Festival Internacional de Cinema Fantàstic de Catalunya

La programación torrencial, los tres disfrutes y las dos agitaciones de Sitges

¿Qué se puede destacar de un certamen de programación tan torrencial como el Festival Internacional de Cine Fantástico de Cataluña? Incluso su palmarés es desbordante: decenas de títulos han recibido premios, reconocimientos ex aequo o menciones especiales. El mayor protagonismo ha recaído en el folk horror de paisajes nórdicos de Lamb, que ha recibido el premio al mejor largometraje y el premio Citizen Kane de la crítica a la mejor ópera prima, y también en After the blue, premio especial del jurado y premio de la crítica al mejor largometraje (compartido con una de las sensaciones del festival, la película de animación en stop motion Mad God). La producción española Tres, de Juanjo Giménez, ha cosechado el premio al mejor film fantástico europeo según el jurado de Méliès d’Argent.

La abrumadora oferta cinematográfica (solo la sección oficial competitiva incluía 37 largometrajes) garantizó dar espacio a las diversas almas de Sitges. La preeminencia del cine fantástico volvió a convivir con un cierto apoyo a otras propuestas algo alejadas de los códigos más establecidos del género, especialmente dentro de la sección Nuevas Visiones. El premio al mejor filme de este apartado recayó en el turbio drama argentino El apego. Medusa, una crítica a las élites ultraderechistas latinoamericanas, mereció el premio a la mejor dirección dentro de una sección que abrazó rarezas como 2551.01 o Strawberry Mansion.

The feast, perteneciente a la sección oficial y mención especial del jurado Méliès d'Argent, sirvió como una especie de nexo entre el Sitges especializado y el Sitges de cine festivalero a través de su mirada distante a lo terrorífico. Su director, Lee Haven Jones, explicó una historia de venganza ecológica con aires de contemplación impasible de maldades humanas o sobrehumanas al estilo de Michael Haneke (Funny games),

La apuesta por la cantidad también garantizó que se acogiesen generosamente todo tipo de macrotendencias del fantástico en un momento de una cierta agitación de los aficionados y de la crítica especializada. El terror elevado, una etiqueta desafortunada y de connotaciones elitistas que se ha adjudicado a obras como Hereditary o La bruja, ha generado divisiones y algunas hostilidades. Y la proliferación de guiños ideológicos evidentes, oportunos u oportunistas, ha puesto en guardia tanto a los críticos del pensamiento superficial como a las facciones más conservadoras de la cultura freak, entre otras posiciones diversas. El legítimo cuestionamiento de los planteamientos artísticos ha llegado a derivar ocasionalmente en una inquietante defensa de un supuesto terror puro.

La política y los géneros

En cuanto a posicionamientos políticos, Sitges incluyó un poco de todo. La mencionada Medusa representó una propuesta política más o menos articulada en su crítica de la derecha religiosa: un grupo de jóvenes enmascaradas intentan adoctrinar y terminan castigando a quienes contemplan como pecadoras, desviadas, malas mujeres. El planteamiento expandía una cierta tendencia a representar las opresiones a las feminidades exclusivamente en clave sexista de chicos contra chicas y con garrotes, machetes o pistolas de por medio.

Propuestas como Seance o Witch hunt, por su parte, parecían desplegar una cierta agenda de las diversidades e inclusividades más comodona y también más apegada a las convenciones de los géneros fílmicos establecidos. La primera proponía una revisión roma, quizá agradable pero difícilmente memorable, de las continuadoras del éxito de Scream como Leyenda urbana. La segunda era una fantasía política sobre unos Estados Unidos más o menos contemporáneos donde se ha prohibido la brujería: en un poco disimulado dardo a las políticas migratorias vigentes, las ciudadanas estadounidenses acusadas de brujería son las que deben conseguir asilo en México.

Witch hunt, además, estaba salpicada por escenas que parecían fuera de lugar: el filme era un drama adolescente cuyos elementos fantásticos se empujaban contra natura hacia el terreno del terror sustocéntrico. Quizá hubiese sido más gratificante que sus responsables imaginasen otra manera de afrontar lo mágico, sin pagar peajes a la lógica del jump scare. Entre este tipo de propuestas más o menos amables, irrumpió algún chirrido disonante como la marciana The scary of sixty-first o las provocaciones de Barbaque.

