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El Brexit salva a Shakespeare de que Boris Johnson sea su biógrafo

Harold Bloom subtituló su polémica oda a William Shakespeare como La invención de lo humano, debido al carácter y humor imperecedero de sus personajes. Esta “bardolatría”, como la denomina el profesor, sería la clave para entender el uso desmedido de sus obras en todos los discursos y en especial los políticos. Lincoln recurrió a Las alegres comadres de Windsor y al Sueño de una noche de verano durante las etapas más crudas de su mandato, pero también se leyeron varios pasajes de La Tempestad tras el asesinato del presidente Kennedy y otros de Enrique IV en el funeral de Margaret Thatcher.

Incluso el primer soliloquio de Hamlet ha sido repetido mil veces para ilustrar el desconcierto del Brexit. “To be or not to be together”, tuiteó el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk. Los que abogaban por la permanencia de Reino Unido invocaron la universalidad del Cisne de Avon y compararon el resultado del referéndum con la mismísima tragedia del Rey Lear. Además, por si fuera poco, estos europeístas tuvieron que ver cómo el cabecilla de la campaña por el Brexit casi publicaba una biografía libre de Shakespeare.

La editorial Hodder & Stoughton encargó su escritura a Boris Johnson, ahora nuevo ministro de Exteriores de Theresa May, mucho antes de que las negociaciones del Reino Unido se convirtiesen en una crisis shakesperiana. Su publicación estaba programada para el centenario de la muerte del escritor, pero terminó retrasándose hasta octubre por incompatibilidad con su actividad diplomática. Ahora, Boris tendrá que devolver un sustancial adelanto por incumplir su contrato con la firma y no publicar “Shakespeare: The Riddle of Genius en un futuro previsible”.

Sus labores al frente de la Foreign Office han terminado por romper sus lazos creativos definitivamente. Johnson ha sido siempre muy criticado por compaginar la actividad política con sus millonarios escritos periodísticos, que le reportaban un buen colchón extra cada mes. Así ocurrió cuando mantuvo su puesto como redactor jefe en The Spectator cuatro años después de haber obtenido su escaño en la Cámara de los Comunes.

La elección de encabezar una biografía de Shakespeare con su nombre, sin embargo, no es tan extraña como polémica. Aunque la faceta de escritor no sea la más reconocida de Johnson fuera de Gran Bretaña, el ex alcalde tiene a sus espaldas doce libros e incontables columnas satíricas en varios periódicos. “Soy un tipo sabio al que le gusta hacerse el tonto para ganar”, dijo en una ocasión. Pero su cultura disfrazada de extravagancia no tranquiliza a quienes temen ver la obra del escritor más emblemático transmutada por la pluma de este agitador.

El antagonista de Shakespeare

Las pocas veces que el nombre de Boris Johnson ha aparecido junto al del bardo inglés ha sido para compararle con Yago, de Otelo, por su naturaleza traicionera. En el mejor de los casos le han reconocido como Falstaff, el pomposo lord de Enrique IV, por sus estafas y la debilidad que siente por sus propias palabras. Por eso, muchos expertos en literatura clamaron contra la interpretación de un hombre que no ha dejado títere con cabeza por el mundo.

Los académicos comparan su visión inclemente sobre política internacional con el espíritu abierto de la obra de Shakespeare, aunque no llegase a pisar el Canal de la Mancha. “Inspiró sus guiones en gran parte de Europa occidental, situando sus complejas historias de amor en Verona, Navarra, Bohemia, Éfeso y Troya”, escriben. Además, utilizaba algunos idiomas clásicos en ciertos pasajes, como cuando Enrique V chapurrea un divertido francés para cortejar a la princesa Catalina de Valois. Gracias a ese conocimiento, el bardo también inventó nuevas palabras mediante la combinación del latín, griego y francés con el ingles -como champion, majestic, y assassination-.

Aunque ninguna de estas cosas restan valor a Boris Johnson como escritor, sí que han levantado cierto escepticismo ante el enfoque de su biografía. También es cierto que el ministro tory es un maestro del despiste y se contradice sin problemas según los intereses del momento. De ahí la dificultad que encuentran los analistas políticos para diferenciar dónde acaba el personaje incendiario y empieza el verdadero Johnson.

“Si el matrimonio homosexual vale, no veo ninguna razón para que una unión no pueda consagrarse entre tres hombres. Incluso entre tres hombres y un perro”, escribía en Friends, Voters, Countrymen, una suerte de memorias políticas publicadas en 2001. Sin embargo, una de las bazas que utilizó para promulgar la salida de Europa fue asegurar que varios de sus países no respetaban los derechos de los homosexuales. Una muestra más del juego a dos bandas que ha caracterizado su trayectoria diplomática -como ocurre con sus cambiantes críticas a Trump- y ha divertido a los medios de comunicación.

Respecto a su frustrada biografía, el único antecedente se encuentra en una obra sobre el artífice de la victoria británica en la Segunda Guerra Mundial, publicada en 2014. El factor Churchill aderezaba una eficaz investigación personal con un formato digerible y su humor socarrón, muy propio del estilo del político. El único problema fue que, como en el gran grueso de su obra, su ideología salía a relucir en tantos momentos que parecía más una autobiografía que un tributo al premier británico.

“Hasta cierto punto, todos los políticos apuestan con los acontecimientos. Todos ellos tratan de adelantarse a lo que vaya a ocurrir, de situarse en el lado bueno de la historia, para luego poder presumir de buen juicio”. Así daba a entender que la lucha contra el nazismo del desaparecido estadista fue un caballo que no siempre parecía ganador. Según expertos en Historia de la universidad de Cambridge, este libro omitía detalles estratégicos clave para empoderar su visión euroescéptica justo antes de las elecciones generales de Reino Unido.

Es decir, una estrategia para equipararse con un héroe nacional por tener un ego inconmensurable, ser un “elefante solitario” y “presumir de una alegría incorregible”. Pero no era la primera vez que Boris se hacía un homenaje en sus propias líneas. En su primera novela de ficción, Setenta y dos vírgenes (2004), incluyó un personaje encargado de salvar a las instituciones públicas de un atentado terrorista. Este antihéroe era un diputado tory, que viaja en bicicleta y usa un humor socarrón para enmascarar su gran inteligencia y conocimiento sobre la cultura clásica.

Con tales precedentes, el mayor temor de sus detractores era que a la biografía de Shakespeare le saliese de pronto una cabellera rubia platino. Ese es el gran peligro y eterno atractivo del bardo: que la ambigüedad de sus obras, despojada de su contexto, es apta para cualquier circunstancia. Desde el canto a la libertad de Mandela en una cárcel sudafricana, hasta las necesidades menos éticas de un político lenguaraz.