Esta es la razón por la que te dará pavor mirar a tu gato a la cara después de ver 'Cats'
Universal está buscando los tres pies al gato para justificar el batacazo en taquilla de Cats, uno de sus estrenos más esperados. La razón no es otra que el rechazo exacerbado de la crítica internacional, cuyas reseñas han alcanzado cotas de crueldad inimaginables desde Titanic 2 o Dragonball Evolution.
La adaptación del musical de Broadway por Tom Hopper, director de películas aplaudidas como La chica danesa y El discurso del Rey y de otras no tanto como Los Miserables, está siendo despellejada desde que el pasado fin de semana llegase a las salas anglosajonas.
Parece que la prensa especializada hubiese firmado un pacto para escribir sin filtros sus despiadadas opiniones. Tal es así, que han llegado antes a nuestro país algunas de sus frases descontextualizadas que la nota media de la película que se estrenará el día 25. Sin embargo, hay que reconocer que este fenómeno de aversión está dando rienda suelta a maldades brillantes (como la de The Guardian, que le dedicó un soneto demoledor en homenaje al poema de T.S Eliot en el que se basa el musical).
“Cats es lo peor que les ha pasado a los gatos desde los perros”, escribían en The Beat. “Te hace sentir como si un parásito te comiese el cerebro. El visionado es tan estresante que provoca migrañas”, doblaron desde Daily Telegraph. En Collider se preguntaban si se le podía retirar el Oscar a Hopper por ello y en LA Times directamente la calificaban de “cat-astrófica”.
Tampoco el plantel de renombrados actores se ha salvado de la criba. Ni reuniendo a leyendas como Ian McKellen, Judi Dench o Idris Elba con algunas de las caras más populares de la actualidad, como Jason Derulo o Taylor Swift, han convencido a los periodistas.
No obstante, otros análisis culpaban a la tecnología de un “fiasco hipnóticamente feo”. “El verdadero problema es la programación digital de las pieles, que distrae y perturba”, opinaban en The Irish Times. “Cada vez que Cats se presenta como vanguardista, una oreja se contrae o una cola se mueve y vuelves a fijarte en lo espantosos que son los gatos”.
Universal ha optado por corregir en la medida de lo posible este efecto escalofriante en una nueva versión, a pesar de que sus copias han sido ya distribuidas y proyectadas en numerosas salas. Este lunes, Hollywood Reporter anunciaba que la productora lanzaría una actualización con “mejores efectos visuales”. No es algo habitual, pero tampoco lo son las palabras que está recibiendo de forma unánime ni el 18% que le ha otorgado la crítica de momento en Rotten Tomatoes.
Este parche no parece que vaya a solucionar las contorsiones artificiales ni esa extraña mezcla entre rasgos peludos y rostros reconocibles. Como dijo Jen Yamato, crítica de LA Times, en Twitter, “he llegado a casa después de ver Cats y no he podido mirar a mi propio gato a la cara durante más de dos horas”. Seguramente Yamato no haya sido la única y, por extraño que parezca, tiene una explicación.
El valle inquietante de los gatos
El cruce entre lo real y lo artificial no siempre sale bien. Solo hay que pensar en películas como Alita: Ángel de combate (2019), Las aventuras de Tintín (2011) o Polar Express (2004) para que un escalofrío involuntario recorra nuestro cuerpo. Pero ¿por qué nos incomoda esta animación y no la de, por ejemplo, Los increíbles? Todo podría tener una explicación: la teoría del valle inquietante.
Esta hipótesis fue formulada por el japonés Masahiro Mori en 1970 y, aunque se suele aplicar al campo de la robótica, también tiene su reflejo en el séptimo arte. A grandes rasgos, viene a decir que la afinidad de las personas con los robots (o lo artificial en general) va creciendo a medida que estos parecen cada vez más reales.
Sin embargo, cuando llegan a cierto nivel de semejanza, la respuesta emocional positiva se convierte en negativa. Pasan de ser adorables personajes a inquietantes réplicas que imitan a seres vivos pero sin serlo del todo. Esa la razón por la que Los increíbles se escapa de este “valle”: porque están caricaturizados como si de un cómic se tratara.
La teoría se resume con una gráfica dividida en dos ejes: el horizontal, que representa el grado de familiaridad o empatía; y el vertical, que indica el nivel de parecido con un humano. Además, las curvas que la cruzan varían si el objeto se encuentra estático o en movimiento, ya que, según Mori, el movimiento tiene un factor aumentativo: incrementa la familiaridad, pero también la incomodidad cuando entran en este “valle inexplicable”. Esto es justo lo que ocurre con los bailes de Cats y los gestos gatunos de sus actores: no podemos evitar observar con extrañeza cómo Taylor Swift o Ian McKellen se contorsionan ante nuestros ojos.
“El problema de la artificialidad es que hay un cierto síndrome de Frankestein, que de manera natural nos hace reaccionar de forma incómoda ante ciertos sistemas”, explicó a eldiario.es Carlos González Tardón, doctor en psicología y profesor del U-Tad, un Centro Universitario de Tecnología y Arte Digital.
Ni siquiera Pixar, uno de los estudios de animación más punteros de la industria, queda exenta de haberse enfrentado al valle inquietante. Hoy ha encontrado la fórmula y por eso en Onward, su próximo filme, pasean personajes azules de apariencia humana sin que perturbe a nadie. No es lo que ocurría en sus inicios con cortos como Tin Toy (que serviría de inspiración para Toy Story), en el que un niño persigue por su habitación a un pequeño tamborilero de plomo que huye despavorido. El bebé representa el terror, y los diseñadores no pudieron estar más acertados.
Aun así, la teoría de Masahiro Mori no deja de ser solo eso, una teoría. No existen evidencias científicas de qué rasgos se deben evitar para no caer en el valle inquietante. Además, hay múltiples factores que pueden afectar a la curva descrita por el científico japonés como, por ejemplo, el de la edad. “Cada generación se cría con unas tecnologías que son ajenas para la anterior y las naturaliza”, explicaba González.
No se sabe con seguridad hacia dónde se desplazará la curva del valle inquietante en el futuro. Ya somos capaces de amar a humanoides, como demostró Ex Machina (2013), o incluso de enamorarnos de inteligencias artificiales, como vimos en Her. Pero, desde luego, lo que queda claro es que todavía no estamos preparados para ver Cats y luego mirar a nuestro gato a la cara.