Daniel Brühl: “Si limitamos qué contar, viviremos tiempos muy conservadores”
Hasta ahora el trabajo de Daniel Brühl (1978) había sido delante de las cámaras. El actor, con doble nacionalidad española y alemana, cuenta con una larga trayectoria bajo la batuta de grandes pesos pesados de Hollywood, ya sea con Quentin Tarantino en Malditos bastardos o con los hermanos Russo en Capitán América: Civil War. Pero las tornas se han cambiado en esta ocasión.
La puerta de al lado, que se estrena en cines este viernes, es la ópera prima de Brühl a pesar de que por su aspecto formal bien podría tratarse de la de un director consolidado. Es una historia con ciertos tintes autobiográficos que cuenta la vida de un actor a punto de presentarse a un importante casting para encarnar a un superhéroe cuando, de repente, su vecino Bruno, al que nunca antes había visto, se interpone en su camino.
El resultado es un thriller satírico pero también incómodo, desarrollado principalmente en un único espacio al más puro estilo de Un dios salvaje de Roman Polanski. Se trata además de un filme vertebrado a través de los diálogos, suficientes para mantener la atención sin incorporar ningún artificio técnico adicional.
Brühl atiende a elDiario.es en un céntrico hotel de Madrid. Vestido con una chaqueta de cuero negra y sentado en una mesa de bar, como si se tratara de un set preparado para su película, responde a este medio sobre algunas de las ideas que sobrevuelan una obra que tampoco deja de lado conceptos como la memoria histórica, la conciencia de clase o la libertad creativa de los cineastas.
Tras trabajar como actor con grandes cineastas, como los hermanos Russo o Tarantino, ¿hay algo de ellos en su primera película como director?
Primero tengo que mencionar a Wolfgang Becker, que hizo Good Bye, Lenin! conmigo y ha sido la persona por la que me mudé a Berlín y acabé enamorándome de la ciudad. Con él he hablado mucho de cine y me ha marcado como mentor. También Tarantino, su amor por el western y la manera de rodar secuencias en lugares cerrados. O Ron Howard con Rush, que me enseñó a tener una actitud abierta en el rodaje permitiendo la colaboración incluso con el guionista a pesar de que a algunos directores no les gusta esto.
Además hay inspiraciones de películas como Un dios salvaje de Roman Polanski. Y, aunque es un tono y una película completamente diferente, también me ha marcado mucho el cine de Michael Haneke, pero también otras cosas más ligeras como Mi cena con André de Louis Malle.
La película cuenta la historia de un actor exitoso que no tiene los pies en la tierra y que ni siquiera recuerda el nombre de su vecino o el de la camarera del bar. Cree que todo el mundo gira su alrededor. ¿Se ha sentido en algún momento como el protagonista?
En los momentos en mi vida en los que noté el peligro de no tener los pies en la tierra, sobre todo cuando era más joven, siempre me acordé muy bien de las palabras de mi padre. Entonces noté la importancia de tener una buena educación y de tener a tu lado a la familia, a amigos o a mi mujer, que me acompaña desde hace 10 años y es psicóloga. Todo eso ayuda a que no te pierdas en tu profesión y en el cierto éxito que tengas, porque siempre duele mucho si te caes de la décima planta. Eso es lo que le pasa a este personaje.
Era un juego muy divertido, porque está lleno de referencias personales y profesionales que he tenido, pero aunque lo parezca el protagonista tampoco tiene tanto que ver conmigo. Siempre he marcado una distancia y quise a propósito elevar el tono mucho para dejar claro que nos estamos moviendo en una comedia. Hubiese sido tremendamente vanidoso hacerlo desde un punto realista y contar mis propios traumas.
La primera mujer que aparece es la asistenta, que ejerce los trabajos domésticos y se encarga de los niños. El actor, en cambio, no ejerce ningún tipo de cuidados y se centra en progresar como profesional. ¿Es esta posición un privilegio de clase y de género?
Sí, fue algo buscado a propósito. Quería empezar la película así para demostrar que el protagonista está en un punto en el que ya no cuestiona nada. No se da cuenta de su entorno ni de los privilegios que tiene. Los da por hecho y se mueve con esa seguridad y amor propio por su vida.
El vecino del protagonista es el clásico fan cabreado que impone su criterio al de las obras. Lo hemos visto por ejemplo con el final de Juego de tronos, tras el cual se puso en marcha una campaña de recogida de firmas para rehacer la octava temporada con “guionistas competentes”. ¿Debe un director mantenerse al margen de la opinión de la masa en redes sociales?
Sí, en cierto modo lo quieren vender como una democracia, que todos participen. Pero eso nos ha llevado a un punto que perjudica mucho al arte y en las redes sociales hay como una doble moral. No puedes pasar ciertas líneas y hay muchos límites incluso con lo que puedes contar en una película. Y esto, si seguimos así, vamos a vivir tiempos como en los años 50, porque todo va a ser muy conservador y va a estar marcado por el miedo de pasarte.
Venden las redes sociales como una democracia, pero hay un punto que perjudica al arte
En un momento del filme se aborda el conflicto social derivado de la división de Alemania y Berlín. ¿Quedan “cicatrices” de aquello en la población alemana de la actualidad?
Muchas. Y después de tanto tiempo parece increíble, pero los países no se han adaptado ni nivelado. Es un hecho que el Oeste de Alemania invadió al Este y que no ha habido un intercambio a la misma altura. Todavía se nota una desigualdad enorme. Y ahora, en momentos de crisis mundial, estamos viendo un aumento de los conflictos locales y de los mensajes fáciles de populistas que envenenan la convivencia social. Eso lo estoy viviendo y la película es una observación de cómo yo veo Berlín ahora, e igual dentro de cinco años no podría hacer la película porque quizá ya no tenga vecinos del Este.
Y usted, que ha vivido en ambos países, ¿cree que España tiene algo que aprender de Alemania en materia de memoria histórica?
La historia en cada uno de los países europeos es muy compleja, con sus propios conflictos específicos y siempre hay que entrar con mucho cuidado porque no se puede comparar un país con el otro. Aquí [en España] hubo una dictadura hasta el 76 y es una democracia más joven, mientras que en Alemania históricamente somos culpables de uno de los capítulos más oscuros de la historia mundial. Enfrentarse al pasado era absolutamente necesario, y por suerte esto no se ha perdido en la educación y en la cultura alemana: encarar la propia historia.
Las películas de superhéroes no son una amenaza para el cine, sino que le ayuda
En 2019 hubo polémica con unas declaraciones de Scorsese sobre Marvel. Según el director de Toro salvaje, todas las películas parten de un molde fabricado para el consumo inmediato. “Las películas están diseñadas para satisfacer un conjunto específico de demandas y para ser variaciones de un número finito de temas”, opinaba el cineasta. Usted, que aparece como actor en varias películas del sello de cómics, ¿qué opina del papel que tienen los superhéroes en el cine de entretenimiento contemporáneo?
Entiendo perfectamente que no te guste, pero no lo veo como una amenaza hacia el cine. Creo en la coexistencia de un cine muy diferente y que, en cierto modo, estos largometrajes también ayudan al séptimo arte en general. Personalmente, desde joven siempre he tenido cierta satisfacción por los cómics y a mí me llenan mucho.
Además noto que hay un nivel altísimo, tanto de equipo como de actores, y si estás dispuesto a dedicar cierto tiempo en el universo sí aprecias diferencias. No todo es lo mismo y está muy bien contado, aunque es entretenimiento al fin y al cabo. Pero, al igual que ocurre con la música, a veces me gusta el pop aunque venga del indie rock.
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