El antes y el después del Cara B: el festival de música que sobrevivió a la pandemia
Una chica está buscando su silla en la oscuridad de la sala. Es importante que lo haga lo antes posible porque todo el mundo debe estar en el lugar asignado que se especifica en la entrada. La música ya ha empezado y sirve de banda sonora a la escena que cada vez intriga a más espectadores. Mientras trata de lograr su objetivo, otra chica se levanta de su silla, desobedeciendo las normas y la saluda efusivamente. No hay contacto físico. “¿Sabes quien soy?”, le grita por debajo de su mascarilla. La pregunta es desconcertante. Con tan poca luz y el rostro medio cubierto, tanto podría tratarse de una antigua compañera de clase, de la que hace años que no ve ni las stories de Instagram, como de una semi desconocida con quien quizá ha tonteado un par de veces.
No pueden leerse los labios, ni la expresión facial, ni siquiera el timbre de la voz. Parece que charlan durante un minuto, pero no consiguen salvar la distancia comunicativa que ya es mucho mayor que la de seguridad. “¿Pero sabes quién soy o no?”, insiste inútilmente desde el mismo lugar. “Soy yo, ¿me reconoces?''. El thriller del asiento asignado se ha convertido en una estática comedia de enredo para los muchos que contemplan la escena complacidos. Pero cuando por fin parece que las chicas van a resolver la tensión aparece un 'segurata' que les pide que se callen y se sienten. Obedecen sin cruzar palabra, situándose a varios metros de distancia: parece que la protagonista por fin ha encontrado su asiento.
Toda esta escena, tan divertida como sintomática, ocurre durante el primer concierto del festival Cara B XTRA, que ha celebrado en estos últimos días de marzo de 2021 una edición especial en la Fábrica Fabra i Coats de Barcelona. Núria Graham es la encargada de abrir un ciclo marcado por las restricciones sanitarias, y tiene algo de simbólico que sea ella quien dé el pistoletazo de salida: presentó su último disco, Marjorie, en uno de los últimos conciertos celebrados antes del confinamiento. Aunque nerviosa por la vuelta a los directos, o taquicárdica por algún otro motivo que no llega a desvelarnos, Graham se gana al público desde el principio.
Y si solo nos fijamos en el escenario, en la música que retumba en la sala y en la voz de Núria, no parece haber grandes diferencias con ediciones pasadas: el Cara B repite lugar, nombres destacados de la escena independiente y fechas de celebración. También un público mayoritariamente joven y el sold out –o casi– que venía haciendo en los últimos años. Pero a pesar de la simetría organizativa, esta primavera todo es necesariamente distinto. Los recuerdos de este festival XTRA no tendrán nada que ver con los de 2020, cuando quizá la chica desobediente conoció a la chica desorientada, se tomaron juntas una cerveza y charlaron de los conciertos que más les habían gustado mientras hacían cola en el baño.
Pero mientras Núria Graham se coloca al teclado para entonar At last, su último single, cuesta creer que este nuevo Cara B no generará también un buen puñado de recuerdos, aunque estén modelados por la nostalgia y las ganas de pasar cinco, seis y siete horas seguidas viendo música en directo. Nadie ha venido engañado sobre el tipo de fiesta que habrá en la fábrica y, como todos los conciertos pandémicos, la asistencia tiene algo de militancia para con los grupos favoritos: todas las filas son la primera fila.
De ahí que Adrián Díaz Bóveda, el director del festival, señale el compromiso con uno de los sectores más castigados económicamente por la pandemia como el principal motivo para organizarlo: “no hemos querido rehuir nuestra responsabilidad como programadores, como los bomberos sacan sus mangueras cuando hay un incendio”, afirma. “La música en directo es necesaria por muchas razones, pero sobre todo como elemento cohesionador de la sociedad. Nunca estuvo en la quiniela quedarnos paradas. Hay mucho esfuerzo de mucha gente muy implicada. No se puede pedir más”. Esto último resulta innegable: el Cara B ha hecho todo lo que ha estado en su mano para celebrar esta edición, y para hacerla tan homologable a la idea de festival como les ha sido posible. Algo remarcable si tenemos en cuenta que la mayoría de festivales nacionales han sido suspendidos, aplazados o minimizados en otros espacios y formatos.
El Cara B sin duda se ha visto transformado. Ha bajado el aforo –este año han asistido 5000 personas frente a las 6000 de 2020–, ha adelantado los horarios para ajustarse al toque de queda y ha separado los conciertos de uno en uno; pero a cambio ha pasado de celebrarse cinco días en lugar de dos y algunos artistas han hecho doble pase para que nadie se quedase sin verles. Además, han tratado de aprovechar el espacio para ampliar la oferta cultural relacionada con el festival: la exposición B•SUAL, que engloba distintas disciplinas artísticas con obras visuales generadas al calor de la música en directo, se ha transformado en un videojuego interactivo e inmersivo para ahorrar al público el contacto entre los asistentes.
