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'El mundo resplandeciente': ciencia ficción escrita por una pionera del siglo XVII

A lo largo de la historia de la literatura, la novela utópica ha especulado con futuros de paz social, felicidad y convivencia. Pero a menudo las nociones de utopía y distopía, las sociedades futuras de ensueño y de pesadilla, se confunden cuando se pueden observar con perspectiva histórica.

En el género se vuelcan anhelos, pero también límites imaginativos y prejuicios de cada época. Por ello, las utopías concebidas por escritores como H. G. Wells, Samuel Butler o Edward Bellamy incluyen algunos elementos que hoy día resultan chocantes y ofensivos (desde la atracción por la eugenesia a una expansión limitada y algo sexista de las libertades de las mujeres, pasando por el castigo de la enfermedad), aunque sus autores fuesen pensadores avanzados a su tiempo en algunos aspectos.

Margaret Cavendish, duquesa de Newcastle, también fue una mujer avanzada a su tiempo, con sus prejuicios sobre la sociedad en la que vivió. Se propuso jugar un papel activo en la vida científica y cultural, sin conformarse con el rol de oyente, mecenas u organizadora de reuniones. Evidentemente, eso generó reacciones machistas y probablemente influyó en su imagen de persona de conductas y aspecto extravagantes. Sus obras no recibieron solo condenas, sino que también fueron bien recibidas por algunos filósofos del momento como Henry More o Joseph Glanvill. Con todo, incluso Virginia Woolf destacó su personalidad excéntrica cuando la reivindicó.

Entre la obra de Cavendish destaca El mundo resplandeciente, editada en castellano por Ediciones Siruela con una amplia introducción a cargo de la historiadora Maria Antònia Martí Escayol. Se trata de una peculiar mezcla de géneros literarios publicada originalmente en el año 1666. Explica la historia de una mujer que es secuestrada, embarcada forzosamente, superviviente a un naufragio y que, después, cruza un pasaje oculto a otro mundo. Todo esto se relata a toda velocidad, en apenas dos páginas que cuestionan el tópico de los raptos presuntamente románticos.

Después viene el acercamiento a la literatura de viajes y aventuras exóticas: el descubrimiento del Mundo Resplandeciente, sus personajes y costumbres, sus seres que mezclan rasgos humanos y de otros animales. Y se relata, también, el ascenso al poder a través del matrimonio. A lo largo de las páginas del libro se despliega también una concepción de utopía que chirriará a los lectores contemporáneos.

Una rareza con trasfondo elitista

La naturaleza híbrida del libro dificulta las clasificaciones, pero a menudo se ha considerado una de las primeras novelas de ciencia ficción. Porque ciencia no le falta, y probablemente algunos lectores considerarán que le sobra. La parte central del relato, donde la autora se posiciona en multitud de debates científicos de su tiempo, puede resultar algo farragosa pero es relevante en el conjunto. Cavendish reivindica el poder de la imaginación, la vida a través de la creación artística, pero no hay que olvidar que este atípico texto fue publicado en el mismo volumen que el ensayo Observaciones sobre filosofía experimental.

Cavendish y su mundo resplandeciente parecen una parada obligada en la herstory que dimensiona el papel de las mujeres, y en toda historia de la literatura. Su propuesta se puede situar junto a un grupo reducido de muestras tempranas de literatura de aventuras en suelo extraterrestre (como El otro mundo de Cyrano de Bergerac y sus exploraciones del Sol, la Luna y sus habitantes). En paralelo a su reputación como obra pionera, la propuesta de la duquesa de Newcastle ha dado lugar a interpretaciones en clave protofeministas, protoanimalistas, etcétera.

La reivindicación, eso sí, suele venir condicionada, con asteriscos incorporados. Narrativamente, nos encontramos con una obra muy libre, extrañamente construida y ajena a cualquier consideración moderna sobre el ritmo narrativo. A la manera de la primera novelística europea, se unen segmentos que pueden llegar a ser muy diversos y de extensión desigual: los pasajes de narración rápida conviven con largos debates sobre el alma humana o las causas de diversas enfermedades. Y la erudición siempre sobrevuela los chispazos fabuladores sobre paisajes insólitos, sobre seres extraterrestres que siempre evocan a realidades terrestres, sobre nuevas maneras de hacer la guerra.

El conjunto proyecta una personalidad desbordante, pero la autora no es precisamente Ursula K. Le Guin, referente contemporánea de la novela de ciencia ficción con substrato feminista, que critica el capitalismo y hace sus propias aportaciones a la superación de los rígidos binarismos de género.

Resulta difícil no estar de acuerdo con los críticos para los cuales Cavendish prioriza los intereses de clase por encima de la solidaridad feminista. Y su clase, como duquesa de Newcastle, es la clase de los poderosos. A través de los filtros de la fantasía y del debate se vislumbra una concepción de la sociedad como agrupación de compartimentos estancos, cerrados, donde las profesiones y destinos prácticamente se deciden desde la cuna. Y donde todos deben someterse a una autoridad superior para prevenir posibles desórdenes. La insistencia en preservar a la sociedad de cualquier división llega a ser asfixiante.

Podemos simpatizar con las decenas de cornadas que Cavendish dedica a la sociedad de su tiempo, ocultas entre pláticas y relatos de mundos fantásticos. Pero su visión de la utopía resulta realmente incómoda porque es explícitamente totalitaria: el mejor gobierno es una monarquía absoluta de alcance planetario. Una monarquía absoluta que puede ser liderada por una mujer, pero solo si pertenece al estrato social adecuado.

Cavendish fue una figura realmente transgresora en el contexto de su época (con posibles guiños a la bisexualidad incluidos), y aprovechó su ventajosa situación social con una valentía insólita. Pero no por ello cuestionó la visión jerárquica propia del absolutismo aristocrático, de la misma manera que Thomas More había dado por buena la esclavitud en su Utopía o que el mencionado H. G. Wells mostraría (ya en pleno siglo XX) su vertiente más elitista con A Modern Utopia.