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Entre la documentación necesaria y el agradecimiento optativo: ¿Debe una novela de ficción histórica justificar sus fuentes?

La Biblioteca Nacional de España tras su reapertura el 18 de junio de 2020.

Francesc Miró

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El pasado 15 de septiembre elDiario.es publicó una información en la que se señalaban no pocos parecidos entre el libro de Fernando Aramburu Patria (Tusquets) y Lo difícil es perdonarse a uno mismo (Península), biografía del exetarra Iñaki Rekarte escrita por Mikel Urretabizkaia.

Pocos días después, el mismo Aramburu publicó una tribuna en El País en la que defendía que cualquier semejanza existente entre ambas obras era fruto de la documentación. “No hay en mi novela Patria una sola frase que no sea mía”, aseguraba contundente el escritor. Añadiendo, además, que el libro de Urretabizkaia estaba “escrito con prosa más o menos apañada”, y que era “calculando a ojo de buen cubero, uno de los 50, 60 o más títulos que leí con el propósito de espigar datos reales que sirvieran para asentar la verosimilitud de mi relato, cosa propia de la literatura realista y de las novelas con trasfondo histórico”.

Ninguno de estos títulos, no obstante, aparece citado explícitamente en Patria. El autor ha reconocido en entrevistas distintas influencias, incluso mencionado la biografía de Rekarte. Pero su novela no contiene agradecimientos, bibliografía o nota informativa alguna, más allá de un glosario con las palabras en euskera utilizadas a lo largo del libro de casi setecientas páginas. Un debate que ha vuelto a encender la chispa de una cuestión ampliamente discutible: ¿Debe un escritor de ficción histórica justificar las fuentes en las que se basa o inspira?

Ni ficción ni realidad, sino todo lo contrario

Las narraciones son originales “cuando se incorporan a una continuidad narrativa germinal, o sea, cuando son fruto de un legado anterior y generan otro nuevo”, escribían Balló y Pérez en La semilla inmortal (Anagrama). En primera instancia porque ninguna persona es ajena a su entorno —ni tan siquiera las piedras lo son—, y en segunda porque los escritores y escritoras son también lectores y lectoras. 

No obstante, el oficio presenta infinitas posibilidades según la condición de quien lo ejerce, el género al que se adscribe e incluso el momento en el que narra. De ahí que la primera cuestión a la hora de abordar el debate sobre la documentación en la ficción sea su naturaleza: ¿Es lo mismo escribir una fantasía que una novela que parte de un hecho histórico? 

“Es muy diferente”, opina el escritor y periodista Carlos Hernández de Miguel. “El autor de ficción solo se debe a su imaginación y a su talento, mientras que el escritor de novela histórica debe, además, documentarse concienzudamente sobre los hechos en los que va a basar su obra”, explica el autor de Los campos de concentración de Franco (Ediciones B). 

“La literatura creo que genera un tipo de conocimiento distinto del que puede producir la crónica histórica”, opina la escritora y doctora en filología Marta Sanz. “Tengo la sensación de que genera una forma de verdad que no tiene tanto que ver con los datos concretos como con el clima, las emociones y las ideas que se generan a partir de las experiencias, reales o imaginadas, adscritas a un momento de la historia”. Según ella, “se puede manipular el hito histórico —Tarantino lo hace continuamente— para darle la vuelta y hacer hipótesis fantásticas. Luego, el espacio de recepción es el que ha de decidir si esas ficciones deben suscitar reticencias ideológicas o no”.

La literatura genera un tipo de conocimiento distinto del que puede producir la crónica histórica

“Si uno crea un mundo fabuloso o solo habla de sí mismo y de su experiencia inmediata, es posible que no necesite documentarse”, explica a elDiario.es el escritor Oscar Esquivias. “En mi caso, cuando he ambientado obras en el pasado o he utilizado como protagonistas a figuras históricas, he procurado informarme sobre ellos cuidadosamente, porque eso me da mucha libertad y seguridad a la hora de fantasear”. Aunque puntualiza: “Creo firmemente que la verdad literaria es diferente de la histórica. Una novela, por muy documentada que esté, no deja de ser una ficción que subordina lo histórico a otro fin”.

