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Josep Pla en el Hall del Palace

Josep Pla

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  • Josep Pla pasó dos temporadas en Madrid. Una de ellas, la de 1921, como corresponsal de un diario barcelonés. Además de sus artículos, Pla tomó aquel año diversas anotaciones sobre sus vivencias y hallazgos que años más tarde reuniría en Madrid, 1921. Un dietario. Libros del KO reedita ahora aquella obra y aquí adelantamos un fragmento de la misma.

MADRID, 30 DE MAYO: EL HALL DEL PALACE

Como periodista he de entrar y salir cada día en el Palace Hotel. Este establecimiento es un centro de información. Es, sobre todo, un buen centro de información para las cosas de Cataluña. Eso ha hecho que haya tenido que familiarizarme un poco con la casa, a la que he tenido que conocer palmo a palmo poco más o menos.

En Madrid está el Hotel Ritz, que es un hotel luminoso y claro, frecuentado en general por la gente rica; está el Palace Hotel, que es un hotel lóbrego, con una clientela que aspira a serlo. Está, además, el Hotel Roma, en la Gran Vía, que frecuentan un importante público clerical y gente vestida de negro. Fuera de eso, en este ramo y en esta ciudad, todo es un tanto incierto. Tanto el Palace como el Ritz son, creo, intereses extranjeros.

Todo parece indicar que el catalán no se encuentra muy a gusto en Madrid. Suele llegar por la mañana y, a poco que pueda, regresa por la noche. ¿Es esto un bien? ¿Es un mal? Yo creo que es un mal... Pero, en fin, dejémoslo estar. En definitiva, tanto si llega por la mañana y se marcha por la noche como si se queda más tiempo, el catalán que viene a Madrid considera el hall del Palace como el agua más a propósito para iniciarse en la navegación de Madrid.

¿Quién no conoce el Palace Hotel? Es uno de los hoteles con fama de ser de los mejor construidos de Europa. Tiene forma triangular y, en medio, debajo de una claraboya en forma de cúpula, hay una de las rotondas más acogedoras que existen en el mundo. Alrededor de la rotonda, la misma forma triangular del hotel permite todo un juego de entradas y salidas que resultan admirables para la conversación, el apartamiento, la cita discreta o la conferencia secreta. Una escalera majestuosa conduce a este hall de negocios, de política y de suspiros.

Sea verano o invierno, el hall del Palace está convertido en jardín de invierno. El jardín consiste en unas palmeras de interior, cuyas hojas se desmayan lánguidamente entre las columnas de cartón que sostienen la cúpula. A veces descubrís las caras de los personajes más feroces del país en medio de esta jungla discretísima, y las caras en lugar de suavizarse tienen una dureza aún más evidente. Hace tiempo que porfío con la dirección del hotel sobre la necesidad de soltar en este jardín pájaros de verdad: pinzones y jilgueros, gorriones y canarios y alguna esquiva paloma torcaz. Estos pájaros volarían de palmera en palmera, saltarían de mesa en mesa, harían filigranas entre las columnas que contribuirían a ablandar a la gente. El corazón de las damas provincianas se impregnaría de arcádicas imágenes y alguna que otra vez los pájaros dejarían caer -sobre la peña de los diputados agrarios, por ejemplo- una rústica y poética deposición que los diputados agrarios agradecerían como una bendición de Dios. Esto les permitiría, en efecto, dar la impresión de que están en contacto directo con las fuerzas de la naturaleza y con los intereses agrícolas y abandonar ese aire de agrarios abstractos y de despacho que tienen, que a mí nunca me ha gustado demasiado.

En el hall del Palace se pueden tomar un café excelente y licores diversos. El concesionario de las bebidas -y del restaurante- es un personaje totalmente adecuado: el famoso señor Azcoaga, que todos conocemos. Es un vizcaíno medio catalán, alto y grueso, con un enorme redingote, que recorre las mesas para hacer los cumplidos, con un aire resignago y triste. La larga permanencia de Azcoaga en el Palace, la enorme cantidad de gente que conoce, el número de conversaciones que oye sin querer, lo convierten en un barómetro político de primer orden, barómetro que todos los periodistas de Madrid consultan en los momentos difíciles. Cuando el hall del Palace está lleno, congestionado y al rojo, significa que la política carbura a todo gas y que pasan cosas importantes. Cuando el Palace está medio vacío, desinflado, y por los sofás no hay sino escenas sentimentales, significa que la tranquilidad es absoluta en todo el país.

Cumple, el hall del Palace. Para mucha gente es un casino. Para una masa flotante de provincianos que siempre se renueva, el hall es, por ejemplo, un casino mejor que el que frecuentan en la ciudad donde viven. Después es un club con diversas peñas, políticas, de negocios o, simplemente, de amigos. Pero lo que verdaderamente da color al hall son las comisiones que vienen a pedir justicia, a gestionar asuntos y a dejar oír su voz. Son estas comisiones que antes de salir del pueblo dicen:

“¡Nos van a oír en Madrid! ¡Ya veréis!”.

Llegan aquí, toman café en el Palace, ven cómo los políticos, a los que se cree encarnizadamente reñidos, se abrazan y se saludan cordialmente; se les va un momento la cabeza, y a la hora de ir a ver al ministro les da un ataque de discreción irresistible. Al volver a casa dicen:

“¡Uy, uy! Sería muy largo de contar... Aquello es un embrollo, y para hablarles con franqueza, no lo veo nada claro”.

El Palace es el hotel de los catalanes. No hay catalán de posición -banquero, comerciante, político, secretario de corporación importante, industrial- que no se hospede allí y que no se mueva por aquel lugar con la misma libertad con la que se movería por la calle Ausiàs March. Eso hace que el lugar sea peligroso desde el punto de vista de las indiscreciones. Hay por allí demasiados catalanes, demasiado chismorreo.

Hay algunas semanas, por lo menos, en que para tratar asuntos de Cataluña es indispensable no moverse de este hall; allí están todos los políticos, todos los banqueros, los cerealistas, los metalúrgicos, los algodoneros, los del corcho, los del orujo, los de las Cámaras y los del Fomento del Trabajo Nacional. Si estuviesen también los de Gràcia, podría decirse que ya estamos todos, quiero decir todos los catalanes. Naturalmente, por la expresión del rostro de la gente se ve cómo anda el país. A veces los del orujo ponen cara de viernes, y los metalúrgicos están risueños y a veces los banqueros suspiran como ante un claro de luna y, en cambio, el Fomento pone la cara de las grandes solemnidades. El hall del Palace ese el microcosmos de la vida española y de una gran parte de la vida catalana. Si fuere imaginable que se produjese sobre el país un segundo diluvio universal y que solo se salvase el Palace, podéis estar segudos de una cosa: al cabo de unos cuantos años todo volvería a ser igual, exactamente igual, idéntico.