“Lo más duro ha sido sufrir la prohibición expresa por parte de las administraciones a cuatro días del inicio del ciclo de no servir bebidas, cuando nuestro público viene directamente de tomar algo de los bares. Un absurdo que hace que la música en directo quede poco menos que proscrita, siendo las barras una de las principales fuentes de financiación”, explica el director, en referencia a las dificultades económicas que atraviesan y lo poco que se ha tenido en cuenta, “las administraciones públicas no han respondido a la llamada de socorro del sector”.
Sin embargo, a nivel de imagen, probablemente el Cara B consigue así ganar puntos en esta edición: con su estrategia continuista se consolidan como una pieza clave dentro del gran número de festivales barceloneses, que si bien no puede competir con los principales nombres del Sónar o el Primavera Sound y su éxito internacional, sí ha logrado erigirse como un punto de encuentro para un público más local. El festival, que lleva siete años celebrándose y prácticamente agotando siempre entradas, es un escaparate en el que se mezclan artistas nacionales consolidados con grupos emergentes –en este sentido es de valorar que en sus carteles de promoción todos los nombres ocupen el mismo espacio, dándoles la misma importancia–.
Siguiendo su espíritu fundacional de ser “la otra cara” de lo que se entiende por un evento de estas características, hasta ahora el Cara B ha priorizado el acceso frente al crecimiento. También lo han demostrado este año. Mención especial para la elección paritaria del cartel, son mujeres quienes abren y cierran el festival este 2021, sin que estas elecciones se hayan utilizado como etiqueta o estrategia de marketing.
Los artistas que han pasado estos días por allí también han valorado el esfuerzo de la organización: no había concierto que no empezase y terminase con un emotivo agradecimiento. El viernes, durante el primer pase de Rigoberta Bandini –el concierto que primero agotó entradas y que atrajo entre el público a la alcaldesa Ada Colau– contaba emocionada que había pasado el virus durante las navidades teniendo que estar separada de su familia. Un tiempo que, para una artista que ha comenzado su carrera musical justo en plena pandemia, no podía desperdiciarse: aprovechó para componer algunos de los temas que estaba allí presentando. “Hace un año hubiéramos dicho que esto era imposible, un concierto así, y aquí estamos. Estoy muy contenta”, confesaba Rigoberta frente al micrófono, resumiendo la tónica general que se respiraba en todo festival: para los artistas subirse a un escenario se ha convertido en algo excepcional.
Cerraba el Cara B La Zowi, poniendo también un esfuerzo extra para adaptar su show a los condicionantes ambientales, siendo antes un espectáculo pensado para las distancias cortas y los cuerpos en conjunción. Una puesta en escena impecable, con cambio de vestuario y cinco bailarinas al unísono, venían a suplir el ritual báquico que montaba habitualmente la artista, subiendo a gente al escenario y tirando todo tipo de fluidos y objetos al público, desde agua para refrescar hasta cáscaras de plátano.
“Te como el chocho” le gritan un grupo de chicas y chicos que no tendrán más de 20 años, justo un instante después de que el segurata les haya arrebatado en el primer trago una pequeña botella. Aunque modulada por el contexto, esta imagen, que se ha venido repitiendo desde el comienzo, llega el domingo a su máxima expresión. El Cara B de 2021 es energía contenida desde que al entrar en cada concierto se advierte por megafonía que si alguien se salta las normas de seguridad –por ejemplo levantándose a bailar– el concierto quedará suspendido. Solo una estrategia de todos o ninguno contra los hombres de negro parecía funcionar, y lo hizo al menos durante unos segundos en el concierto de Leïti Sene & Cutemobb, lo que les valió un parón de la música. Después vino el aplacamiento y la fiesta, sea como fuere, continuó sin sobresaltos.
Las impresiones de quienes están en la sala básicamente oscilan entre la incomodidad de vivir así la música en directo y los del mejor esto que nada. “Estamos muy felices con la respuesta del público. Cuando no puedes expresarte bailando, las emociones se muestran de otras maneras”, afirma Díaz sobre lo que se ha vivido en estos días de festival abajo del escenario. “Se han visto ojos encharcados de lagrimotes y escuchado alaridos que venían de lo más profundo. A nosotros nos gusta lo que hacemos y esta es la mejor recompensa que podríamos tener”. Es complicado hacer una valoración global del festival porque nunca ofrecerá a los asistentes lo mismo que en ediciones pasadas. Mejor sería que no hubiera pandemia, ni restricciones, ni vacíos comunicativos entre mascarillas y seguratas, pero como eso es imposible, el mal menor dentro de la realidad que vivimos efectivamente se parece bastante a este Cara B EXTRA. Su celebración ha sido una cuestión de pura supervivencia: para los organizadores, para los músicos, pero también para la mayoría de los asistentes. Porque como dijo una vez una niña muy sabia, mejor esto que morirse.
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