Por su parte, el Catedrático de Literatura Española por la Universidad de Valladolid Javier Blasco sostiene que “el novelista en ningún caso está obligado a elegir como protagonista de su historia una persona histórica”. Y que cuando opta por partir de un personaje real “podrá caricaturizarlo, retratarlo o sublimarlo. Lo que no tendría mucho sentido es que el novelista cambie su fecha de nacimiento o cualquier otro dato perfectamente documentado. Sobre todo lo que el novelista 'invente' acerca de ese personaje (siempre dentro de esa zona de sombra documental) deberá estar justificado por la trama, y no debería ser gratuito”.

La responsabilidad del escritor 

Para Carlos Hernández de Miguel los procesos de documentación suponen “el 80% del trabajo: visitar decenas de archivos; consultar miles de documentos; leer cientos de libros, publicaciones académicas, reportajes y memorias; realizar decenas de entrevistas…”. Y debido al esfuerzo previo que conlleva, para él “el escritor de novela histórica tiene una responsabilidad enorme”. 

Según argumenta el autor de Los últimos españoles de Mauthausen (Ediciones B): “millones de lectores conocen un hecho, un periodo o un personaje histórico a través de este tipo de novelas. Eso quiere decir que si el autor tergiversa la realidad, estará desinformando a la sociedad y eso es gravísimo”. Y utiliza como ejemplo Lo que escondían sus ojos (La esfera de los libros), la novela de Nieves Herrero que más tarde se convirtió en serie de la mano de Mediaset. Una ficción que según él “blanquea a un personaje histórico tan siniestro y criminal como fue Ramón Serrano Suñer, cuñado y lugarteniente de Franco. Yo aconsejaría a esos autores de una supuesta novela histórica que falsea la Historia que se dediquen a la ciencia ficción”. También los hay que son ejemplo de lo contrario, como Almudena Grandes “cuyas novelas han servido para entretener, educar y enseñar Historia a millones de españoles”. Por eso “el autor debe ser escrupulosamente fiel a la realidad histórica en la que transcurre su relato”. 

El escritor de novela histórica tiene una responsabilidad enorme: millones de lectores conocen un hecho histórico a través de este tipo de novelas. Si el autor tergiversa la realidad, estará desinformando a la sociedad

Marta Sanz afirma que la responsabilidad de quien escribe ficción y quien se basa en hechos reales “es idéntica”, porque “las ficciones también se colocan en un espacio público y construyen realidad”. El problema, según la ganadora del Premio Herralde de Novela en 2015, se establece cuando la discusión “se plantea en términos de intrascendencia y espectacularidad, de modo que parece igual de inocuo que Tarantino mate a Hitler en Malditos bastardos o que de repente el terror se vuelva poner de moda. Ninguna de las dos opciones es ideológicamente blanca: las dos asumen una responsabilidad que excede los límites del ocio o del entretenimiento, aunque a la vez y muy legítimamente puedan entretener. A mí, como lectora, me interesa interpretar estos textos en una clave ideológica”.

“El escritor es un artista, no un historiador, un propagandista o un periodista”, apunta Óscar Esquivias. Por lo tanto, “su responsabilidad es hacer grandes obras literarias, no ilustrar a las masas lectoras. A ciertos autores de novela histórica les reprocho precisamente su poca ambición artística, no sus eventuales anacronismos o errores de documentación. El Cantar de Mio Cid distorsiona interesadamente la figura histórica de su protagonista y contiene datos falsos, y, sin embargo, ahí permanece, como la primera gran obra maestra de la literatura castellana. A su modo, está lleno de verdad”.

El escritor es un artista, no un historiador: su responsabilidad es hacer grandes obras literarias, no ilustrar a las masas

Javier Blasco explica que desde el punto de vista académico “los mecanismos, en esencia, son los mismos para el investigador, para el novelista que trata una materia histórica o para el periodista que hace la crónica de un hecho puntual”. Y distingue tres bien definidos: “a) documentación —adquisición de información y datos—; b) reelaboración creativa de la información adquirida; y c) propuesta diferente a la de aquel o aquellos textos que le han servido para la documentación”.

En el caso de Patria, el catedrático sostiene que limitando sus consideraciones “a lo que conozco a partir del material gráfico de elDiario.es” [publicado aquí], las coincidencias de esta obra con la precedente Lo difícil es perdonarse a uno mismo revelan “una utilización sobre todo de la paráfrasis, esto es, la modificación de la literalidad de la fuente mediante el cambio de estilo indirecto por estilo directo, sustitución de términos originales por sinónimos, sustitución de la primera por la tercera persona, leves alteraciones en la estructura oracional, etc. Y esto, desde luego, en el ámbito académico se considera una mala práctica, tanto más censurable cuanto más exclusiva sea la fuente de información”. 