No faltaron las recuperaciones de clásicos y rarezas varias (como una ambiciosa película de ciencia ficción de autoría polaca, On the silver globe, o un filme perdido del George Romero de La noche de los muertos vivientes), junto con una retrospectiva conformada por películas de licántropos. Entre fines del mundo diversos (véase las destacables La terra dei figli y In the earth) y revisiones más o menos originales de las posesiones diabólicas, la licantropía o el vampirismo (como una Rose adecuadamente opresiva que quizá no acabó de despuntar del todo como drama fantástico con arrebato final de visceralidad), el terror más convencional tuvo también una participación nutrida. Caveat representó un tipo de producción pequeña, irregular, poblada por malevolencias granguiñolescas y extremas: se le puede reprochar su tendencia tramposa al todo vale, pero regaló momentos legítimamente desasosegantes. La posibilidad de visionarla en pantalla grande también es una de esas pequeñas cosas que dan sentido a los festivales de género fantástico.

La película francesa Le calendrier, un cuento fantástico de advertencia sobre los riesgos del anhelo al estilo de Siete deseos, proporcionó una satisfacción rápida, un tanto rutinaria y culturalmente deslocalizada como ingerir unas patatas fritas de cadena de comida rápida. Offseason, un relato sobre islas turísticas que devienen infernales en temporada baja, corría riesgos parecidos pero haciendo gala de un añadido de ambición no necesariamente realizado.

Llanto maldito fue una de las representaciones más evidentes de una concepción del terror formularia. Su procedencia colombiana no dotaba de ningún rastro local a esta fotocopia empalidecida de modelos preexistentes y globales: de su historia de espíritus de madres dolientes por la pérdida de un hijo apenas podía rescatarse un sólido trabajo de la actriz femenina protagonista. Inexorable, firmada por un habitual como el realizador belga Fabrice Du Welz (Calvario), recibió en general una mejor respuesta por parte de la crítica.

En un gesto dualista más propio de las polarizaciones de Twitter, he aquí tres gozadas y dos agitaciones que rescatar entre todo el flujo de audiovisuales ofrecido por el equipo programador del festival: del disfrute amabilísimo y festivo que proporciona Más allá de los dos minutos infinitos hasta las turbias experiencias de The scary of sixty-first y Violation. Porque todo cabe en la tradición fantástica y terrorífica, lo lúdico y celebratorio o lo incómodo y confrontativo.

Tu futuro inmediato, accesible en una pantalla

Película pequeña en medios y en duración (apenas 70 minutos), Más allá de los dos minutos infinitos ha sido uno de esos regalos cómplices con el público que siempre incluye la programación de un festival especializado. Otras películas, como el terror argentino metacinematográfico Realidad virtual, lo intentaron con resultados más precarios y quizá ridículos fuera del entorno de potencial comunión freak de las proyecciones de Sitges. El realizador Junta Yamaguchi consiguió una verdadera gozada en forma de comedia de ciencia ficción que también parece beber del espíritu celebratorio de One cut of the dead. Algunas gotas de este desparpajo contagioso podrían haber energizado el más farragoso thriller fantástico Visitante, que trata de dobles interdimensionales.

En Más allá de los dos minutos infinitos, un hombre descubre que se ha generado un diferencial de dos minutos entre el presente que vive él y el presente que vive un otro yo que puede observar a través de un monitor. A medida que varios amigos y compañeros van siendo partícipes del fenómeno, las cosas se complican: más y más rostros en la pantalla, idas y venidas para comprar boletos de rasca y gana, intentos de ligoteo, nuevos monitores para poder mirar dos, cuatro, seis minutos más allá en el transcurso del tiempo… El hecho de que reine completamente el espíritu lúdico no evita que podamos sentirnos reflejados en nuestras inercias o cobardías cotidianas, por ejemplo, cuando los personajes reproducen exactamente el futuro que acaban de contemplar por miedo a las consecuencias de desviarse del camino trazado.

Una doña Quijote del cine exploitation

Enid es una mujer que trabaja en el organismo británico de calificación y censura de películas durante la polémica de los denominados video nasties: en los años ochenta del siglo pasado, el gore irrumpió en los hogares a través de las cintas de vídeo. La protagonista vive una vida mínima, casi congelada desde el momento en que desapareció su hermana. Tras visionar una película de terror que parece liberar recuerdos reprimidos de esa experiencia, Enid se obsesiona con la idea de que la actriz protagonista pueda ser su hermana secuestrada.

