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Una historia de represión: 'La balada del norte' aborda las consecuencias de la Revolución de Asturias del 34

Ilustración de 'La balada del norte: Tomo 3', de Alfonso Zapico. Astiberri.

Francesc Miró

Se calcula que unos 5.000 mineros perdieron la vida en Asturias entre 1889 y 1995. Al menos en decesos y accidentes que estén documentados. La cifra real podría ser superior. Pues bien: en 1934, en Asturias, esa situación se había vuelto insostenible. La vida cotizaba demasiado a la baja. El valor de perecer, sepultado por rocas o ahogado, era cada vez más insignificante en la cuenca minera. Así que con poco que perder, los mineros iniciaron un movimiento huelguístico secundado por los grandes sindicatos, que les llevó hasta Oviedo.

Ocurrió que en la capital asturiana, la protesta tomó un cariz imparable y estalló la Revolución de Asturias. Ardió el teatro Campoamor, saltó por los aires la Cámara Santa de la Catedral. Quienes aún recuerdan y quienes escucharon a quienes recordaban, siguen debatiendo quien fue el responsable del primer disparo: militares o mineros.

“Preveo que, en esto como en todo, la opinión española se dividirá en dos bandos igualmente irreconciliables”, escribía Manuel Chaves Nogales en el imprescindible ensayo Tres periodistas en la revolución de Asturias, “el de los que afirmarán que la población minera de Asturias lanzada al movimiento es una horda de caníbales y el de los que sostendrán que todo fue un juego de inocentes criaturas o, a lo sumo, de cabezas alocadas y sin responsabilidad”.

En la trinchera entre unos y otros, el dibujante Alfonso Zapico ha construido La balada del norte. Ambiciosa tetralogía de tebeos que narra los avatares históricos que vivió la sociedad asturiana del siglo XX. Y que ahora, con la publicación de un tercer tomo de casi trescientas páginas de viñetas, ahonda en uno de los aspectos más desconocidos y turbios de la revolución asturiana: la represión y la tortura que sufrió la comunidad minera tras los acontecimientos de aquel mes de octubre de 1934.

Una revolución en gris hollín

En 2015, Alfonso Zapico se embarcó en lo que que se iba a convertir en su proyecto más largo y ambicioso. Nacido en Blimea en 1981, este historietista e ilustrador venía de ganar el Premio Nacional del Cómic en 2012 con Dublinés, una biografía de James Joyce publicada por Astiberri. Un trabajo ampliado posteriormente con La ruta Joyce y que le situaría como uno de los dibujantes españoles más destacados de su generación.

Desde entonces ha publicado El otro mar, sobre el explorador Vasco Núñez de Balboa, Zubigileak, una larga e interesantísima conversación entre Eduardo Madina y Fermín Muguruza, y Los niños de humo junto con Aitana Castaño, sobre la herencia cultural de la minería en la infancia. Y mientras hacía todo eso, ha mantenido viva una serie de extensos tebeos con la que pretendía narrar los hechos del 34.

“La primera idea que tuve cabía en un libro”, cuenta Zapico a eldiario.es. “Al dibujarlo vi que serían dos”, y se suponía que culminaría como trilogía, pero a la publicación del tercer tomo, reconoce que ahora no puede dejar La balada del norte: “La historia ha ido creciendo según la dibujaba, porque he necesitado muchas viñetas y aún me quedaré corto”.

La historia en el primer tomo publicado en 2015, empezaba en el Madrid de 1933. La Segunda República vivía un momento de profunda convulsión. Un periodista de familia rica llamado Tristán Valdivia abandonaba la ciudad para acercarse a Asturias, donde el movimiento obrero luchaba por mejorar su inhumana situación. Allí conocía y se enamoraba de Isolina, la hija de Apolonio, líder minero plenamente implicado en una revolución a punto de estallar.