El deber (o no) de justificar las fuentes

La documentación, como hemos visto y sea cual fuere su método, es imprescindible si un autor pretende abonarse al terreno de la ficción histórica. Pero una vez realizada, ¿qué ocurre con esos textos? ¿Se deben justificar las fuentes de las que se parte? Y si es así, ¿cómo hacerlo?

“Depende de la obra, pero en general creo que resulta muy conveniente”, opina Carlos Hernández de Miguel. “No solo citar la bibliografía u otras fuentes utilizadas, sino también aclarar al lector qué hechos y qué personajes de los que aparecen en la obra son reales y cuáles no”. Y añade que según su punto de vista “unas notas a pie de página o una explicación final suponen un verdadero ejercicio de transparencia del autor”.

Marta Sanz, por el contrario, opina que “no necesariamente” un autor debe explicitar las fuentes de las que se parte o gracias a las cuales se ha inspirado. “Una novela no es una tesis doctoral ni un reportaje y creo que lectoras y lectores no nos aproximamos a un texto de ficción buscando la exactitud de un dato, sino otra cosa: un modo de mirar, una pregunta, una rendija de lucidez y de disidencia respecto a los lugares comunes”. Según la autora de La lección de anatomía (Anagrama) “la responsabilidad de quien escribe tiene que ver con su intrepidez para mirar desde otro sitio a través del lenguaje: tenemos que hacer bien ese trabajo. Ese es nuestro oficio”.

Con ella coincide Óscar Esquivias: “Creo que no hay ninguna obligación de señalar las fuentes bibliográficas en un trabajo literario. Cuanto más desnudo se presente el texto, mejor”.

Ambos, no obstante, han utilizado en alguna ocasión notas finales aclaratorias o agradecimientos. En su última novela, Marta Sanz agradecía el trabajo de la Fundación Marcos Ana y el de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica. “Quienes escribimos asumimos una responsabilidad tanto si nos basamos en hechos reales como si inventamos. Partimos de la realidad y volvemos a ella con nuestros relatos. Las poetas tenemos tanta responsabilidad como las maestras de geografía e historia. Pero con otros códigos. En otro sentido”. 

Por su parte, Esquivias añade que “en los casos en los que ha sido necesario, recurro a una nota final, que es donde menos estorba cualquier apostilla”, y que “en los libros de cuentos indico dónde se han publicado previamente cada uno de los textos y a quiénes están dedicados”. 

Patria, no obstante, no cuenta con agradecimientos ni notas aclaratorias. Aunque su autor sí se ha significado al respecto en un texto titulado Patria en el taller, escrito a petición de la editorial Tusquets y publicado en el número 7 de la revista Grand Place de la Mario Onaindia Fundazioa

“Creo que la bibliografía sólo hace al caso a ciertas formas de ensayo y, desde luego, en los trabajos académicos”, apunta por su parte el Catedrático de Literatura Española Javier Blasco. “Pero los 'agradecimientos', habituales en el mundo del periodismo (por lo menos en la cita) y de los trabajos académicos, no son infrecuentes en libros de poesía o de narrativa”. 

La bibliografía sólo hace al caso a ciertas formas de ensayo, pero los ‘agradecimientos’ no son infrecuentes en libros de poesía o de narrativa

“Mi pobre padre, que nada tenía que ver con la literatura, en los paseos por el campo me enseñó algo que tiene que ver con esto: 'cuando bebas agua, recuerda la fuente', me decía cada vez que me mostraba un manantial”, recuerda Blasco. “Cada medio de expresión y cada profesión tiene su código”, argumenta el docente, “en general, el 'creador' suele camuflar muchos de los 'préstamos' bajo 'conceptos críticos eximentes', tales como intertextualidad, parodia… Incluso, en ocasiones, esos 'préstamos' se valoran como 'discreto homenaje' a la fuente precedente. Pero, en todos estos casos, ese 'préstamo’'va acompañado de un guiño al lector cómplice”. Y añade que “para el hombre de la calle —categoría a la que pertenecen, antes que ninguna otra, el científico, el periodista o el novelista—, siempre la mejor doctrina es la del refranero, viniendo al pelo, ahora, aquellas sentencias populares que califican al agradecido”.

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