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Viñetas existenciales para la Semana Santa

Hace un par de semanas se celebró la 35ª edición del Salón Internacional del Cómic de Barcelona, la convención más importante del país en torno a la historieta y sin embargo un evento falto de iniciativas, embobado en modelos industriales pero sin norte artístico y cada año menos interesado en los tebeos, que van cediendo terreno al carnaval que los rodea.

Esta crítica se le viene haciendo al evento desde sus primeras ediciones, cuando los estands no se llamaban estands, sino kioscos con ka de kilo, pero el Saló persevera en su alma de mercadillo y, aunque va perdiendo por el camino a las nuevas generaciones de independientes, mantiene su inercia como cita anual para editoriales que aprovechan para presentan un arreón de novedades. Tras la vorágine, vamos con algunos títulos cosecha de temporada.

El yo y los demás

Como aperitivo, una novedad frugal que nos dispondrá a la lectura sin que nos demos ni cuenta. Que alguien se acueste conmigo, por favor es el primer libro de la norteamericana Gina Wynbrandt, quien, con un dibujo de grado cero y un humor sin niveles que oscila entre el cinismo y la sandez, se ofrece como protagonista de una búsqueda compleja: la del amor verdadero o eventual a partir de una gestión de su propio cuerpo rendida a la mitología capitalista: Internet, Justin Bieber, las Kardashian, el porno o los pokémones.

Son historietas cómicas y divertidas pero carentes de chiste, sin gag ni más mecanismo humorístico que el del meme, el patetismo ambiente y las constantes referencias generacionales. Gina Wyndbrandt se acoge a una narrativa nacida en la red y basada en el espasmo para humillarse, generar una empatía con fondo de autocompasión y demostrar así que la mujer hembra es un ser tan ridículo, estúpido y despreciable como el hombre varón.

La mujer de al lado es una antología de historietas firmadas por Yoshiharu Tsuge, a quien identificamos como autor de El hombre sin talento, una obra maestra del desasosiego que Gallo Nero publicó por primera vez en castellano hace un par de años. Tsuge, nacido en Tokio en 1937 y depresivo reincidente, decidió dibujar su última obra y retirarse de la vida pública hace treinta años.

Dejó el manga y probó fortuna en varios negocios que no enderezaron una existencia miserable y aburrida, pero que contribuyeron a la construcción de una figura mítica cuyo trabajo hoy se recupera y se celebra como clásico vivo del gekiga, el cómic japonés de contenido adulto (que no pornográfico).

El talento objetivo de Tsuge, en todo caso, está libre de sospecha y queda refrendado por cada uno de los seis relatos que se recogen en este libro. Dibujados durante una época en que el autor se sentía al límite de su salud física y mental, se trata de pasajes de inspiración autobiográfica donde la pesadumbre cotidiana y la inercia de vivir retratan un Japón previo al milagro económico. Son historietas aciagas, austeras en lo narrativo y muy hábiles en sus recovecos morbosos. Puro costumbrismo de la desdicha, que para el lector de novela gráfica, burgués por definición, siempre es sinónimo de sillón orejero.

Los sexcéntricos, que se subtitula “De la creación al calvario”, es una nueva entrega de la memorias de Ramón Boldú, una figura silenciosa pero capital para dar el trazado completo de la prensa durante la transición española.

Los sexcéntricos era una serie de historietas humorísticas, de calidad más que discutible, que en su día fueron apareciendo en la contraportada de la revista Lib, de cuyo contenido Boldú fue responsable en la época tan bien llamada del destape. Con una desvergüenza característica al personaje, el autor recupera aquí aquel material y lo utiliza como excusa para hilar sus azarosas vivencias en el mundo editorial, centrándose esta vez en el entorno del cómic y desgranando sus experiencias más estrambóticas desde el final del franquismo hasta la edición de este libro.

Mitad pícaro, mitad buscavidas, Boldú tiene un don. Sus guiones son desarreglados, transcurren llevados por cierta impericia y se corrigen a cada viñeta, y es justo en esa torpeza donde cobran la naturalidad de la narración oral, el material se hace próximo y la lectura adictiva.

Todos los personajes que aparecen en Los sexcéntricos son o han sido en el plano real y no a todos ha de gustarles el retrato que les hace Boldú, que por algo lleva media vida coleccionando querellas, pero es en su impudicia donde se fundamenta el triunfo de estas páginas donde el cotilleo, el chascarrillo basado en hechos reales y una desfachatez esencial llegan a arrancar la carcajada.

La voz interior

Sin abandonar el yo, incluso entregándolo en ofrenda, Pep Brocal propone una primera persona y la pone en ping pong con una inteligencia artificial para hacerle unos pases dialécticos y vacilones al no somos nada de toda la vida. Cosmonauta es un viaje al pairo a partir de un desamor que se amplificará en tragedia global. La nave, mecida por la cháchara interior, toma una ruta sin destino aparente, sestea en todos sus meandros y elude la autocompasión habitual en los relatos de pena romántica para lograrse aventura. Existencialista, pero aventura.

Pep Brocal fue reconocido como autor novel del año en el salón del cómic de 1995, pero la precariedad editorial de aquella época le embocó hacia la ilustración y el tebeo infantil. Veinte años después regresaba al cómic adulto de manos de un pequeño sello editorial, Entrecómics, con Alter y Walter, otra intraaventura que ya apuntaba su querencia por las metáforas amplias, casi inmuebles, que el autor gusta de ir colmando con imaginería de ciencia ficción clásica.

