“De la música nadie se salva”

Es uno de los ilustradores más imitados del país, entre otras cosas porque hizo creer a un par de generaciones que dibujar sencillo era fácil. Su estilo, que contempla el sabotearse un poco a sí mismo, se lo fabricó en los años 90 al amparo de la fanedición, y pronto se alzó como emblema de la modernidad barcelonesa soplándoles el humo en la cara a los pangolines que cortaban el bacalao. Desde entonces, además de incurrir en la animación con series para la tele como Arroz pasado, ha publicado cómics superventas (lo cual es casi un oxímoron) como Viviendo del cuento, El Arte. Conversaciones imaginarias con mi madre o Crisis (de ansiedad), todos fragmentos de una biografía en desarrollo, la suya, que le gusta ir tarareando mientras dibuja.

La música y todo lo que la rodea siempre ha destacado en el temario de Juanjo Sáez (Barcelona, 1972), que estos días presenta Hit Emocional, una memoria sentimental enhebrada en los discos y canciones que le han traído hasta aquí.

¿Sigues escuchando música mientras trabajas?

Sí, sí, siempre. Sigo escuchando, nunca he dejado de escuchar música y además todavía me gusta escuchar los discos enteros. Escucho de todo, puedo escuchar Animal Collective y luego saltar al black metal. También es inevitable volver de vez en cuando a las cosas de siempre, precisamente porque están siempre ahí: Sonic Youth se separaron pero Thurston Moore ha sacado un disco ahora; pues bueno, te asomas, vamos a escucharlo.

Al fin y al cabo es la música que te empezó a construir.

Es que la música que oyes cuando eres peque la vas a seguir escuchando siempre porque sabes que en cuanto empieza a sonar pulsa algún resorte que ya estaba en funcionamiento. Yo ahora doy pasos hacia adelante y algunos hacia atrás, escucho de todo aunque tampoco profundizo en corrientes. Si hablamos de fidelidad a los orígenes, he seguido en la evolución natural del heavy, sigo escuchando Kreator o Burzum, por ejemplo, y me interesa todo lo que es post metal. Ahora hay unos que me gustan mucho que se llaman Liturgy, que son un subir y subir más y más todo el rato.

Metaleros de última generación con aspecto de niños delicados. La cosa ha cambiado mucho desde los tiempos en que definirse a partir de la música era la única vía de acceso a tus afines.

De eso ya no queda nada, ahora las tribus urbanas no existen, hoy los chavales pertenecen a movimientos estéticos un poco abstractos. Los swaggers, por ejemplo. Esos escuchan reggaeton pero no se definen en ello, esa música no determina su rollo, su cohesión viene determinada por las pintas que llevan o por la vida que hacen: que si van a centros comerciales, que si chatean… Es distinto. Siendo heavy yo no tenía que sentarme en el banco de la plaza con la litrona, que se supone que era algo que hacía un heavy. Yo no lo hacía, pero escuchaba heavy y por tanto era heavy, nadie podía discutirlo.

¡Y pobre del que lo hiciera!

Es que si eras heavy, eras heavy. Y te podías asomar a otras músicas colindantes si eras abierto, pero tú eras heavy. “Soy heavy”, decías. O soy gótico o soy tal, siempre a partir de lo que escuchases. Vale que empezó a sonar un poco ridículo cuando decías “soy indie”, pero bueno, ahora es que esa posibilidad no existe. Puedes ser swagger o hipster y no escuchar música. A lo mejor lo que te define es, yo qué sé, que te gusta leer. ¡O que eres un “instagramer”! Lo que ahora determina los movimientos juveniles es la moda, el aspecto y la indumentaria. Los diseñadores de moda marcan las tendencias más que los músicos. La capacidad de influencia de la música ya no es la misma; yo creo que al Primavera Sound va más gente porque es tendencia y lugar de encuentro que por interés en los grupos que tocan. Igual estoy patinando, pero es la sensación que tengo.

De tu libro se extrae la idea de que a partir de cierta edad se requiere algo más de esfuerzo para mantener vivo el interés por aquello que antes nos había sido de necesidad vital.