Dos años después, la segunda entrega de La balada del norte se metía de lleno en la revolución, con un rigor histórico no reñido con los novelescos avatares del amor imposible entre Tristán e Isolina. Aunque también ampliaba el alcance temático de la génesis con un ambicioso ejercicio narrativo, casi dickensiano, que venía a retratar ecuánimemente una lucha de clases eterna que en el 34 prendió como la pólvora en la cuenca minera.

Ahora, la nueva entrega rastrea el sangriento final de la revolución de Asturias del 34, en un tono continuista en lo narrativo. Tampoco varía el estilo pictórico, que sigue llenando las páginas de un gris tan particular como propio de la cultura minera. Con todo y con eso, en el tomo tercero, Zapico decide darle alas a su afán expresivo en lo formal. De tal manera que la revuelta, sin abandonar el rigor, se vuelve más libre en lo gráfico que nunca.

“Es una narración muy cinematográfica en el sentido de que los acontecimientos se aceleran y eclosionan según nos acercamos al final”, cuenta Zapico. “No es mi estilo ni me pega mucho esta forma de narrar, pero no quería renunciar al ritmo que le dan a la historia este tipo de escenas. En el cómic, como en todo, hay que probar y probarse”.

De lucha de clases e historias invisibilizadas

Cuatro años y mil páginas de historia después, La balada del norte se presenta como un ambicioso fresco sociopolítico de nuestro pasado reciente como país, con ecos constantes resonando en el presente. En el personaje de Tristán vemos una burguesía bienintencionada pero despegada de los problemas de una mayoría social que le es ajena. En el de Apolonio, una clase trabajadora tan sufrida y tan luchadora que resulta prejuiciosa y conservadora en lo moral.

“No sé si Apolonio y Tristán representan a 'las dos Españas', porque aunque son muy arquetípicos de su clase, en el fondo son personajes muy complejos y contradictorios, están –y se sienten– fuera de lugar, a pesar de todo”, explica Zapico. “Las dos, tres o cuatro Españas de hoy están condenadas a entenderse, si no quieren repetir el modelo fallido y brutal de los años 30”.

Todo, sin olvidar prestar atención a los flecos históricos escasamente estudiados y representados en la ficción. El tercer tomo de La balada del norte centra su desarrollo dramático en la represión que los mineros sufrieron una vez sofocada la revuelta con mano de hierro.

También en la corrupción de las altas esferas militares, la impunidad de sus crímenes, o la invisibilización de la lucha de la mujer minera en el entorno proletario. El personaje de Isolina, sin ir más lejos, representa la mujer minera y republicana que sufrió por partida doble la represión: por su condición social y de género.

“En el 34, en el 36, en el 39 y aún después…”, reflexiona el dibujante, “la figura de la mujer en la sociedad minera es la gran paradoja del movimiento obrero: las mujeres estaban presentes en primera línea del trabajo y del hogar, en las reivindicaciones políticas, en las huelgas y las cárceles. Pero en los carteles de propaganda el minero con la dinamita ocupa mucho espacio y tapa todo lo demás”.

El político, antiguo corresponsal de guerra y escritor Javier Nart va más allá. En el epílogo que acompaña este libro afirma que La balada del norte, y su visión de la revolución del 34, “debería hacernos meditar sobre la patología cainita que aún hoy afecta a nuestra sociedad”.

“No sé si hay alguna patología de ese tipo que afecte a los españoles y ante la que estén inmunizados –por ejemplo– los franceses o los polacos”, sostiene en cambio el ganador del Premio Nacional del Cómic en 2012. “Pero sí es verdad que el lenguaje de hoy se parece mucho al de los años 30, y con él llega la división de la sociedad en bloques, la cerrazón ante las opiniones ajenas, el odio. Éstos sí son síntomas inquietantes de una vieja enfermedad”.

Una que sigue azotando a una España en el que la división y la crispación es norma. Y en el que obras como La balada del norte se significan como formas de comprender e interpretar una memoria histórica que a muchos les resulta incómodo recordar.

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