clase alta madrileña. Explotadas en jornadas interminables, cuidando a los hijos de otros mientras mandaban unas cuantas pesetas a los suyos, a los que no veían y con los que casi ni hablaban. 

Aunque trabajaban para la gente del centro de Madrid, ellas vivían alejadas de ellos. La segregación urbana hizo su efecto y la comunidad dominicana se concentró en torno a Aravaca. En la plaza Boreal se reunían aquellas mujeres. Hablaban, charlaban e intentaba crear vínculos nuevos en un país diferente que usaba su trabajo pero no les ofrecía ninguna oportunidad más. Comenzaron a recibir, en aquella plaza, insultos, pedradas y gritos. El racismo campaba a sus anchas. Muchas intentaron advertir de lo que estaba pasando, pero desde los medios se intentó criminalizarlas diciendo que trapicheaban con droga, que ejercían la prostitución y que, básicamente, habían desestabilizado el barrio, por lo que se merecían aquella respuesta que más que vecinal era absolutamente xenófoba. 

No se hizo nada, y finalmente todo desembocó en el que fue considerado el primer crimen racista de España. Lucrecia había llegado hacía solo un mes a España, y una banda de extrema derecha la asesinó sin piedad. Uno de ellos era miembro de la Guardia Civil, evidenciando la herencia franquista de muchas de las instituciones que ahora vivían en democracia. Era 1992, pero podía haber sido 2024. El aumento del racismo, el auge de la extrema derecha, y la presencia de partidos políticos que agitan el avispero con discursos xenófobos hace que lo que ocurrió entonces suene demasiado presente.

Ese puente entre pasado y presente es el que traza el documental Lucrecia, un crimen de odio, la serie que ha escrito Justin Webster, británico experto en radiografiar la sociedad española a través de sucesos que mostraron el barro tras la alfombra. Lo hizo en Muerte en León, sobre el asesinato de Isabel Carrasco, y lo hace ahora como guionista de esta serie documental de la que deja algo muy claro: no es un true crime. “No soy muy fan de esa etiqueta”, reconoce al otro lado de la pantalla mientras prepara, en otro país, su próximo documental. 

“Como se dice en inglés, ‘don’t get me started’”, dice bromeando y añade que “es un tema complejo”. “Admiro muchas de las cosas que se han hecho, pero la etiqueta no me gusta. Lo que yo hago realmente es un documental narrativo, y eso ya se hacía, empieza con The Staircase, luego con The Jinx… obras que tienen temáticas de crímenes, pero parece que esa temática es lo más importante de esas obras, cuando no lo es. Las plataformas piensan más en temáticas que en narrativas. Recuerdo que hace ocho años, cuando estaba intentando convencer a un gran jefe de la BBC2 para que entrara a producir el documental sobre el caso Nisman, que me dijo que ya bastaba de asesinatos. Lo que no entienden es que debajo del asesinato hay algo, hay psicología, hay casos de racismo como en este caso. Lo importante es el subtexto”, explica.

El neonazismo que campaba a sus anchas entonces se escondió un poco, desapareció, pero solo de la superficie, y ahora ha surgido otra vez

Justin Webster Guionista

Eso fue lo que les interesó cuando buscaban temas para su nuevo trabajo. La noticia sobre el asesinato de Lucrecia Pérez la trajo David Cabrera, uno de los dos directores de la serie junto a Garbiñe Armentia. Para Webster esta era la cara española del caso de los cinco de Central Park, un suceso de crimen racista que muestra la peor versión de la sociedad del momento y también desata una oleada de conciencia y solidaridad. 

“Tenía un subtexto enorme, y el racismo era una gran parte de ese subtexto, pero tenía muchas capas”, opina el guionista que coincide en la vigencia de lo que cuenta su trabajo. “Obviamente es una historia muy resonante por temas como el racismo, y también el auge de la extrema derecha. También por cómo nos vemos como país. Han pasado 30 años y sigue resonando de una forma muy potente, y eso quiere decir que aunque todo haya cambiado, realmente nada ha cambiado”, dice mencionando de alguna forma el Gatopardo.

Da miedo ver cómo esos movimientos de extrema derecha del año 92 vuelven a tener una presencia en las calles. Para Webster, lo que “está pasando ahora en el mundo es una lucha entre democracia y mafia”. “Sí, Mafia, porque es una forma diferente de entender el poder. España en el 92 viene del franquismo. En España había, en esa época, grupos neonazis muy fuertes que durante el franquismo tuvieron incluso conexiones con el nazismo. Son grupos con una forma de entender la identidad muy tribal, muy violenta. Verlo con la perspectiva del tiempo te hace pensar en lo que pasa hoy y creo que lo que pasó entonces es que este neonazismo que campaba a sus anchas entonces se escondió un poco, desapareció, pero solo de la superficie, y ahora ha surgido otra vez”, reflexiona.

En aquel 92 que vendría brillo y esplendor era el PSOE quien estaba en el gobierno, y Lucrecia, un crimen de odio muestra la incapacidad de ser contundentes contra el racismo y de cómo ciertas declaraciones incluso perpetuaban estereotipos contra la inmigración. Webster se acuerda ante la pregunta de Alfredo Pérez Rubalcaba, cuando coincidió mientras rodaba El fin de ETA. Justo en un momento en el que se estaba debatiendo sobre acoger a migrantes. “Nadie quería hacerlo. Los políticos tienen miedo del tema de la migración porque es el más caliente y lo consideran arriesgado. Es muy difícil que hablen con franquea sobre esto”, opina para luego señalar que una de las cosas que más le emocionó fue cómo reaccionó “la sociedad española en ese momento y creo que ahora, probablemente, no pasaría, no habría esa reacción”. “Las cosas han cambiado, el tema es el mismo, pero creo que las sensaciones han cambiado”, dice con cierta tristeza y pesimismo por el momento actual.

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