Hay que poner voluntad, sí, mantenerse un poco al día. Yo soy inquieto y me es inevitable buscar libros, nueva música, lo que sea; si no lo hago me aburro. Estar al tanto se hace más accesorio, y la gente lo deja un poco atrás cuando se casa y todo eso, supongo que tienen cosas más importantes que hacer que escuchar el último disco de Iron Maiden, pero al final de la música nadie se salva, nadie es inmune. Y cada uno en su esfera, ojo, porque también hay quien se emociona con Bisbal. Lo que está claro es que esa capacidad de conectar con las emociones de manera inmediata que tiene la música no la tiene ninguna otra disciplina artística. Es un subidón raro, en el libro intento explicarlo, la música comparte cualidades con la droga. Pero sí, hay que poner un poco de tu parte para que siga funcionando.

¿Crees que cuando dejamos de hacerlo corremos el riesgo de estancarnos en los recuerdos?

Esa es la trampa de la nostalgia. Yo a fin de cuentas trabajo con el pasado, con la memoria y los recuerdos, son mi materia prima, pero me da mucho miedo caer en el rollo de que antes todo era mejor, me mantengo alerta. Cuando hojeo libros de estos que recopilan nuestros juguetes, o las series de televisión de entonces o lo que sea, me pongo muy triste, muy triste, prefiero recordarlo que volver a ello. Porque además es que lo ves y era todo una mierda, era todo de plástico cutrísimo, aquellos muñecos con rebaba...

Ahora entramos a un chino y nos reímos, pero es que nuestros juguetes eran la misma mierda o peor. ¡Y cómo íbamos vestidos! Era horrible. Recuperar todo aquello toca la fibra, es cierto, ese juego nostálgico pone en marcha el mismo mecanismo que la música que escuchábamos, pero con la nostalgia hay que ir con cuidado, porque la realidad es el presente. Estamos vivos y estamos aquí, hay que estar aquí, lo otro son refugios mentales, aferrarse a cosas que te pueden acabar hundiendo un poco. Como mucho te puedes aferrar al nuevo de Iron Maiden, vale, ¡pero porque es “el nuevo”!

Sin embargo, admites que has vivido momentos de confusión. En el libro hablas de cómo te aturde la llegada de Internet.

Es que en ese momento cambian las reglas. Yo compraba los discos a medias con mi vecino y luego nos los cambiábamos. El disco te tenía que gustar, porque como no te gustase ibas jodido hasta que pudieras comprar otro. Entonces estaba todo muy dosificado y seguía una progresión lógica. Dentro del heavy empezabas por los Maiden y desembocabas en Napalm Death, tenía un sentido, había una lógica compartida con los movimientos artísticos. Y de repente llegó Internet y todo se mezcló. Ya no hay ismos, todo es mandanga, puro caos, de pronto es imposible aclararse. Yo ya escucho la música a cholón, sin red de seguridad, porque ahora hay modas que duran lo que dura la temporada. Cogen tres grupos afines y te apañan la moda del año: que si “el new tal”, que si “vuelve el rock”...

En el libro dices que el caos en tu cabeza lo empezaron The Strokes y ahí ya empezó a ir todo cuesta abajo.

Ahí fue cuando ya me lié, sí. Hay grupos muy buenos, cuidado, pero no encuentro manera de profundizar. Los discos no los estudias como antes, los escuchas una vez y te dices, “hostia, esto es de puta madre”, y por alguna razón no lo vuelves a escuchar nunca más. El cambio de paradigma ha traído cosas muy buenas, pero es verdad que se ha perdido aquella idea del disco como espacio habitable.

Ahora es cosa de surfear el Spotify.

En Spotify hemos hechos una playlist de “hits emocionales”. Bowie, los Judas, Pavement, Feria, Plastikman, Radiohead, LCD Soundsystem, Javiera Mena, Ornamento y delito, Serrat... Ahí está todo metido, el cómic entero. Antes hubiera estado suplicando por acompañar el libro de un CD, algo que hubiera sido impracticable por cuestiones de presupuesto, pero ahora lo cuelgas en Internet y andando. Es una de las ventajas de la tecnología.

Frank Zappa tenía la cita aquella tan recurrente de que escribir sobre música es como bailar sobre arquitectura. ¿El dibujo es mejor herramienta para la aproximación?

