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Espartaco libera la lista negra

El triángulo Peplum: Tony Curtis, Jean Simmons y Kirk Douglas

Lucía Lijtmaer

“Joey, ¿te gustan las películas de gladiadores?”. Para una gran cantidad de espectadores, las películas de romanos son un chiste de Aterriza como puedas. Se trata de un subgénero que ha derivado en placer culpable, una suerte de filia con carga homoerótica, que durante los años cincuenta y sesenta produjo verdaderas bazofias para ser vehículo exclusivo del technicolor y el lucimiento de estrellas en decadencia.

Pero no siempre fue así. Entre los grandes aciertos del género también conocido como peplum están películas colosales como La túnica dorada, Ben Hur o Espartaco. Ah, Espartaco. “Yo soy Espartaco”. La lucha de un hombre por ganar su libertad acaba siendo una de las rebeliones más importantes contra el imperio romano. Una historia de fraternidad, lucha, amor y túnicas. Un clásico que siempre merece la pena revisitar.

Eso pensó Kirk Douglas, protagonista y productor ejecutivo de la película, que cincuenta años más tarde y con noventa y siete (¡noventa y siete!) años, sorprende a todos con la publicación de sus memorias sobre el rodaje, Yo soy Espartaco (Capitán Swing).

Douglas es un narrador muy versado en la anécdota. Como ya ocurrió con sus memorias El hijo del trapero, o Mi golpe de suerte, sobre cómo sobrevivió a una paraplejía, el libro funciona como una suerte de monólogo ameno de una de las más importantes estrellas de la era dorada de Hollywood. Pero la obra se eleva en este caso para desvelar algunos temas de vital importancia, y acaba operando como una especie de memoria histórica personal.

Del liberador de esclavos a la caza de brujas

Yo soy Espartaco narra, por un lado, la exasperación de un productor ante un rodaje caótico. Estrellas que se lesionan, directores que son relevados con la filmación ya comenzada, luchas titánicas de egos y un estudio que debe ser contentado como sea son solamente algunos de los problemas que aquejaron a la película. Douglas se revela aquí como un narrador confiable, que no parece intentar quedar especialmente bien ante el lector. Resulta particularmente significativa su descripción del momento en el que amedrentó a Stanley Kubrick -que queda plasmado como un ególatra irresponsable- para que incluyera una batalla final necesaria para entender la película. Douglas, subido a su caballo, arrincona a un Kubrick temeroso contra la pared y resulta despreciable. También reconoce sus errores de casting, negándose a incluir a Jean Simmons o Tony Curtis -a ella por su acento, a él por haber rodado “Con faldas y a lo loco”- hasta muy entrada la planificación de la película.

Pero si el libro resulta especialmente relevante es por su importancia histórica. Espartaco, según Kirk Douglas, es en parte responsable de haber acabado con uno de los periodos más vergonzosos de la historia reciente de los Estados Unidos, la caza de brujas llevada a cabo por el Comité de Actividades Anti-estadounidenses (tal y como explica el traductor, esta sería una mejor traducción del Comité investigador de la cámara de representantes del Congreso). El guionista que tuvo la titánica tarea de escribir la película a marchas forzadas no era otro que Dalton Trumbo, responsable de éxitos tan notables como Vacaciones en Roma, Éxodo o Me casé con una bruja.

Trumbo había sido llamado a declarar por el Comité en 1947 y tras rechazar de pleno la investigación, fue incluido en la lista negra junto con otros nueve compañeros, y pasó once meses en prisión. Tras su excarcelación, le había resultado imposible encontrar trabajo como guionista, y debió trabajar a destajo con pseudónimo. El clima represor continuó durante más de una década, y cuando Douglas contrató a Trumbo, debió mantenerlo en secreto durante toda la producción. En un tenso momento a mitad de rodaje, Trumbo decide dimitir. Para frenar un desastre incalculable, Douglas describe como le promete incluir su nombre real en los créditos, y así lograr una carambola: tener al estudio contento hasta el final del rodaje, y devolver al guionista su honor perdido.

A día de hoy, la hazaña puede parecer menor, pero lo cierto es que el riesgo era grande. Hedda Hopper y otros poderosos periodistas del ámbito, que podían arruinar carreras con proponérselo, llamaron al boicot de la película. Pero este no prosperó. El estudio se dio cuenta enseguida que se encontraba con un bombazo de taquilla en las manos, una historia de superación humana y un filón del cine de aventuras.

Una versión por cada mansión

Aún así, queda claro que la historia la cuentan los vencedores, y esa parte del libro no está exenta de polémica: Stanley Kubrick y Edward Lewis, productor de Espartaco, ofrecieron diferentes versiones en su momento del acto heroico de Kirk Douglas. Lewis niega que fuera Douglas quien contratara a Trumbo, sino él. También recuerda cómo Trumbo insistió en diversas ocasiones obtener el crédito debido en la película, y que solamente cuando Lewis se negó a firmar la autoría del guión, Douglas aceptó poner a Trumbo como guionista real. Tanto Lewis como Kubrick acusan a Douglas de revisionista para su lucimiento, ya que el afectado principal por su libro no puede defenderse.

En cualquier caso, el libro también recuerda como Espartaco permanece en la historia del cine gracias a un reparto estelar. Jean Simmons, Laurence Olivier, Peter Ustinov y Charles Laughton aparecen tanto en la película como en el libro en todo su esplendor, tomando la oportunidad de no relajarse y lucir plenamente en las interpretaciones ante un texto brillante. Sí, el texto. Douglas explicita, como ya había anticipado en El hijo del trapero, los recortes a la película que obligaron a hacer los censores del Código Hays, en ese momento todavía en vigor. La prohibición más recordada es el diálogo entre Craso y Antonino, la “escena de las ostras y los caracoles”, en la que Craso manifiesta su bisexualidad a través de una sugerente metáfora sobre sus apetitos en el baño romano. La escena no pudo verse integrada en la película hasta 1991.

Pero, pese a las diversas modificaciones, Espartaco sí revela la intención de Trumbo: contar la historia del triunfo y sacrificio de aquellos que se rebelaron para obtener su libertad. Es entonces cuando las palabras de Orson Welles, al final del libro, adquieren mayor sentido: “Lo malo de la izquierda americana es que traicionó para salvar sus piscinas. Somos pocos quienes no hemos traicionado nuestra postura, los que no hemos dado nombres de otras personas”.

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