La realizadora Prano Bailey-Bond firma una propuesta que puede recordar a Berberian Sound Studio, del ya plenamente consolidado Peter Strickland: ambos filmes comparten una ambientación relacionada con la industria cinematográfica y un protagonista que parece perturbarse progresivamente por la exposición constante a tantas ficciones de muerte. El aparente rechazo a la censura se entrelaza con una potencial advertencia moralista sobre los peligros de la exposición a la violencia, pero el viaje narrativo y estético merece la pena... aunque pueda quedar la sensación que este viaje al desequilibrio resulta un poco más controlado de lo que podría (¿o debería?) haber sido.

De enigmáticos pirateos de señales televisivas

Broadcast signal intrusion también trata sobre duelos personales y pasados culturales. Un archivista descubre, de manera casual, una historia de emisiones televisivas pirateadas para la difusuón de vídeos extremadamente inquietantes que podrían estar relacionados (o no: el mundo de las conspiraciones y conspiranoias es así de incierto) con la desaparición y asesinato de varias mujeres. En la tradición de otros misterios de ratones de biblioteca o filmoteca como El club Dumas o El fin del mundo en 35 milímetros, el protagonista se obsesiona con resolver quién realizó esos vídeos y porqué.

Jacob Gentry firma un disfrutable thriller con elementos de terror que intenta adecuarse a las formas audiovisuales del pasado histórico donde se sitúa la trama. A diferencia de tantos pastiches pop que inventan una realidad alternativa ochentera que nunca existió, Broadcast signal intrusion no se abandona al esteticismo mientras navega entre los pasados fílmicos de los ochenta y de los noventa y el presente del thriller de terror digital con mucha dignidad. La propuesta tiene ciertos ecos de una especie de David Cronenberg (Videodrome) con las aristas y purulencias limadas, incluye algunos de los vídeos malditos más impactantes del cine de género desde que se presentó en sociedad a la Sadako de The ring, y proyecta un sobrio sentido del juego que renuncia al guiño humorístico. El planteamiento enigmático dificulta concebir un desenlace plenamente satisfactorio, pero el camino puede proporcionar bastantes goces.

Conspiraciones y posesiones alrededor del caso Epstein

The scary of sixty-first, ganadora del premio a la mejor ópera prima en Berlín, hizo gala casi pornográfica de una pobreza de medios buscada y quizá exagerada. Sus responsables optan por una estética de baja fidelidad que se aleja con furiosa decisión de los embellecimientos y las interferencias del lenguaje publicitario que han invadido las ramificaciones comerciales del cine independiente estadounidense. Por el camino, encuentra pasajes de conexión inesperados con el terror mediterráneo setentero de sectas y cultos diversos.

La co-protagonista, co-guionista y directora Dasha Nekrasova se inspira en el caso real de abusos sexuales y pederastia encabezado por el fallecido millonario Jeffrey Epstein y su círculo. Dos amigas se instalan en una casa que había sido propiedad de Epstein, y comienzan a vivir una historia de investigaciones y posesiones donde la conspiranoia proporciona un sentido de la vida e incluso una compañera de cama. El resultado es saludablemente desconcertante en el apartado artístico, no sabemos si juguetón o desquiciado en el aspecto político, y se sitúa a medio camino entre el terror low-cost y la comedia negra incómoda de ver por su explotación de hechos altamente perturbadores.

El silencio y el estallido violento

Una mujer va a visitar a su hermana. Rápidamente, unos diálogos y silencios recorridos por reproches e incomodidades dibujan una trama de relaciones humanas atravesadas y condicionadas por heridas profundas. En el transcurso de la narración emergiendo, a través de saltos atrás en el tiempo, el recuerdo de una violación que solo la víctima quiso reconocer como tal.

Violation es una inusual película de rape and revenge, de violación y venganza. El drama psicológico, que incorpora algunas consideraciones francas sobre la sexualidad y las relaciones, tiene un peso infrecuente en el conjunto. Algunas relamidas cenefas de esteticismo indie que salpican la obra, y especialmente los momentos de pausa o transición, conviven con escenas de violencia extrema cuyo visionado es adecuadamente desagradable. La pareja de directores formada por Madeleine Sims-Fewer y Dusty Mancinelli parece cuestionarse que la ejecución del malvado pueda verse como un rito empoderador de la mujer atacada. En esta ocasión, la protagonista se venga, sí, como en la mencionada Seance y otros muchos títulos recientes (La casa del terror, Las furias…), pero llora, grita, tiembla y vomita mientras lo hace. El largo proceso pone a prueba la resistencia de la audiencia, aunque la alternancia de tiempos narrativos proporcione algunos momentos de una cierta tregua tensa.