'La cantina de medianoche': el bar donde las prostitutas o los yakuzas reflexionan sobre la vida con ramen recién hecho
“El local abre desde las doce de la noche a las siete de la mañana. Lo conocen como la 'cantina de medianoche'. ¿Que si tengo clientes? Pues sí, entra bastante gente”. Es la forma que tiene el dueño de una minúscula taberna en el barrio de Shinjuku, en Tokio, de adentrarnos en su jornada. El bar no tiene nombre, su propietario tampoco. Sin embargo, se ha convertido en el refugio de noctámbulos y otros seres de la noche convertidos en habituales tras la barra.
Son taxistas, prostitutas, humoristas e incluso miembros de la Yakuza, la mafia japonesa. Todos ellos encuentran en la cantina, un no-lugar que sirve como burbuja frente al bullicio y los neones de la ciudad. También es un aislamiento de las ataduras cotidianas, ya que las historias que se cuentan en este bar no tienen que guardar apariencias ni seguir ningún protocolo. Lo único que importa es el olor a salsa de soja y la textura en el paladar del arroz recién hervido, cuando todavía ni siquiera ha parado de humear.
El manga de Yaro Abe es una oda al ritual de comer en su forma más tradicional. Frente a los ritmos que marca un mundo capitalista e individualista, en el que la alimentación se ha convertido en algo superfluo necesario para continuar con la rutina, el autor japonés propone una vuelta a la cocina como forma de comunión entre los comensales.
La cantina de medianoche (Astiberri) llega ahora a nuestras librerías después de convertirse en un superventas en Japón, donde cuenta con dos películas basadas en el manga además de la serie de Netflix titulada Midnight Diner: Tokyo Stories. En sus viñetas (que se leen de derecha a izquierda, según el método japonés) se propone justo lo contrario que en otras obras como El gourmet solitario, en la que un hombre recorre diferentes barrios de Tokio en busca de platos tradicionales. Abe abandona la figura prototípica de bebedor antisocial y la reemplaza por la de clientes que comparten anécdotas, risas o penas.
Pero en el manga los alimentos no son meros agregados para desarrollar la historia. Muestra de la importancia que tienen se aprecia ya desde el nombre que reciben estas pequeñas historietas, cada una llamada como un plato que puede ser típico japonés o improvisado con los materiales que tenga el tabernero. Porque, como se deja claro en las primeras páginas del cómic, lo que aparece en la carta es solo una mera indicación. En realidad, la gente pide lo que quiere y si el cocinero tiene los ingredientes lo prepara. “Esa es la política de la casa”, señala el camarero
Además, entre las páginas se nos dan consejos que podemos aplicar a nuestra forma de cocinar, como si se tratara de un libro de recetas ilustrado. “Viertes el curry, un poco apelmazado después de haber estado una noche en la nevera, sobre el arroz blanco y te lo vas comiendo mientras lo derrites”, explica el tabernero en un capítulo que cuenta por qué algunos prefieren dejar reposar el curry un día en lugar de tomarlo recién guisado.
La serie también hace lo propio al respecto, y después de cada capítulo dedican unos minutos a dar consejos sobre el plato en el que se ha centrado esa historieta. Es el caso del umeboshi, una variedad de ciruela japonesa con un gusto amargo muy intenso. “La sal determina el sabor del umeboshi. Si usan sal gruesa y no fina, el sabor umami de la ciruela se verá acentuado”, dicen al final del capítulo 6.
La comida como acicate de las emociones
Pero la obra de Yaro Abe tampoco se reduce a una amalgama de cuentos con detalles culinarios. Si por algo destaca es por el intimismo que se respira entre sus páginas, ya que la cantina es como un lugar de peregrinaje donde los clientes se despojan de sus caretas. Lo cotidiano y lo costumbrista son aquí atributos esenciales para humanizar a sus personajes, sin importar quiénes sean o qué actos moralmente cuestionables realizan una vez que salen tras la puerta corrediza.
Cada detalle, por insignificante que parezca, es al mismo tiempo una excusa para entablar conversación e ir más allá de la mera anécdota. Es el caso del episodio del manga llamado Palillos desechables, que se centra en un comensal incapaz de despegar correctamente los palillos de madera. “Siempre soy así, es como mi propia vida: nunca se llega a encarrilar”, contesta este al tabernero. Puede optar por traer sus propios cubiertos de casa, pero entonces se perdería la magia: separarlos se ha convertido en un reto personal que afronta cada noche. Más que un problema es una cuestión de orgullo.
Este amor de Abe por lo ordinario se impregna en cada uno de sus cuentos. Hay otro protagonizado por una cliente que entró en la taberna a las 6:30 de la mañana, justo cuando el bar estaba a punto de cerrar. Aun así, el dueño le atendió y preparó justo lo que le pidió: atún sobre un cuenco de arroz caliente con salsa de soja, un plato conocido como “comida de gato”. La mujer resultó ser una cantante en potencia, demostrando primero su habilidad en el bar y posteriormente a todo el mundo al superar el millón de discos vendidos. Pero falleció. Y al final, probablemente tomando como referencia la creencia en la reencarnación del budismo, se puede ver al camarero dando de comer ese plato a un gato callejero.
Ya optemos por el manga o la serie, acudir a La cantina de medianoche es hacerlo a un lugar enigmático pero que al mismo tiempo no nos hace sentir como extranjeros. Tampoco como en casa, porque incluso el hogar se ha convertido en un destino más de nuestra rutina. Es un bar donde estar en tierra de nadie a pesar de encontrarse en la capital de Japón. En él no entra el bullicio ni las prisas, pero sí lo hacen las personas, las historias y los cuencos con ramen bien caliente.