Cosmonauta parte de un trauma pero se diría que es un trauma vencido, muerto antes de arrancar la historia, que así queda liberada de misiones terapéuticas y hace el tebeo risueño. Álex de la Iglesia, filósofo antes que cineasta, lo define en el prólogo como “nihilismo alegre”, categoría que responde a la ingravidez literal con que el autor de Terrassa pilota esta sonda al cogollo de uno mismo mediante un dibujo tónico y desenvuelto que desarma al primer vistazo, y que es, como en los cómics de ley, guión en sí mismo.

Otra voz en off es la de Alack Sinner, un tebeo con casi medio siglo de historia pero que sigue intacto porque nació con aspiraciones de clásico. Creado por los argentinos exiliados Muñoz y Sampayo, una de las parejas profesionales más sólidas de la historia del cómic, Sinner es un detective privado que se mueve en los bajos fondos de Nueva York y que en principio responde a todos y cada uno de los rasgos del mito estadounidense. Sin embargo, el género negro es en Muñoz y Sampayo, como siempre que se usa bien, un mero sistema operativo para hablar del individuo y de sus funciones morales.

Las aventuras de Alack Sinner son humanistas, políticas y algo sombrías. Disfrutables como escapismo y estimulantes de la reflexión. Los textos de Carlos Sampayo se siguen saboreando con enorme placer y se destacan -no es ninguna broma- en las páginas mudas. El dibujo crujiente de José Muñoz, por su parte, es un derroche de personalidad en marcha, un espectáculo que madura a ojos vista en esta edición integral.

Una edición, todo hay que decirlo, a la que le sobra peso y le falta tamaño, además de noche y suntuosidad en los negros, pero que sacrifica esos lujos para acercarse al precio popular, treinta y nueve euros por el total de una serie extraordinaria. Setecientas páginas que parecen animales vivos. Un estirón para el lenguaje del cómic y una influencia todavía vigente para un sinfín de obras por venir.

Las memorias de los otros

Arsène Schrauwen, del belga afincado en Berlín, Olivier Schrauwen, son las memorias delegadas del abuelo del autor, que en su día viajó al Congo Belga para, según se nos cuenta, descubrir el amor en la mujer de su primo y someterse a las amenazas de los parásitos, que en relación a uno mismo son siempre los demás.

Aparece ahora el tercer y último volumen de este título intrigante que ya se ha convertido en uno de los fenómenos de los últimos años, una serie que está en boca de todos los lectores con gusto, criterio y buena presencia. En esta historia resuena la literatura de grandes viajes, venida de una época llena de misterio y aventura, y una lectura que sucede en todo momento al filo de la revelación o de alguna tormenta.

Con un desarrollo atmosférico y meditabundo en el que no falta el humor, Arsène Schrauwen saca todo el partido a las posibilidades esotéricas del cómic y hace hilo del lector, que no podrá levantar la mirada de sus páginas hasta la conclusión de esta ceremonia psíquica. Se habla de vanguardia, pero el cómic es una auténtica muestra de neoclasicismo que está afectando muy seriamente a todos los creadores gráficos que se asoman a sus páginas.

Contaminado hasta las trancas de Schrauwen, por ejemplo, se muestra Marc Torices en Cortázar, un cómic sin duda hecho de encargo donde el escritor y periodista Jesús Marchamalo, encargado de construir el guión, picotea de las varias biografías existentes del escritor, extrae datos del testimonio de Cristina Peri Rossi y cita la famosa entrevista con Soler Serrano para confeccionar una cronología de hitos y anécdotas que dan en un retrato turístico del personaje, apenas un seis y un cuatro para resumir vida y obra que tal vez funcionará muy bien como objeto de regalo. Un libro correcto y muy aparente que se queda en bonito, y que concentra su valor en el trabajo esforzado y se diría que autónomo de Torices.

Para terminar, un buen comienzo: Historias de mis 10 años, el primero de una serie de ocho álbumes, de nombre genérico Los cuadernos de Esther, donde Riad Sattouf pretende ir recogiendo en tiempo real las vivencias y preocupaciones de una niña francesa (o de París, que no siempre es lo mismo) hasta su mayoría de edad.

La habilidad de Sattouf para prender el sonido de la calle y la juventud quedó demostrada en series brillantes e incomprendidas en nuestro país como La vida secreta de los jóvenes o Pascal Brutal, y su talento para la tragicomedia radica el éxito de su bestseller (en Francia, claro, aquí el tebeo bestseller no existe) El árabe del futuro.

Los cuadernos de Esther es una nueva prueba de su buen oído y una lectura tan divertida como penosa en cada página, ya que pone sobre la mesa los rasgos más bochornosos de una conducta infantil que en realidad está hablando más de sus adultos, de nuestra incapacidad para corregir la crueldad que traen los niños de serie y de la facilidad con que perdemos su mirada esclarecedora.

Sattouf juega con la inconveniencia que tan bien manejan los niños para ponernos en evidencia y llega incluso a avergonzarnos haciendo crónica de la debacle. No es difícil ruborizarse leyendo este tebeo que señala las semillas de clasismos, racismos, consumismos y modelos de conducta -todos erróneos- que motorizan a la chavalada y que hacen de esta primera entrega de Los cuadernos de Esther un complemento curioso, a la espera de que Esther crezca mejor y más guapa, con el tebeo de Gina Wyndbrant con el que abríamos la selección.