Encajado entre las calles Lagasca y Ortega y Gasset, el cuerpo de acordeón del edificio Girasol se yergue llamativo y singular, testimonio casi único de la genial arquitectura de José Antonio Coderch en la ciudad de Madrid.
Caracterizado por su planta “en peine” y la disposición diagonal de sus fachadas, el Girasol, con sus treinta apartamentos de lujo, es uno de los tres edificios que proyectó el arquitecto catalán en la capital, junto a la casa Entrecanales y la casa Vallet de Goyistolo.
Tres “grandes hitos de la arquitectura” que acercan al viandante madrileño a la obra de un personaje “muy complejo” cuyo talento es reverenciado en las universidades, pero “muy poco reivindicado socialmente”, explica a Efe Pati Núñez, autora del libro 'Recordando a Coderch' (Librooks) y responsable de otros proyectos en torno a su figura.
El Girasol se construyó en 1964 sobre las ruinas del palacete de Francisco Silvela como un residencial exclusivo, un edificio “realmente monumental” que “rompe completamente” con la tipología imperante en el barrio de Salamanca, indica el director de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid (Etsam), Manuel Blanco.
Se trata, sin duda, de una obra insólita y emblemática, reflejo de una visión “muy popular, basada en la tradición” y, al mismo tiempo, “radicalmente moderna”, señala Núñez.
El escaso calado social de Coderch (Barcelona, 1913-Espolla, 1984) tiene que ver, opina la autora, con que “no era nada gregario” y no se integraba “en ningún grupo”, a pesar de que “iba creando escuela”.
“Le toca vivir una época en la que los arquitectos dominan la progresía intelectual, y queda un poco relegado por sus opciones políticas”, cuenta Núñez.
Coderch era “franquista”, aunque la escritora aclara que jamás recibió un encargo del régimen, al que no dudaba en criticar, y que mantuvo “una gran relación de admiración mutua” con arquitectos de “ideología opuesta”, como Oriol Bohigas.
Hombre de arraigados valores aristocráticos, educado en una familia “muy conservadora”, Coderch tenía “un enorme respeto por los artesanos” y gustaba de “reivindicar la tradición popular”.
En la arquitectura del catalán, fuertemente influenciado por Alvar Aalto y detractor a ultranza de Le Corbusier, destacan la importancia que cobra la intimidad, su rechazo hacia los patios interiores y el empleo de materiales “de toda la vida”, como el ladrillo.
En el Girasol se plasman varios de estos elementos, como la privacidad, que queda garantizada con juegos de celosías verticales y una configuración de “adosados en altura” en la que cada casa tiene su propia escalera y ascensor, sin compartir rellano con otras.
A su vez, el espacio de las viviendas se distribuye “en profundidad”, de forma escalonada, para potenciar la luminosidad.
De este modo, subraya Manuel Blanco, el apartamento “prácticamente no tiene pasillos” y da la impresión de estar siempre “en exteriores”.
El edificio Girasol no goza de ningún estatus legal de protección, situación que comparte con otra obra madrileña de Coderch, la casa Vallet de Goyistolo, recientemente objeto de un proyecto de derribo.
La amenaza fue detectada por el Colegio de Arquitectos de Madrid (COAM), que se puso en contacto con el Gobierno regional, y ambas instituciones instaron al Ayuntamiento de la capital a paralizar de forma cautelar cualquier intervención sobre el inmueble, cuya construcción finalizó en 1958.
La guía del COAM destaca que, como era habitual en los diseños racionalistas de Coderch, en la casa Vallet de Goyistolo se emplean las angulaciones de los muros para articular los espacios interiores, pero con una configuración más cerrada, compacta y vertical que en sus habituales casas mediterráneas.
La deficiente protección sobre la arquitectura contemporánea es una lacra que ha sido repetidamente denunciada por el COAM y otros organismos, un problema que alcanza, incluso, al exiguo legado madrileño de una figura tan influyente como la de Coderch.
“Conservamos casas horribles del siglo XVI y nos cargamos obras maestras del siglo XX”, concluye Manuel Blanco.
Juan Vargas