El romance entre un abertzale y un guardia civil que Eloy de la Iglesia nunca rodó
Comienza la película. Sobre los títulos de crédito suena Estrellita Castro cantando Mi jaca. Aparece el hemiciclo del Congreso de los Diputados, luego su fachada rodeada de militares. Es 23 de febrero de 1981 y Tejero acaba de intentar dar un Golpe de Estado. Un plano muestra a numerosos guardias civiles saltando por la ventana de las cortes hasta fijarse en él, en Manolo, un joven de 25 años “muy bello”. “Sobre su rostro se congela la imagen”. Con esta imagen tan potente, la de un joven guardia civil tras el golpe de Estado frustrado, daba comienzo la película de un director maldito, Eloy de la Iglesia.
Se trata de Galopa y corta el viento, un filme que, tras dos versiones de guion y unas cuantas intentonas nunca pudo rodar el director de obras maestras como El diputado o El pico (y su secuela). Un filme a contracorriente, como todos los que hizo De la Iglesia. Un romance entre un abertzale y un guardia civil en una democracia que daba sus primeros pasos. Una historia provocadora, irreverente y con la que el director volvía a radiografiar la sociedad de nuestro país.
El guion de esta película que nunca se pudo levantar se ha publicado ahora de la mano de la editorial Niños Gratis. Los fans del director podrán ver que más allá de la poderosa 'frase promocional' que grita un romance que vincula terrorismo y Guardia Civil hay mucho más. No era solo una historia de amor, sino que hablaba del conflicto vasco, de la herencia franquista en ciertas instituciones, de clase obrera, de la homosexualidad reprimida… Manolo es guardia civil porque tiene que comer y no tiene un futuro mejor. Patxi vive en una familia nacionalista, tiene una hermana etarra y se escapa para vivir su sexualidad de forma libre. Hay, como siempre en su cine, una pulsión casi anarquista, antisistema. Ganas de cuestionar cada estamento e institución.
La edición de este guion inédito —escrito a cuatro manos por De la Iglesia y Gonzalo Goicoechea— viene acompañada de un prólogo de Eduardo Mendicutti y un texto de Eduardo Fuembuena, uno de los mayores conocedores de la obra del director y autor del libro Lejos de aquí. La verdadera historia de Eloy de la Iglesia y Jose Manzano. Un buen prólogo que ayuda a contextualizar y a entender esta película dentro de la carrera de De la Iglesia y dentro del cine español del momento. Para Fuembuena fueron “un cúmulo de desdichas experimentado por sus productores en una concatenación de acontecimientos malaventurados que se sucedieron en las épocas menos propicias posibles” las que impidieron que Galopa y corta el viento fuera una realidad. Podría haber sido “su mejor y más comercial película”, tal como afirmaba su productor en 1981.
“Su estreno hubiera coincidido casi seguro con la llegada al Gobierno de España de un partido autodenominado como socialista, el otoño de 1982. Creo que habría provocado una especie de catarsis en los espectadores que llenaban entonces las salas de cine y que las opiniones de Goicoechea y De la Iglesia que contenían aquella entretenidísima ficción habrían ayudado no poco a despertar su capacidad crítica y reflexiva. Tal vez por eso el mecanismo del poder se activó y lo impidió en absoluto. Además, a nivel internacional, esta película hubiera, sin duda, consolidado la figura de Eloy de la Iglesia como cineasta europeo de primera fila, sobre todo en EEUU”, opina Eduardo Fuembuena.
Eloy de la Iglesia era eso que llaman un francotirador, un kamikaze que hacía el cine que quería. Cine contra todos. Un tipo de cine que, ahora mismo, parece perdido e imposible de rodar. “Las políticas actuales para cualquier cosa lo impedirían en absoluto. Si me pregunta si creo que sería una opción afortunada rodar Galopa y corta el viento en la actualidad le diré que en absoluto lo sería, pues solo resultaría un objeto de anticuario cubierto de polvo y arrinconado en algún rastro”, explica Fuembuena.
Eloy de la Iglesia era incómodo para el poder. Esa osadía fue motivo de peso suficiente para hacerlo callar a partir de 1986
El cine del director de Navajeros mostró una España que otros no se atrevían y algunos ni siquiera sabían que existía. El cambio de modelo en la industria del cine provocado por la llegada de Pilar Miró parecía que beneficiarían a su cine, pero sus películas cuestionaban a todos, y eso no sentó bien. “En principio, el nuevo y afrancesado modelo para la protección de la cinematografía garantizaba la supervivencia como cineasta del comunista Eloy de la Iglesia. Sobre todo porque contaba con la protección personal de Pilar Miró, a quien llegó a calificar en 1983 como 'una santa', entre otros muchos cumplidos que recojo en mis trabajos”, recuerda Fuembuena.
Pero algo se torció. “Durante el primer Gobierno de Felipe, las películas de Eloy de la Iglesia recibieron todas las ayudas iniciales y a largometraje estrenado que permitía la nueva legislación. Creo que aquel apoyo hubiera mantenido su vigencia, sobre todo si el director pasaba a producir sus películas. Sin embargo, pronto se vio que las intenciones por parte del Gobierno de España en relación a una herramienta tan útil para imponer modelos de comportamiento en la calle como es el cine no eran tan puras ni tan idealistas como se apuntaron en el programa electoral del PSOE para las elecciones generales a Cortes de 1982. Eloy de la Iglesia, por ejemplo, era incómodo para el poder: atentaba todo el tiempo contra sus intereses porque terminaba por desenmascarar las verdaderas intenciones de estos, aunque fuera de una manera bastante simple y sin destapar la realidad que reside bajo las apariencias. Esa osadía a la que ya me he referido antes fue motivo de peso suficiente para hacerlo callar a partir de 1986 de la manera más fácil, a fuerza de vetos económicos”.
El cine de De la Iglesia tiene una cualidad innegable, por mucho que pasen los años sigue fresco, descarado y necesario. “¿Será por una cuestión de pureza de conciencia a la hora de informar al espectador de aquello que el sistema de poder se empeña en ocultarle a cada momento?”, se pregunta Eduardo Fuembuena que cree “que esa libertad radical que él y su coguionista mayor, Gonzalo Goicoechea, se permitieron explica esa magia que cualquier espectador que tenga una conciencia despejada encontrará en sus películas”.
Un cine que llegó como “un soplo de aire fresco y renovado lanzado por un personaje incómodo a quien había que borrar del mapa más tarde o más temprano”. “El público nunca lo olvidó, pero este es manipulable y cuenta bien poco. Si hoy se ha recuperado el cine de Eloy de la Iglesia ha sido sobre todo para favorecer los intereses económicos de los dueños de los derechos de sus películas y porque viejos y nuevos conocidos del poder tienen que seguir haciendo caja. Dejo aparte, desde luego, a despistados y a masoquistas como yo a quienes siempre nos tocará pagar”, dice Fuembuena con resignación sobre un cine que fuera de nuestro país encontró mejor respuesta que en España, donde “se le atacaba de forma vil y miserable desde los medios de todo signo político salvo en dos medios marxistas minoritarios”.
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