Para mí es la natural, y además es que me sirve de excusa, hacerlo me consuela de no ser músico. La música es lo que más me ha gustado siempre pero nunca he tenido madera de rockero, he sido un light toda la vida. Y después es que he sido siempre muy vago. La vida esa de la carretera, de ensayar, los bolos, reproducir las mismas canciones una y otra vez... Qué peñazo, me da mucha pereza. Después he visto cómo han acabado algunos colegas rockeros y he pensado que menos mal. Lo de dibujar es más natural en mí.

En el libro hay interludios musicales, algunas páginas abstractas donde pretendes que el dibujo se escuche, parece que quieres dibujar la música.

Sí, un rollo Kandinsky, una cosa un poco hippie, es una impotencia total, es intentar hacer que suene algo ahí. Yo estoy muy bien con la vida que tengo, pero está claro que tengo algo de músico frustrado. Es una frustración manejable, porque si la llamada hubiera sido muy fuerte hubiera intentado acudir, pero sí, la música tiene esa fuerza que tiene que ser alucinante controlar. Y luego, con el ego este barato que gasto, pensar que sales a un escenario y toda la peña se te entrega... Los músicos son el colmo de todo eso que tiene que ver con la vanidad.

Bailar dices que no bailas, ¿no te da vergüenza?

¡Por eso mismo no bailo! La verdad es que no tengo sentido del ritmo, soy poco físico, igual no he sido músico por eso, mira, porque soy muy cerebral. Nueve de cada diez especialistas me lo han dicho: no te comas tanto la olla porque cuando lo haces acabas pensando cosas que te asustan. Y así no vamos a ninguna parte.

¿Ves algo de canon generacional en Hit Emocional?

El libro creo que puede conectar mucho con mi generación, se verá reflejada. Viviendo del cuento les gustó mucho a los chavales de veinte años porque a fin de cuentas era un cómic de batallitas, pero éste no sé si lo van a entender, no sé si van a conseguir empatizar tanto, espero que sí. En cualquier caso es un canon personal y no sé si transferible. A veces uno piensa de sí mismo que es normal, pero no, no tenemos que perder de vista que los que nos dedicamos a estas cosas somos gente un poco rarita, así que supongo que mi libro no es una cosa para todo el mundo.

Yo aquí me he guiado un poco por el orden cronológico, viendo cómo evolucionó la música para nuestra generación. Muchos empezamos por el heavy porque era la vanguardia, lo moderno. Esto se lo cuentas ahora a un chavalín y te mira como si estuvieras chalado, pero era así. El heavy era contracultural, era música transgresora, rompía con todo. En los barrios, los heavies eran gente de respeto, se les miraba con cuidado. Aunque en realidad en el libro voy más allá, me remonto a mi padre y al rock'n'roll, que para él también fue “lo moderno”...

En el libro confiesas que tú ya eras nostálgico hace veinte años, cuando todavía no habías perdido casi nada. Más que nostalgia, tus tebeos los recorre una melancolía muy luminosa. En algún momento de Hit Emocional dices que a los cuarenta y tantos sigues sintiéndote solo en compañía de los demás...

Sí, eso es así, nada cambia. Piensas que algún día va a darse alguna mutación misteriosa pero sigues siendo igual, el que siempre has sido. Yo ahora empatizo mucho con el recuerdo de mi padre. La edad que a mí se me ha fijado de mi padre es la que tengo yo ahora, los cuarenta, los cuarenta y pico. Mi padre me tenía a mí rondando a su alrededor a una edad en que él era igual de bobo que yo ahora. Para mí entonces era una figura de autoridad, claro, pero en realidad el pobre estaba haciendo lo que podía, lo que hago yo ahora, que no me entero de nada y me voy buscando la vida como puedo.

Su generación tuvo que espabilar en muchos más aspectos que nosotros, pero sus sentimientos tuvieron que ser los mismos que los nuestros ahora. Nuestra generación es que tampoco ha tenido esquema, no hemos tenido un patrón a imitar. Ellos imitaron más a sus padres que nosotros a los nuestros. El mundo ha cambiado tanto... Y nos hemos quedado en un limbo extraño, nos han mimado mucho y aquí nos tienes, ¡haciendo tebeos!