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¿Por qué nos obsesionan las chicas que no hacen nada?

Peaches Geldof, it girl

Lucía Lijtmaer

La muerte la semana pasada de la modelo y periodista ocasional Peaches Geldof abrió el telediario de la noche en BBC. No encabezó la sección de cultura o la de moda, ni siquiera la de sucesos. El fallecimiento de Peaches Geldof pasó por delante de la situación actual en Ucrania o el aniversario del genocidio de Ruanda, en lo que el presentador retirado de la BBC Peter Sissons denominó “otro ejemplo más de cómo el periodismo se ve infiltrado por el ocio y el entretenimiento”.

La observación resultaba incontestable si se tiene en cuenta el papel de la BBC como servicio público, pero era fácil de rebatir en lo que al interés que despertó el hecho en sí. Ese mismo día, los artículos sobre la muerte de Peaches Geldof encabezaban todos los índices de lectura en internet de las cabeceras más serias y respetables del Reino Unido, y su muerte era reseñada en otros países, includo España, dónde Peaches Geldof es prácticamente una desconocida más allá de las publicaciones especializadas en moda y cotilleo. ¿Por qué?

Tras comprobar el alcance de la cobertura mediática (“Hoy concluye la autopsia del cadáver”, “¿Murió Peaches por desnutrición?”, “Peaches y su obsesión por el ocultismo”), no es descabellado afirmar que su muerte es otro ejemplo más de nuestra obsesión colectiva por las chicas que no hacen nada, un subgrupo de las llamadas it girls que llenan las páginas de todo tipo de medios.

Los orígenes

¿Qué es una it girl? Su definición ha variado según la época. Si en un principio el término se popularizó alrededor de Clara Bow, la actriz de It, la película dirigida por Clarence G. Badger y Josef von Sternberg en 1927, la definición puede remontarse al poema de Rudyard Kipling, sobre “eso” que hace que alguien tenga “lo que hay que tener”: desparpajo, personalidad o no sé sabe bien qué. Con el tiempo, la it girl pasó a ser el sambenito aplicado a cada starlet con aspiraciones de estrella -en su momento fueron bautizadas como tales Ava Gardner, Lana Turner o Marilyn Monroe-, hasta mutar durante la última década en algo muy distinto que define a celebrities tan diversas como Paris Hilton, Alexa Chung o la propia Peaches Geldof.

Las it girls de los últimos tiempos, por muy dispares que puedan parecer, poseen características muy similares. Si algo nos enseñó la muerte de Peaches Geldof es que la obsesión por la farándula ahora puede tener un seguimiento en tiempo real, y el caso de ella es casi ejemplificador. Hija de una it girl de los ochenta, famosa porque sí -Paula Yates- y un rockero irlandés –Bob Geldof, líder del grupo The Boomtown Rats–, su vida fue serializada por los tabloides británicos desde el divorcio de la pareja, la posterior muerte de su padrastro -el músico Michael Hutchence- y su madre, un par de años más tarde.

La constante información sobre la vida privada de los famosos se ha convertido en heredable, y ha pasado a formar auténticas sagas, que, gracias al empuje de las redes sociales, nos proporciona información sin cesar de caras de las que sabemos todo, aunque no hagan nada reseñable. Es el caso de las Kardashian, las Hilton o las hermanas Geldof, cuyo interés trasciende cualquier justificación sobre la profesión y cualquier frontera.

En este fenómeno de persecución e interés desmedidos, la obsesión por el cuerpo de la it girl en los medios adquiere una importancia sin parangón. Esto lo demuestra la autopsia de Peaches, pero también los centímetros que alcanza el culo de Kim Kardashian o la fluctuación de peso de Alexa Chung y cualquier starlet del momento. El escrutinio al que se somete el cuerpo de una it girl es igual o mayor que el de cualquier joven bajo los focos probablemente porque eso es todo lo que es para el receptor, un cuerpo.

Camille Paglia dice

Tal y como dictaminó la ensayista Camille Paglia sobre Paris Hilton, ésta “nos obsesiona porque actúa como significante vacío, podemos otorgarle cualquier valor que deseemos”. Así, Hilton, Geldof o más recientemente Olivia Palermo y Emily Weiss no necesitan decir nada, ni siquiera hacer demasiado para generar atención: son sedantes para el público y su misión consiste simplemente en estar ahí.

Sus carreras -que existen, aunque sean a veces indefinibles- están construidas a partir de esa vaguedad. La it girl actual es un recipiente sobre el que depositar marca, producto o aspiración, y para ello el código moral es difuso. No importa que haya comenzado su trayectoria en una película casera porno o en un reality, que sea modelo, DJ o aspirante a actriz: ella es un signo, un interrogante de consumo. Tal y como explicó el artista Marc Quinn, la it girl “nos fascina y nos intriga porque la consumimos”.

Ahora ya lo sabemos. Mientras tanto, siguen y seguirán apareciendo datos sobre la dieta de zumos de Peaches Geldof en los medios de todo el mundo y narrativas semióticas sobre los tatuajes de Cheryl Cole en los respetables rotativos extranjeros.

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